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El valor del tiempo. Lecciones aprendidas

Aquel día del 2020, en que un grupo de dirigentes cubanos de primer nivel comenzó un recorrido acelerado por distintas provincias cubanas, interesándose por el funcionamiento de los laboratorios de biología molecular, quizás pocos reparamos en la importancia del tema y su prioridad.

Se cernía sobre Cuba el peligro mortal de la COVID-19 y ya desde la ciencia se había hecho un modelaje sobre posibles impactos, cantidad de casos, fortalezas y debilidades, distribución territorial. De todos, el razonamiento político más importante pudo haber sido: habrá que enfrentar lo que se nos viene encima con recursos humanos y materiales propios. De tres laboratorios en esa especialidad en todo el país, se pasó a contar con al menos uno en cada provincia en pocos meses (27 en total).

Algo similar sucedió en aquella jornada, también del 2020, en la que nuestro presidente conversó con científicos y expertos cubanos del sector de la salud y de la biotecnología, más que para exigirles un resultado o imponer una meta descabellada, para conminarlos a dar lo mejor de sí y poder contar al menos con una vacuna cubana ante la pandemia. Era como pedirles construir un dique de tamaño monumental, contener el río Nilo en una crecida con unos cuantos ladrillos y un poco de cemento. De manera casi automática los que habían sido retados dieron el sí por respuesta.

El sueño era de tal magnitud que quien lo proponía pudo haber tenido un segundo pensamiento respecto al reto que planteaba y, los que se comprometieron, sintieron que respondían más con convicción que con objetividad. Probablemente ninguno durmió esa noche.

En ambas ocasiones, los protagonistas de estos hechos habían realizado un viaje al futuro, unos más conscientes y otros menos. Con la información científica recopilada hasta el momento sobre la COVID-19 se establecieron cotas de tiempo, se hizo ingeniería inversa y se proyectaron escenarios. Es la única manera de evitar que lo que está por venir te sorprenda e intentar dar marcha atrás al reloj.

¿Cuál hubiera sido el costo en vidas para Cuba si no se hubieran realizado estos cálculos, si no hubiéramos construido ese futuro desde el presente?

El resto de la historia es conocida, la prensa cubana ha brindado innumerables detalles de la intensidad con que se trabajó en los centros de BioCubaFarma y otras dependencias de salud y académicas. Pero quizás sea menos conocido, que expertos y directivos tuvieron que sustraer meses y semanas de trabajo de otros proyectos para cumplir con este nuevo.

Tal como sucede en la informática, en la biotecnología existen soluciones parciales “prefabricadas” para ciertos procesos. Cada vez que se comienza una tarea de programación, o se hacen cambios en una molécula o en el ADN, no se parte de cero. Uno de los temas más interesantes en esta guerra contra el tiempo vino desde el lado organizacional, más que del científico. La COVID-19 fue el “enemigo” que obligó a los diversos componentes de BioCubaFarma y del sistema de salud cubano y otras esferas a integrarse y trabajar como nunca antes, y lo lograron.

No son las mismas cotas de tiempo si usted accede sólo a los recursos que posee su institución para responder a un reto que si, por el contrario, puede contar con lo que aportan terceros. A pesar de que tenemos poco entrenamiento empresarial para hacerlo, en este ejercicio se contó con una ventaja que puede ser única para Cuba. En lugar de firmar contratos, hablar de precios y regatear, negociar y agregar peros innecesarios, cada cual fue a su propio centro y trajo para el uso común el mejor conocimiento, los mejores equipos, las mejores prácticas. Esto no sucede todos los días en todas las latitudes. Pero es menos común que personas y medios de tan diverso origen ocupen el lugar preciso en un mecanismo de relojería bajo una dirección integradora, que todos comprendan el tiempo preciso que se requiere para escuchar, decir y decidir sobre cada idea.

Gracias a estos modos de actuar y muchos otros, el sistema de salud cubano ha acumulado una experiencia única y, en especial, la OSDE BioCubaFarma ha alcanzado otra altura en el ranking de empresas del mundo que tienen un mandato social similar. Todo, tomado de conjunto, significa haber creado un nuevo valor y permite hacer vaticinios sobre cómo enfrentar una nueva pandemia (futuro), cuando la mayoría del mundo todavía no se recupera de la actual (pasado-presente).

Reconociéndole a esta experiencia su valor épico, hacia finales del 2021 los cubanos pensábamos que no tendríamos un reto similar por algún tiempo, más allá de los conocidos huracanes que nos movilizan tanto y tan frecuentemente. Vivimos el dolor de los sucesos de Saratoga y, aún sin sacudirnos el trauma, observamos atónitos las grandes llamas en la Base de Supertanqueros de Matanzas.

Y en esta experiencia dolorosa, de nuevo reconocer el valor del tiempo nos salvó de pérdidas de todo tipo y muy superiores a las sufridas.

En primer lugar, habría que hablar del tiempo heroico de los que se movilizaron sin llamada alguna, o de los que asistieron a la escena con solo escuchar la voz de mando. Se cuentan todos, dirigentes, bomberos, socorristas, piperos, peritos y pueblo en general.

Desde mucho antes del Rescate de Sanguily y aún después del regreso de Elián y de los Cinco Héroes, los cubanos estamos formados en el ideal de no abandonar al prójimo, de responder sin vacilación a una situación de peligro y dejar las meditaciones para después. Está en nuestro ADN.

Pero hubo otras decisiones que requirieron una actuación más consciente y que acortaron el tiempo, para lograr el éxito de manera trascendente. Por razones de espacio nos referiremos solo a dos, entre muchas importantes.

La primera fue llegar a la conclusión en pocas horas de que teníamos que contar con ayuda internacional. Este cálculo se hace en situaciones de menos tensión restándole a las capacidades propias el tamaño de la tarea. Pero la historia ha puesto ante los cubanos tantas vicisitudes, que no es raro que como connacionales confiemos de forma ilimitada en nuestras fortalezas y no recordemos a veces las debilidades.

Esta determinación de por sí acortó en unas cuántas jornadas la batalla contra las llamas y redujo, considerablemente, la posibilidad de que se volvieran a producir explosiones fuera de control. En la decisión también tuvo un rol importante valorar a quién dirigir la solicitud y a quién no.

Las autoridades mexicanas y venezolanas dieron una muestra de solidaridad inolvidable e invaluable. Pero sus respuestas positivas agregaron otro factor que pudo implicar que se consumiera más (y no menos) tiempo que el necesario para controlar el incendio.

En situaciones de catástrofe, y salvo que se hayan realizado ejercicios conjuntos de práctica con anterioridad, resulta difícil hacer funcionar como un todo único a especialidades y mandos que pertenecen a diversas instituciones, integrar perspectivas y pareceres. La complicación es aún mayor si se suman extranjeros, con experiencias, recorridos y expectativas diferentes. Por suerte no hubo que lidiar con el tema idiomático. Y de nuevo la pregunta ¿cómo adelantarse en tiempo al problema?

En ese sentido, fueron vitales las comunicaciones que se sostuvieron antes con los especialistas que llegarían desde el exterior. Era un lujo comenzar las  coordinaciones después del arribo de aquellos. Cada una de esas conversaciones y mensajes escritos ahorró horas y posiblemente días en la tarea.

En aquellos momentos de agosto los minutos parecieron siglos, pero de la primera llama a la última distaron solo cinco días. Estaban creadas todas las condiciones para que la tragedia fuera aún mayor y si miramos hacia el exterior y comparamos lo sucedido con eventos similares, que han ocurrido en países que cuentan con todos los recursos para enfrentarlos, entonces esas 120 horas alcanzan otra dimensión.

Compartiendo estas reflexiones con la Dra Rosa Miriam Elizalde ella comentaba que la experiencia de lo sucedido en Matanzas, había influido incluso en acortar tiempo comunicacional de nuestros medios informativos. La inmediatez de la noticia habría sido efectiva desde el primer momento. Pero corresponde a una especialista de su talla tratar dicho tema según considere y la invitamos a que exponga su razonamiento al respecto.

En resumen, frente a la COVID-19 y frente a este incendio inédito una clave del éxito ha sido, sin dudas, la utilización del tiempo. Los peligros mortales nos hacen crecernos y crear capacidades que usualmente no mostramos, o consideramos no tener.

De las lecciones aprendidas siempre debemos  extraer el conocimiento que nos pueda servir para lograr nuestros objetivos en otras esferas sin dilaciones innecesarias. No deberíamos esperar a estar contra las cuerdas, para sacar el mayor provecho a la unidad de tiempo de que disponemos, en función de una meta.

Entrenémonos todos en la capacidad de prever. Tal como reciclamos hoy los restos metálicos de los tanques destruidos, podemos revisitar lo hecho y pensar cómo se puede utilizar la experiencia acumulada para resolver otros entuertos.

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José Ramón Cabañas
Director del Centro de Investigaciones de Política Internacional del MINREX. Fue Embajador de Cuba en EE.UU.

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