PERIÓPOLIS

El entierro de las utopías

Alrededor del mundo, compañías como O Globo, Televisa o Time Warner se reparten las principales audiencias del infoentretenimiento. Paradójicamente, esos grandes imperios mediáticos son defensores de la democracia y la libre competencia, sobre las cuales –dicen– se asientan los cimientos de su poder.

A la altura del presente siglo, tras los escándalos financieros que han rodeado a muchos de estos medios y las investigaciones que desde mediados de los 60 tienen lugar en el campo de la comunicación, queda claro que se trata de un eslogan que sí, vende muy bien, pero poco tiene de real.

Frente a ello, los estudios de la comunicación han recurrido a enfoques críticos, emanados de la Economía Política de la Comunicación (EPC). Los postulados de Carlos Marx sobre las dinámicas que intervienen en el modo de producción capitalista y el ascenso del imperialismo descrito por Lenin, sirvieron de precedentes a los teóricos de la EPC para dar cuenta del impacto de la violenta concentración de la propiedad en el sector, hecho que marca el detrimento del pluralismo informativo.

La concentración de la propiedad en el sector de la comunicación trae consigo la pérdida del pluralismo informativo.

Del Informe MacBride a la concentración del capital mediático

Incluso para quienes viven lejos del área de influencia geográfica de los Estados Unidos; Disney, Hollywood, The New York Times o la cadena informativa CNN pudieran resultarles familiar. La exportación del american way of life, sustentada sobre un entramado de medios de comunicación, ha sido una de las cartas fundamentales con las que cuenta la mayor economía del mundo para erigirse también como la dueña de la mayor industria cultural del planeta.

Se trata de un contexto de globalización neoliberal a razón de la cual las comunidades minoritarias son aplastadas por la estandarización, en detrimento de los valores y las culturas regionales. Y si bien hablamos de un fenómeno contemporáneo, los orígenes se remontan décadas atrás, cuando intelectuales comprometidos con el progreso y la democratización de los medios abogaron por un Nuevo Orden de la Información y la Comunicación.

El concepto estaría relacionado con la elaboración del Informe MacBride en 1980, documento que expuso detalladamente el control hegemónico de la información, ejercida por los Estados del norte y en manos mayoritariamente privadas.

La Guerra Fría y el panorama de confrontación internacional entre dos sistemas opuestos, encabezados por Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, unido al papel activo de nuevos actores políticos y sociales en el Tercer Mundo y el movimiento de Países No Alineados favorecieron la elaboración del Informe.

El texto reveló que el poder de los medios recaía en dos o tres agencias de noticias que operaban en los cinco continentes y controlaban las dos terceras partes del flujo de información, en perjuicio de las naciones subdesarrolladas, cuyos servicios noticieros dependían de las grandes corporaciones. A su vez, las mayores empresas del infoentretenimiento englobaban servicios en la radio, la prensa escrita y la televisión.

Los redactores del documento incluyeron sus preocupaciones acerca de la participación ciudadana en el escenario mediático, los valores noticia, así como el rol de los periodistas y los profesionales de la comunicación, como agentes para la construcción de sociedades más transparentes y democráticas. Sus reflexiones en cuanto al verticalismo de la información no solo abarcaron el ámbito exterior, sino que denunciaban el flujo unidireccional de las noticias en los límites nacionales, dictadas por el Estado o las oligarquías económicas.

Si bien las circunstancias descritas parecieran un espejo de la realidad inmediata, lo cierto es que aún se trataba de un fenómeno en ciernes. Para llegar a las condiciones actuales, dos factores fueron determinantes: la concentración y centralización del capital.

Precisamente, la articulación de estos dos procesos sería los que Lenin identificó como el primer rasgo para el tránsito del capitalismo de libre competencia al imperialismo. Como apuntara el líder bolchevique en su conocido ensayo El imperialismo fase superior del capitalismo, con el fin de la libre competencia y la conformación de grandes consorcios, selectas manos concentrarían la mayor parte de las riquezas acumuladas por el hombre.

Al referirse a este asunto, el académico cubano José Ramón Vidal añade que, particularmente en el terreno de la comunicación, el proceso implicó la continua fusión de empresas y capitales, mientras que sectores que tradicionalmente no tenían vínculo con el mundo de la información vieron en ella una potencial industria en la que invirtieron millones.

El fenómeno descrito responde a las lógicas propias del sistema que —en su negación dialéctica— lleva al extremo el ejercicio de la libre competencia para luego echarla por tierra. De esta manera, el propio desarrollo de las fuerzas productivas debido a las innovaciones científico-técnicas y la evolución de aquel proceso —que Marx denominó acumulación capitalista— sentarán las bases para la encarnizada lucha hacia el capitalismo monopolista.

«El monopolio, por cuanto está constituido maneja miles de millones, penetra de un modo absolutamente inevitable en todos los aspectos de la vida social, independientemente del régimen político y de cualquier otra “particularidad”», afirma Lenin. Y es que, aparejado a la concentración y centralización de la propiedad y/o mercado, surge el control hegemónico. Es entonces cuando el poder de las estructuras de la economía se extiende hacia las esferas superestructurales de la sociedad.

De acuerdo con Antonio Gramsci, uno de los mayores teóricos del tema, el panorama de consenso que se logra entonces es en realidad el triunfo de la ideología de la clase dominante: «La hegemonía es una construcción del poder a través de la conformidad de los dominados con los valores del orden social, con la producción de una “voluntad general consensual”». El concepto gramsciano de hegemonía permite comprender que la construcción de significados y del universo simbólico por parte de los mass media tiene lugar en un complejo entramado de relaciones de poder, donde los diferentes grupos compiten por poseerlo.

La construcción del universo simbólico por parte de los medios de comunicación tiene lugar en un complejo entramado de relaciones de poder.

La realidad es que luego de tres décadas del Informe MacBride, el panorama no ha cambiado. Ello se manifiesta en el crecimiento absoluto del tamaño de las empresas mediáticas. Por ejemplo, a la luz del presente siglo, en los Estados Unidos un puñado de compañías se reparten los públicos potenciales, dígase General Electric (NBC), Viacom (CBS), Walt Disney Company (ABC) y Time Warner (CNN).

El salto al imperialismo cultural

Con el auge del neoliberalismo se agudizaron todas las problemáticas expuestas por el Informe MacBride. La llegada de Internet representó una revolución del espectro mediático y de la industria de las telecomunicaciones. Asimismo, los cambios aparejados a las nuevas oportunidades en el ámbito comercial tuvieron un correlato en los usos y efectos sociales de la información. Como sostiene Vidal, la posibilidad de tener millones de datos al alcance de un solo clic supuso, a su vez, la celeridad de los procesos de globalización.

Lo vertiginoso de las reconfiguraciones en cuanto a los medios, los públicos y los mercados estimularon diversos análisis desde el campo de la comunicación. El autor español Manuel Castells, uno de los más prominentes en los estudios sobre lo que se denominó la era de la información, llegó a plantear, incluso, que nos encontrábamos en un nuevo modo de desarrollo: el informacional. Según Castells, esta fase el desarrollo humano se basa en el trabajo intelectual asalariado que funciona a partir de las lógicas industriales, con un uso intensivo de la información y un valor creciente del conocimiento.

En opinión de Castells, los modelos de desarrollo constituyen los patrones tecnológicos asociados al trabajo que permiten la transformación de la materia. Resulta pertinente aclarar que Castells no se refería al concepto marxista de modo de producción, ni tampoco intentó sobreponer su teoría a este. En todo caso, abordó la interacción que existe entre ambos.

El autor europeo plantea que en la era informacional al conocimiento se le adjudica el valor reconocido al capital o al trabajo. Se trata de una rápida proletarización del trabajo intelectual, al punto que la mente humana es una fuerza productiva imprescindible. De hecho, en la actualidad, las grandes economías no solo están respaldadas por altos niveles de desarrollo tecnológico o grandes reservas de recursos naturales, sino que se distinguen por la capacidad creciente para almacenar, extraer y analizar la información.

De acuerdo con el español-colombiano Jesús Martín-Barbero, la sociedad de la información no es solo aquella en la que el conocimiento representa un ente sustancial, sino también donde el desarrollo se halla estrechamente ligado a la innovación. Llegado a este punto, pudiéramos suponer que la era informacional, por demás globalizada, traería consigo la igualdad de acceso a las tecnologías de la información. Sin embargo, la realidad es bien distinta.

Este hecho conlleva a plantearnos: ¿Quiénes controlan los contenidos? ¿Para el ciudadano común es posible obtener información de igual manera en un país desarrollado que en una nación del Tercer Mundo? Nuevamente obtenemos negativas como respuesta. Y es que las innovaciones tecnológicas por sí mismas no implican el verdadero desarrollo. Para ello se precisa de políticas gubernamentales y un orden internacional más justo y equitativo.

Resulta contradictorio entonces que en la era de la globalización, bandera de un liberalismo adaptado a las actuales circunstancias y cimentado en privatizaciones y ruptura de todas las barreras comerciales, las visiones que proyectan los medios sean cada vez más unilaterales. Sucede que la hiperconcentración conlleva a la exportación de un modelo de pensamiento único y mientras el acceso a la información se plantea como un derecho de todos, la gestión recae en unos pocos.

Por otro lado, existe un factor que determina la implicación de las corporaciones transnacionales en el negocio de la comunicación: la apertura neoliberal y la des-regulación del funcionamiento empresarial de los medios —que al igual que el resto de las industrias en el capitalismo— compran y venden mercancías.

Corto Happiness, del ilustrador y animador británico, Steve Cutts, cuenta la historia de un roedor que busca insaciablemente la felicidad. Con ello, muestra la sociedad consumista del siglo XXI

 

Contrario a lo que muchos pudieran creer, la mercancía para ellos no son los programas o noticias impresas… Los contenidos dejan de ser lo que realmente importa. Se trata solo de un relleno lo suficientemente atractivo que asegure un público potencial para los espacios de publicidad.

El análisis anterior sienta pautas importantes para comprender las lógicas con las que operan las transnacionales de la comunicación para las que las leyes las dicta el mercado. Incluso las facultades estatales —en teoría responsables de la colectividad— se han erigido como las nuevas gerentes de los intereses privados, como alerta Martín-Barbero.

Los Estados han sido piezas clave en lo que se ha denominado «outsourcing» o esfuerzo empresarial para encontrar en el Tercer Mundo recursos laborales cualificados, pero con salarios más bajos. Aparecen entonces los dos últimos rasgos que Lenin fija antes del surgimiento del imperialismo: la exportación de capitales y el reparto territorial del mundo.

Hollywood: the american dream

No pocos creen de manera errónea que Hollywood es la mayor industria cinematográfica del mundo. Sin embargo, la India triplica sus producciones anuales, mientras que China también lo supera por amplio margen. ¿Cuáles son las claves para que la maquinaria estadounidense aparezca como una marca poderosa en el imaginario universal? Como analizábamos en el epígrafe anterior, la concentración de la producción no siempre implica la concentración del mercado. En última instancia, este ha sido fundamental para Hollywood.

Como casi nada en materia de dinero es casual, el predominio planetario estadounidense tampoco fue un producto automático, resultado de la «libre fuerza del mercado» o del destino manifiesto. Se trata de un fenómeno multifactorial e histórico que tiene su origen en la propia invención del cinematógrafo por los hermanos Lumière. El original artefacto pronto recorrió el mundo hasta llegar a Estados Unidos. La acelerada urbanización del país propició un mercado potencial para esta forma de diversión.

Con los años veinte llegaría el famoso star system. Más que un proyector de historias, el cine representaba la felicidad, el amor y el triunfo económico. Era todo un escenario para soñar con vestirse como los protagonistas, alcanzar sus mismas metas y parecerse a ellos. En ese sentido, las dos Guerras Mundiales fueron determinantes, pues la devastada Europa ya nunca podría competir ni con el glamour de los premios Oscar ni con el american way of life exportado a raudales en cada producción de la industria cultural.

Horkheimer y Adorno, dos de los fundadores de la Escuela de Frankfurt, fueron quienes inauguraron el término de industria cultural. Aun cuando no abordaron las mediaciones económicas y políticas que hay detrás, los sociólogos alemanes reconocieron los procesos de estandarización y producción en serie que la caracterizan, como si de cualquier proceso industrial se tratase. Para Horkheimer y Adorno, el concepto de industria cultural sustituía al de cultura de masas, pues no constituía un arte surgido de las masas mismas.

Aunque la obra de Horkheimer y Adorno estableció los primeros precedentes para los estudios contemporáneos acerca de la industria cultural, cierto es que los modos de regulación y distribución por medio de las instituciones no debe soslayarse. Como apunta el prestigioso académico Armand Mattelart, revisiones teóricas posteriores permiten entenderla como un conjunto de diferentes industrias productoras y distribuidoras de mercancías de contenidos simbólicos, concebidas por un trabajo creativo de reproducción ideológica y social, y destinadas al consumo.

Pareciera entonces que el reinado de los norteamericanos se debiera a que, mediante Hollywood, son capaces de mostrar valores universalmente compartidos, cuando en realidad su poderío se sustenta en el control hegemónico del mercado.

Como sostiene el profesor argentino Fabio Nigra, de la Universidad de Buenos Aires, a inicios del siglo XXI las empresas cinematográficas estadounidenses cosecharon cerca de 11 mil millones de dólares por exportaciones de películas y tres cuartas partes de las entradas de cine que se vendieron en Europa correspondían a la proyección de filmes norteamericanos.

Si este es el panorama a kilómetros de distancia del cuartel general hollywoodense, ¿qué ocurre con los países fronterizos con los cuales mantiene además el famoso Tratado de Libre Comercio de América del Norte? En México, en el año 2000, se consideró un gran logro que, entre las 100 películas más taquilleras, ocho hayan sido nacionales, mientras que 86 fueron del país vecino.

En Canadá, la situación es menos alentadora, pues la proporción del mercado que ocupan los filmes de Estados Unidos solo deja un margen de aproximadamente el 5% para las producciones locales. Así lo refiere Enrique Sánchez-Ruiz, profesor e investigador del Departamento de Estudios Políticos de la Universidad de Guadalajara, en su artículo Hollywood y su hegemonía planetaria: una aproximación histórico-estructural.

La ola neoliberal conllevó a la globalización de los mercados. Tal como grandes fábricas fueron relocalizadas lejos de los «obstáculos» impuestos por los sindicatos y con regulaciones favorables a los intereses del capital, Hollywood buscó nuevos caminos para lograr la reducción de costos de producción junto a la penetración de los mercados externos. Comenzaban a consolidarse los dos procesos concebidos por Lenin: la exportación de capitales y el reparto territorial del mundo. Como cualquier fiesta imperialista la búsqueda de mano de obra barata en el extranjero, así como el envío de los productos de entretenimiento al ámbito internacional fueron esenciales.

Una vez iniciada la era corporativa de Hollywood se evidenció la transnacionalización del negocio. Es común que en los créditos de un filme «norteamericano» aparezca un guionista hindú, diseñadores japoneses, actores británicos y un director australiano. Efectivamente, la producción de una película en países como Canadá o Inglaterra es conocida como producción runaway. Este hecho no responde a la búsqueda de escenarios exclusivos o al interés de Hollywood de mostrar los talentos locales, sino a que fuera de sus fronteras los inversores encuentran contratación y recursos de producción más baratos.

La prensa y el resto de la industria cultural y mediática han pasado de la libre competencia a la transnacionalización.

De igual manera, el contenido de las películas de Hollywood representa el mejor reproductor de la cultura estadounidense. Desde las comedias adolescentes donde la joven porrista se enamora del atractivo jugador de fútbol rugby, hasta el cine patriótico con reiterados planos de la bandera de las 50 estrellas, el público recibe toda una apología al país de Mickey Mouse y las McDonald’s.

La guerra de la desinformación y el Efecto CNN

En la época contemporánea una sola firma controla aproximadamente el 33% de la infraestructura de internet, servicios telefónicos, satelitales y de producción cultural de todo el mundo. A ello hay que añadir que sus principales accionistas también están ligados al Fondo Monetario Internacional, a la familia Rockefeller, a Exxon Mobil, incluso a la industria armamentística norteamericana, entre otros círculos de poder. ¿De quién se trata? Nada menos que el reconocido conglomerado Time Warner/ AT&T, que en 2017 se fusionaron por un valor de 85 mil 400 millones de dólares.

La megaempresa agrupa, a su vez, a la principal cadena de noticias a nivel mundial: la CNN. Los orígenes de la red informativa se remontan a la década de 1970, cuando Ted Turner, su fundador, compró una pequeña estación de Atlanta. Poco a poco, Turner adquirió un estatus preferencial en los medios norteamericanos y para 1986 comenzó a expandir su emporio mediante la compra de la división de entretenimiento de la Metro Goldwyn Mayer y CNN Radio. Como explica la periodista cubana María del Carmen Ramón en su tesis CNN y sus per-versiones sobre Cuba, la cadena adquirió el 75% de las acciones del edificio de Atlanta en Marietta Street, sede de CNN.

El imperio creado por Turner continuaría expandiéndose a otras lenguas y soportes. Aparecieron así nuevos canales y el sitio web cnnenespanol.com, de manera que en la actualidad cuenta con 16 cadenas de televisión, ocho páginas web, dos cadenas de radio y servicios de noticias por teléfonos móviles, al tiempo que emite en más de 200 países y se estima llegue a un billón de personas.

Cabe preguntarse entonces, ¿puede ser creíble un noticiero manejado por los fuertes hilos del dólar? ¿A qué intereses responde realmente? Para principios de los 2000, la CNN gozaba de un gran posicionamiento a escala internacional. Entre sus logros figuraban el haber sido el único medio autorizado por el gobierno iraquí para cubrir la Guerra del Golfo y el primero en cubrir los atentados del 11 de septiembre.

A partir de ese momento, CNN firmó contratos con cadenas de todo el mundo para que televisoras de menores recursos recibieran la señal estadounidense. No solo rodaban sus mismas imágenes, sino que replicaban sus comentarios. Fue a partir de entonces cuando comenzaron a desarrollarse los primeros estudios de lo que se denominó el llamado Efecto CNN.

Así, por ejemplo, cuando Dick Cheney, secretario de Defensa norteamericano y el jefe del Estado Mayor Colin Powell anunciaron que Sadam Husseim había arrojado al Golfo sus reservas de petróleo, la CNN confirmó el hecho mediante imágenes de un cuervo cubierto del crudo. Sin embargo, la agencia Reuters explicó que se trataba de una pequeña marea negra provocada por el ataque estadounidense a un buque iraquí.

Otra mentira a cargo de CNN sucedió durante la cobertura de la caída de las Torres Gemelas, cuando la cadena proyectó un video de palestinos que supuestamente festejaban lo sucedido, pero que en realidad correspondía a una celebración de hacía una década. El hecho ocurrido ese día les garantizaba suficiente tensión en sí mismo, pero el medio decidió ponerle otro ingrediente al drama y tan solo minutos después del incidente, sin tiempo para iniciar ninguna investigación, culparon a Bin Laden.

A las pocas horas, CNN anuló la emisión del resto de sus televisoras para que en todas se emitiera lo que se difundía en la CNN de EE.UU. Debido a ello, la mayoría de los espectadores a nivel mundial se perdieron las secuencias del incendio en el anexo de la Casa Blanca, pues fue ABC quien difundió el material en directo. Por si fuera poco, horas después CNN televisó un bombardeo de Kabul en vivo que presuntamente sería la respuesta de Washington a los atentados. Cuando la farsa fue descubierta, los directivos aseguraron que las imágenes sí eran en directo, pero que habían sido mal interpretadas.

En torno a la invasión de Afganistán, CNN llevó a cabo una manipulación tan burda que hasta editó un manual para sus corresponsales sobre cómo cubrir la guerra. En el documento se indicaba no hacer énfasis en las víctimas civiles, ni en las penurias por las que atravesó la población y, por supuesto, recordar siempre el atentado. El poder de las imágenes se echó en un bolsillo la credibilidad del pueblo norteamericano que confió más en las versiones televisivas que en las oficiales. Con la retórica de la venganza legitimaron el ataque a la nación árabe y la superioridad del país más poderoso del mundo.

Cae el mito de la libre competencia

En palabras del español Manuel Vázquez Montalbán, la progresiva conversión de la comunicación social en persuasión social de cara a orientar el consumo de ideas y mercancías es inexplicable sin tener en cuenta la propia lógica de la superproducción del sistema capitalista y las necesidades estratégicas de levantar muros defensivos ante el avance ideológico del enemigo.

Pese al dominio de la CNN en Estados Unidos y particularmente en América Latina, gracias a CNN en Español, el escenario noticioso ha cambiado. Hoy la compañía fundada por Ted Turner tiene que competir con BBC World, la televisora árabe Al-Jazeera o Fox News. Sin embargo, volvemos sobre el mismo punto, ¿realmente la competencia ha generado diversidad en la oferta o se trata de algo similar a lo que ocurre con Hollywood y las producciones cinematográficas indias y chinas?

El fenómeno de la globalización evidencia que la programación para la audiencia del subcontinente está lejos de mostrar la identidad latinoamericana, sino una construcción basada en la mirada estadounidense, con escasas excepciones como la transnacional teleSUR.

La periodista Lucía Newman, quien ejerció durante años como corresponsal de CNN en Cuba, confesó en una entrevista para el diario argentino Página/12 que América Latina solo interesaba a la cadena si ocurría algún conflicto violento. El valor de la información dependía de los niveles de confrontación de los gobiernos nacionales con las grandes potencias de Occidente, de manera que solo Cuba, Bolivia y Venezuela conformarían América Latina.

Igualmente, la CNN, a través de conductores con acentos neutralizados y perspectivas aparentemente distanciadas ofrecen una imagen de transparencia que le permite acceder a públicos heterogéneos. No obstante, el formato del noticiero del canal CNN en Español es una copia fiel de la cadena CNN Internacional.

Los medios de comunicación, al igual que todo el sistema empresarial capitalista, han pasado de la libre competencia a la transnacionalización. Ante este panorama parecen enterradas las utopías del pluralismo, la independencia e incluso la libertad de expresión. La acelerada fusión de los medios hasta llegar a conformar grandes conglomerados significa que la sociedad recibe cada día mensajes más uniformes, superfluos y enajenantes.

Hollywood y CNN, dos caras de la misma moneda y piezas clave de exportación ideológica norteamericana, figuran como ilustrativos ejemplos para demostrar su condición de mediadoras entre los intereses de los Estados y la legitimación y reproducción del sistema.

¿Existe entonces la famosa objetividad y pluralismo dentro de toda la pirámide económica sobre la que se erigen? La actuación pasiva y cómplice de los Estados ha condicionado también la carencia de políticas comunicativas que garanticen la gestión compartida de la información. El lugar de las instituciones gubernamentales ha sido ocupado por el mercado, donde la única ley imperante es la del capital. Los medios de comunicación quedaron a merced del poder económico, y con él la oportunidad de soñar con miradas alternativas y una verdadera democracia de la información.

 

Imagen de portada: Tanto la televisión como el resto de la industria mediática se rige por patrones comerciales que atentan contra la calidad de los contenidos

 

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Mabel Sánchez Torres
Lic. Mabel Sánchez Torres. Profesora Adiestrada en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Periodista en Cubavisión Internacional.

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