TRABAJOS DE LOS PNP JOSÉ MARTÍ

Demetrio Presilla, señor de níquel

Un ingeniero reflejado por el cine y la televisión y que ahora, sin los aderezos de la ficción, se define con sus carne y sus huesos, su genio y su figura

¡Presilla es del carajo!

Usted pensaría de ese modo, apartando malentendidos de la decencia, si lo oyera hablar sin conocerlo. E igual si lo conociera. Pero entonces lo pensaría en el sentido incalculablemente expresivo con que los cubanos definimos a una persona incapaz de caber en un elogio prescrito por los diccionarios.

Un obrero me previno mientras aguardábamos a que el ingeniero Demetrio Presilla consumiera su almuerzo. “No se deje impresionar –dijo: En el fondo no hay nadie más noble que él”. Y resistí cuando aquel hombre –que casi rozaba el techo con la cabeza- negó con su voz de cañón:

-No doy entrevistas. Ustedes siempre preguntan lo mismo, y a mí no me gusta recordar historias antiguas…

Insistí. Y prometí no mencionarle el momento cuando los dirigentes de la Federación Minera de Moa le pidieron: ¿Eh, Presilla, no se podría echar a andar la planta? Él aseguró esa posibilidad. El Che Guevara confió en la certeza del ingeniero. Y este destrabó las máquinas a punto de ser copadas por la telaraña después de la ida de los norteamericanos.

Son, en fin, episodios de la épica civil de la Revolución recreados con acento realista en la película Polvo rojo y la telenovela Lengua de pájaro.

Bajó los ojos para mirarme. Movió los labios como hablando consigo mismo.

-Está bien: Mañana sábado nos veremos…

BOSQUEJO PARA UN AUTORRETRATO

El portal de la casa permanece sin techo. No lo necesita. Tantos árboles lo cercan que en aquel sitio del poblado minero de Nicaro, en la provincia oriental de Holguín, hay siempre luz, nunca fuego. Lo experimenté el día cuando Presilla quiso concluir conmigo en 15 minutos, pero se contuvo diciéndose –como suele en casos similares-: Oye, Presilla, es un ser humano. Y las horas se alargaron. Él hablando; yo escuchando y  apenas hablando.

Tengo 72 años. A los 12, mi padre, comerciante español de Mayarí, me envió a Estados Unidos. Regresé a los 24 con los títulos de ingeniero químico y químico farmacéutico. De 1939 a 1943, no trabajé. No había qué hacer. En el 41 viajé a La  Habana para revalidar mis conocimientos de farmacia. No pude. Te ponían un examen y siempre te colgaban. Les pasaba a otros. En esa época ni médicos ni ingenieros conseguían revalidar sus títulos en la Universidad. Solo un genio, un fenómeno. Para sobrevivir se me ocurrió fabricar dinamita. Logré pólvora negra a base de nitrato de sodio, azufre y carbón molido. Como es natural no tenía potencia. Pero persistí. Y tuve la osadía de fabricar nitroglicerina por encargo de un comerciante. ¡Qué osadía! Propia de un individuo autosuficiente e ignorante. Así era yo. Producirla es fácil. El problema reside en saber controlarla. Si me hubiera descuidado: Puf, a volar.

–Se afirma que usted es un sabio; también un jefe exigente, implacable, y a la vez un hombre generoso,  modesto. ¿Cierto?

–Soy simplemente un hombre práctico, operativo, con una gran experiencia en lo que concierte a las relaciones entre máquinas y producción. Violento, pero con dominio; triste, pero irónico.

–También se comenta que usted se ha transformado en un regañón, peleón, dicen. ¿Por qué?

–Porque a veces me siento frustrado.

Dudé. No entendía. Repetí entre dudas: ¿Frustrado?

–Créame. Soy un perfeccionista y me duelen las imperfecciones. Peleo cuando las cosas salen mal. No admito las deficiencias.

LA VIRTUD DE SABER QUIÉN TE ENGAÑA

La esposa interrumpía. Le precisaba una fecha; le trasmitía un recado. Herminia Thomas, de origen jamaicano, confesó haberse enamorado del ingeniero desde la adolescencia. “Era un hombre muy fino”. Engendraron cinco hijos. Unos son médicos, ingenieros; otros, geólogos. Presilla aún no concibe que él haya engendrado muchachos con tanto  intelecto.

Vine a casa a celebrar la Nochebuena de 1942. Y me enteré que unos americanos realizaban en Ocujal unos estudios para abrir una fábrica y explotar yacimientos lateríticos. Me fui a pie, con un amigo, por el camino viejo de Sagua de Tánamo, Treinta kilómetros. Comimos dos sándwiches de 30 centavos.

Encontré a un americanos de uno 60 años. Trazaba sobre una mesa el plano del ferrocarril de Nicaro a Ocujal. Le dije que buscaba empleo, que era ingeniero. El americano llamó a otro señor. Resultó ser míster Wilson, uno de los socios que construiría  la Nicaro Nickel Company. Venía con su esposa. Él, cincuentón; ella, rubia, lindísima, como un trueno, Supuse que estaban en luna de miel.

Me prometió que cuando la fábrica arrancaran yo trabajaría en ella. Claro, mi padre decía: “Tú eres ingeniero, pero hay que trabajar en lo que sea”. Y yo estaba ayudando a mi familia en la ferretería –siempre tuve tendencia hacia los hierros- cuando, a los dos años, llegó el telegrama en el que aquel míster Wilson cumplía su compromiso. Fue un caballero, porque yo era un desconocido para él. O quizás lo hizo para que no dijéramos que los americanos menospreciaban a los cubanos. Nunca más lo vi.

Ese fue mi comienzo en el níquel. Parece increíble, ¿verdad?

-Usted se relacionó con el Che, ¿piensa frecuentemente en él?

Entornó los ojos. Redujo el volumen de su voz.

-A menudo. Lo recuerdo como un hombre silencioso. Transparentaba la ironía de los argentinos, pero también fe en el  hombre honrado. Su intuición era inmensa. Cuanto te miraba, enseguida conocía si intentabas engañarlo.

“El intelecto del Che condujo a que rehabilitáramos la planta de Moa. Tuvo la visión sociopolítica y eonómica. La mía era técnica. El Che sabía que si poníamos a producir la fábrica se vería en el extranjero que el socialismo no era un solo un fenómeno social, sino también tecnológico.

“Él me autorizó: ´´Metale mano, Presilla´´. Y no se me ocurrió pensar que estaba haciendo algo extraordinario”.

MÁS PERDURABLE QUE LOS HIERROS

Los brazos de Presilla parecen remos: Habla y los mueve.

Me presenté al jefe de Personal de la compañía. Me porte un poco pedantemente, pero me perdonó. Comprendió que era un defecto de juventud. Me dijo: “Busque el pasaporte, que va a entrenarse en una planta piloto en Tejas”. Uno o dos días más tarde, un hidroavión Catalina me dejó en Miami. Me esperaban. Viajamos a Freeport, a unas minas de azufre llamadas Haskins Mound. Regresé a los dos meses. Éramos once cubanos.

Empecé en la Nicaro como inspector de concreto. Y después pedí pasar a los hornos. Y trabajé en ese departamento siendo un ignorante. Y luego me fui expandiendo por interés intelectual, crítico. Y los jefes me trasladaban. De hornos –lo más complejo en ese tipo de procesadora- sé bastante, aunque me falta mucho por saber.

-¿Lee habitualmente?

-Soy un lector omnívoro: La Biblia, literatura clásica, latinoamericana, europea. Leo a Shakespeare en su inglés original. A Martí. Ah, y a Martí lo cito con frecuencia para rematar, en mi jerga, una perorata. Repaso con frecuencia su poema “Yugo y Estrella”; es la exposición del hombre profundo. Me gusta el uso del símil; da color a la literatura. Lo que llaman bellas letras es más perdurable que los hierros. Y le confieso: A mí los hierros me esclavizan.

-¿Qué le ha proporcionado la lectura?

-Dominio sobre la vida mediante la expresión y el saber. He mantenido mis conocimientos actualizados.

-La oficina qué significa para usted como ingeniero.

-El lugar donde recibo el informe de la fábrica por la mañana. Lo más rápido posible. Después voy a recorrer la planta completa. Ahora inventamos el consejillo, que es una manera de perder el tiempo. Estoy cansado de decirlo: hay métodos de dirección incorrectos. Una de las cosas que más me molesta es no saber temprano el estado de cada sector de la planta.

-Circula la versión de que usted es un trabajador incansable…

-A veces me canso… Bueno, creo que me habitué a trabajar, y el descanso lo hallo en el trabajo. En el agrícola, que es también un acicate. Porque no hay ciencia más compleja que la agricultura. La química del suelo supera a la de cualquier proceso industrial. Se juntan química y vida.

-¿Si dejara los hierros a qué se dedicaría?

-A la filosofía y la agricultura. No existe nada  más profundo que la agricultura.

CON LA ADARGA AL BRAZO

Presilla ha vuelto a las hazañas de su madurez. Solamente va los fines de semana a su casa. Se ha radicado nuevamente en Moa, distante 90 kilómetros de Nicaro. El día lo pasa entre tensiones y prisa. Sube escaleras; baja escaleras. Entra en un departamento;  sale hacia otro… Se acerca a los hornos; mira por el ventanillo… Los reflejos de la candela le pintan la cara de amarillo rojizo. Marcha al cuarto de controles…

Se le aprecia rejuvenecido  -si es que alguna vez envejeció- en el ámbito ruidoso, convulso de la Ernesto Che Guevara, procesadora recién inaugurada y con desajustes productivos, que ya disminuyen de acuerdo con el parecer del ingeniero.

-¿Lo llamaron ahora como hace 28 años?

-No; me ofrecí. Tanto molesté que me dijeron al fin: Venga. Entonces puse una condición: Llevar mis propios técnicos…

-¿Cuáles?

-Un grupo de obreros, la mayoría jubilados. No tienen títulos, pero pasaron 20, 30 años junto a las máquinas. Saben más que yo. Ven detalles que el técnico no puede apreciar, ni están en los textos.

-Por supuesto, tendrá algún otro ingeniero en el grupo…

-No elegí a ninguno para asesorarme en el rescate de la Che Guevara; existen allí muy pocos expertos en la visión integral, ancha, de la planta. Conozco a uno, quizás tres.

-¿Por qué tan pocos?

-Los problemas de la Che Guevara son la evidencia de una enseñanza impropia en la tecnificación de los hombres. Además, el ingeniero no busca su puesto: se lo dan. El culpable es quien lo otorga; se hace  cómplice inconsciente del error.

-¿Y usted en verdad consulta a sus obreros?

-¿Qué si los consulto? –repite elevando la explosión de su voz. Al principio nos quisieron separar. Ellos en un lado y yo en otro. Me negué. Porque qué es un hombre sin una masa que lo apoye. Qué hago en un alojamiento cómodo, aislado de mis auxiliares. Quienes me ofrecieron esas comodidades no me entienden. No saben que necesito hablar con ellos sobre la fábrica durante las comidas, antes de dormir.

-¿Lo complacieron?

-Claro. ¡Cómo no iban a permitir que yo estuviera en contacto íntimo con mi gente!

( Revista BOHEMIA 1988)

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Luis Sexto Sánchez
Lic. Luis Sexto Sánchez. Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida. Profesor Adjunto de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.

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