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Bibliotecas digitales: renovación del templo

Para los monjes antiguos, las bibliotecas eran el almacén del conocimiento sagrado. Para los primeros científicos, posibilitó avances técnicos y curas médicas. Luego, el surgimiento de la biblioteca pública moderna representó una gran aspiración: que la gente quisiera leer y educarse activamente en ese lugar.

Hoy ese sitio no tiene paredes, ni enormes estantes, ni usuarios presenciales, y se puede hablar, escuchar música, o trabajar en equipo cuando se consulta una Biblioteca Digital. Aunque el libro físico aún puede parecer insuperable, cuando leemos en una pantalla solo repetimos esa antigua práctica en otro contexto.

En tal sentido, estos espacios de información en línea no son tan distintos de las salas de lectura clásicas. Como nos recuerda el teórico de la comunicación Marshall McLuhan, el contenido de un nuevo medio es un viejo medio.

La diferencia más evidente es que las digitales permiten el acceso sin importar el lugar o el momento en el cual se encuentre el usuario. Nos facilita consultar recursos académicos y de entretenimiento en archivos de todo el mundo sin movernos de casa, desde la palma de la mano a través de un dispositivo móvil.

No obstante, lejos están de circunscribirse a la reproducción de documentos en un soporte electrónico. El rol de la biblioteca entera cambia, para centrarse en las necesidades de las personas sin importar el formato de la información por brindar.

Se reinventan los servicios tradicionales en función de mejorar la experiencia del visitante. Muchas mantienen la atención personalizada de un especialista por chat o correo, para responder preguntas y guiar las búsquedas. Además, gracias a la digitalización de sus archivos también ofrecen mapas, filmes o grabaciones de audios, que difícilmente encontraríamos en su forma física.

De referencia es la Biblioteca Digital Mundial por acumular cerca de 20 000 artículos sobre 193 países y documentos comprendidos entre el 8 000 a. C. y el año 2000. La iniciativa de la UNESCO y la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, lleva a Internet fuentes primarias con parte del patrimonio cultural de la humanidad. Incluso, numerosos archivos antiguos relacionados con Cuba.

Cada página presenta detalles de contenido adicional, preparado por expertos con el objetivo de aportar contexto y describir los materiales existentes en más de cuarenta lenguas. A la par que da acceso gratuito a todos los fondos fechados antes de 1923 y archivos oficiales publicados después.

Asimismo, destaca Internet Archive, que contiene desde capturas de sitios web públicos, recursos multimedia y libros hasta software. Entre sus secciones más populares se encuentra la colección Moving Images, que suma un aproximado de 19 000 archivos de videos con películas originales de entre 1927 y 1987.

Por su parte, la Ciberoteca tipifica la cultura colaborativa de la web. Con el objetivo de facilitar la localización de contenido literario, técnico y científico en la red, todas las referencias enlazan los materiales en sus sitios de origen. Al tiempo que amplía sus catálogos, con el aporte de estudiantes, profesores y demás usuarios.

En esa idea de organizar mejor el acervo cultural en un soporte diferente al papel, igual se inspira Proyecto Gutenberg. Se considera la biblioteca digital más antigua y a partir de su base de datos se han desarrollado hasta aplicaciones de móviles. Archiva obras literarias de importancia histórica en inglés, español y otros idiomas.

Otra característica marcada suele ser el nivel de profundidad y cercanía a un tema. La Biodiversity Library, por ejemplo, presenta un archivo dedicado de forma exclusiva a la preservación de imágenes y documentos relacionados con la botánica, la vida silvestre y la biodiversidad.

Pero si el interés va más dirigido a la literatura hispanoamericana, se puede explorar la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Creada en 1999, su catálogo ostenta cerca de 135 mil registros bibliográficos, de los cuales casi la mitad son libros. Incluye, a la vez, estudios críticos y de investigación, materiales antiguos, revistas, periódicos, audiovisuales, archivos sonoros y videos en lengua de signos.

Entre sus secciones más atractivas aparecen las dedicadas a Latinoamérica y el Caribe. Ejemplo del valioso material que contiene de cada país, son los catálogos de la Biblioteca Americana y la Virtual de las Letras Mexicanas.

En nuestra región, llama la atención por su enfoque participativo la Biblioteca Virtual del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). El sitio entrega textos digitales de ponencias, tesis y artículos relacionados con las investigaciones de sus centros asociados. Así como audiovisuales, radio en línea e imágenes que aumenten el impacto de la producción académica en la sociedad.

Tal vez una regularidad en el área sea el mayor desarrollo de las bibliotecas digitales cuando se relacionan con universidades. Ese es el caso de la Daniel Cosío Villegas (en México), donde existe una de las colecciones sobre ciencias sociales y humanidades más destacada de América Latina. El sitio por demás, presenta facilidades de navegación y consulta de forma directa.

También está la propia Biblioteca Central «Rubén Martínez Villena» de la Universidad de La Habana; donde se enlazan los repositorios de otros centros de altos estudios del país. Sin embargo, no siempre permite acceder a sus recursos desde Internet. Entonces, se hace necesario acudir a su espacio físico tradicional.

Igual de obligatoria se vuelve la visita a la Biblioteca Nacional de Cuba «José Martí», dado el proceso de digitalización en que todavía se encuentran muchos de sus materiales. Si se busca literatura cubana en formato digital, una alternativa es el portal de la Editorial Electrónica Cubaliteraria.

Por otro lado, un espacio verdaderamente útil y no tan divulgado resulta la Biblioteca Virtual sobre Género en Cuba. El sitio reúne la producción científica y periodística de más de 1 400 estudiosos del tema desde 2005. Mantiene una actualización constante con textos completos descargables que abordan entre otras aristas violencia, diversidad, educación, política y economía.

Para muchas librerías, editoriales y bibliotecas –no solo de Cuba– tuvo que llegar la COVID-19 a activar los sensores de la desconexión casi total. Entonces, se pusieron en práctica sistemas de venta y distribución a domicilio o accesos rápidos para la descarga de textos, como hizo Casa de Las Américas.

Ahora, esas experiencias deberán marcar el ritmo de transformación. En especial para las bibliotecas universitarias. Es cierto que tal cambio demanda de infraestructura tecnológica y especialización humana. Pero también repercute en el impacto que estos centros, convertidos en gestores de material de acceso abierto, pueden tener desde lo socio-cultural.

En oposición, mantener la visión de la biblioteca como un lugar fijo y de férreas medidas de comportamiento interno, va contra algo mucho mayor: la cultura de la interactividad del siglo XXI. En este momento, la gran sala del culto al conocimiento se supedita a la acción activa de los usuarios en línea. La búsqueda de información salió hace tiempo de las paredes de los edificios.

Los estudiantes, al menos en ocasiones, visitamos las bibliotecas porque no todo está en Internet o por el placer de tratar con esos templos. El resto del tiempo hallamos los datos en búsquedas en Google y necesitamos listas de bibliotecas digitales del mundo donde encontrar fuentes más sólidas, aunque sean de una realidad distante.

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