FIEL DEL LENGUAJE

Fiel del lenguaje 49 / Virus, plagas

La tecnología no es culpable de errores cometidos en su nombre, o por falta del necesario cuidado al usarla. Con ella puede ocurrir eso que los antiguos vieron como una realidad general: virtudes y defectos, ventajas y desventajas, son las caras de una misma moneda. Si se dejan de la mano, las facilidades que la tecnología ofrece para el trabajo y la creatividad pueden conducir a desaguisados y despropósitos.

Quizás hoy se recuerde poco la propuesta de sepultar la ñ. Los nuevos recursos tecnológicos se gestaron mayormente en ámbitos anglohablantes o dominados por el inglés, que no usa tildes —la virgulilla de esa letra, acentos, diéresis—, y no se tuvo en cuenta su empleo en otras lenguas. Todavía hoy en dominios como direcciones de correo electrónico y de espacios digitales resultan inviables, pero ¿será por siempre así?

Hasta donde sabe quien escribe estas líneas, aún esos espacios no admiten la ñ, ni otros caracteres con tildes, tan necesarias en español y otras lenguas. Las hay con sistemas de acentuación mucho más complejos y determinantes entre las mismas romances, como la portuguesa y la francesa. ¿Qué decir de las eslavas?

Pese a exclusiones como las señaladas, la ñ perdura. Para poner ejemplos publicables sin sonrojo, vive en la médula de familias de vocablos como cariño, niñez o entrañable —o ñoñería, donde se repite como si ella misma fuera ñoña—, y hasta en el nombre del idioma, español, así como en el del país donde nació. Crímenes de la colonización mediante, desde allí creció como patrimonio de una de las más vastas comunidades lingüísticas, una familia de pueblos que lo han enriquecido en la cotidianidad y en la expresión literaria.

Algunos estragos lingüísticos se derivan, y no solo en español, de inercias asociadas a la tecnología, pero a menudo los ocasionan quienes la usan. Acaso por no ser diestras en esos recursos, o por comodidad, personas con responsabilidad profesional en el cuidado del idioma confían a otras que sí tienen tal destreza la creación de sus páginas digitales y cuentas de correo en que sus respectivos nombres acaban apareciendo sin las tildes pertinentes y no por limitación tecnológica.

En las redes abundan apellidos que, en vez de aparecer correctamente escritos —Pérez, Gómez o Velázquez, por ejemplo—, se ven desfigurados por la ausencia de la tilde correspondiente. No es culpa de la tecnología, como tampoco lo es que artículos y preposiciones que forman parte de nombres y apellidos y en español están naturalizados con iniciales minúsculas, pululen con inicial mayúscula.

Algunos ejemplos son María De Las Mercedes Álvarez, Fernando De Los Cuetos, Humberto La Guardia, y —sin entrar a considerar que es de origen patriarcal, pues solo se aplica a mujeres— una construcción como Juana Prendes Viuda De Irigoyen. Pero no se debe a designios tecnológicos: las máquinas propician activar y desactivar el uso de mayúsculas y minúsculas según corresponda. Por norma, solo para favorecer la precisión el inicio de esos enlaces se escribe con mayúscula si no aparece el nombre de pila de la persona mencionada: De los Cuetos, La Guardia.

Veleidades y pifias desbordan lo ortográfico y llegan al léxico. Es necesario seguir librando una batalla contra un dislate ya comentado en otra entrega de la columna. Es anterior al florecimiento de las nuevas tecnologías y ya se complica con frutos de estas: el uso de plagado como si fuera sinónimo de lleno, pleno, rico o pletórico.

Aunque no solo se vea en ella, abunda en la prensa de temas deportivos, donde a menudo las incorrecciones fulguran de tan atléticas y gozan del favoritismo otorgado por el desconocimiento y el descuido. Se alude así a uno de los traspiés que pululan en esa área: la confusión de favoritismo, que es ilegal e inmoral, con ventaja, que puede tener bases tan sólidas y éticas como la consagración con que se practique un deporte.

Desconocimiento y descuido llegan a los contenidos específicos del deporte sobre el cual se habla, lo cual muestra una actitud ajena a la información y al sentido común. En no pocas ocasiones se establece una correspondencia errónea entre el promedio de carreras limpias permitidas por un lanzador de pelota y su índice de efectividad: se ignora que son inversamente proporcionales y que, si aumentan las carreras, el índice de efectividad disminuye, no crece.

Cuesta asimismo entender que no se detecte la connotación negativa de plagado, adjetivo que no viene de maravilla ni de nada parecido, sino de plaga, y ninguna es buena. Pero harto frecuentemente aparece en expresiones como “una competencia plagada de sorpresas maravillosas”, o “un campeonato plagado de grandes atletas”. Tan necesario ha sido reiterarlo, que la columna puede terminar plagada de repeticiones.

Quienes no se hayan dado cuenta de que tales enunciados son fallidos podrán creer que tienen un aval para usarlos en el empleo de viralizar, término propagado como una plaga al calor de las nuevas tecnologías de la información. Derivado de virus, guarda estrecho parentesco con plagado y se aplica a lo difundido con velocidad viral, independientemente de que lo propagado sea bueno o malo, estimulante u odioso.

Literal y conceptualmente lo viral se vincula con la propagación de plagas: la cantidad de inmundicias que inundan las redes sociales, que hacen honor a su nombre por su utilidad, y por lo mucho que enredan. Ojalá las verdades corriesen con tanta eficacia al menos como las mentiras, para las que ha prosperado fake news, en inglés, lo que remite a una realidad sobre la cual volverá esta columna en otro momento.

¿A qué deben su poder viral —dañino— las mentiras? No será aventurado asociarlo con los infectos intereses que hay detrás de ellas, por un lado, y, por otro, con la nobleza de la verdad, tan víctima de sus propias buenas intenciones que a veces termina arrinconada en la candidez. El sabor de viral pudiera favorecer que a quienes desoyeron el sentido común y las advertencias que numerosas voces hicieron sobre el mal uso de plagado, les dé por suponer que viralizar viene a darles la razón, pero no es así.

Algo similar sucede cuando se le da a compartir carácter de verbo transitivo en estructuras donde no lo tiene. Ninguna bondad tecnológica obliga a desconocer que María no le comparte su merienda a Pedro, sino que la comparte con él. Muchas veces se oye a comunicadores profesionales decir: “Les comparto esta información”, pero lo que indudablemente comparten es el mal empleo del verbo compartir.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

2 thoughts on “Fiel del lenguaje 49 / Virus, plagas

  1. profe, como siempre el dedo en la llaga. Aprovecho para llamar la atención de una palabreja., otra más, que está asomando fue fea cabeza, en este caso en el ámbito financiero/bancario, que he escuchado por TV: “bancanizar” (!dios nos coja confesados!). un abrazo

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