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Libertinaje patibulario

Si por cada minuto que transcurre en el mundo se gastan 4 millones de dólares con fines militares, algo anda muy mal. Ese tipo de egresos no es reciente y lo viene anotando con pulcritud notarial, el  Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación sobre la Paz.

Y como es de suponer, si no hace mucho se aplicaban medidas de austeridad, ahora se teme mucho el retorno de ese purgante para las mayorías, al cabo de la mala experiencia provocada por el COVID-19. Buscando achicar de donde no había agua, disminuyeron los presupuestos sociales y por eso mismo está resultando más difícil encarar la actual pandemia. Sucede en países encumbrados, no solo en los tercermundistas que, caso llegado, tendrían ciertas justificaciones para explicar su desamparo sanitario.

Las partidas para guerras y sobredosis de prepotencia no disminuyeron. Bajo la administración Trump, se sabe, se dispuso el empleo de 730 mil millones de dólares para esos fines. Esa cifra corresponde al presupuesto del Pentágono, y no restringe lo dedicado a otras ramas con cordiales nombres que también tienen como objetivo hostilidades ofensivas  y predominio desorbitado.

Lo indica el empleo de 71 mil 500 millones a las operaciones fuera del territorio estadounidense  en sus numerosos emplazamientos en tierra y océanos, y 300 millones más en apoyo a Ucrania,  no para la esfera de su desarrollo, sino con fines bélicos.

En este momento es de esperar que si debido a la crisis económico-financiera generada dentro de EE.UU. en el 2008  y desde allí exportada al resto de las naciones, se mantuvieron esos inútiles derroches, los apuros a ojos vista tampoco debilitarán la aviesa voluntad de pujar para mantenerse no solo en carácter de poderosos, sino exageradamente hercúleos e impulsar a las demás naciones por caminos obviamente intransitables.

Las exigencias de la Casa Blanca para que los restantes países occidentales inviertan  en recetas tan improductivas y resbaladizas llevaron a que la OTAN disponga en este momento de las mayores prodigalidades bélicas en toda su historia. Los compromisos se articulan de manera que cualquiera de los miembros del pacto están forzados a gastar sin necesitarlo o a pesar de circunstancias especiales.

Eso se vio cuando Grecia estaba en su peor momento, pero seguía comprando para su ejército, un desproporcionado aparato, injustificable de atenerse a su tamaño o población y en tiempos de paz. Sus abastecedores fueron EE.UU. –por supuesto- y los socios europeos que tanto presionaron, no en su beneficio, al país heleno.

La evidencia no puede ser pasada por alto. Los gobiernos conservadores que tuvo Atenas antes de su notoria quiebra, invirtieron alrededor del 4% y hasta el 6% de su PIB en ¿defensa?, cuando hasta la OTAN solo exigía el 2% y naciones grandes como Francia y Alemania ni siquiera hoy llegan a ese proporción apremiada con altisonante insistencia por Trump.

En esta etapa, otro caso, pese al extraordinario impasse vivido por Italia, lo dedicado al tema se mantuvo también, de modo que en el primer trimestre del 2020 aumentó, debido a los  mecanismos automáticos creados ex profeso, que obligan a elevar estas partidas.

Italia gasta unos 26 mil millones de euros por año en esa estéril cuenta. Nada menos que unos 100 millones diarios que, a semejanza de los restantes países arrastrados a la destructiva espiral, pudieran dedicarse a equilibrios en economías dañadas por el neoliberalismo antes de la epidemia y estarán flojas tras la trágica emergencia que probó lo inconsistente de un sistema vendido como el mejor de todos.

EE.UU. mismo debería asumir decisiones inteligentes al respecto. Si solo se tuviera en cuenta la astronómica deuda que están arrastrando hace tiempo, no aumentarían lo que tanto acrecienta esa incoherencia que les induce a vender bonos del tesoro a sus “peores enemigos”. Así conceptúan a Rusia y a China.

Moscú, el tercero con mayores reservas en dólares se deshizo de gran parte de ellos cuando Washington les decretó sanciones. La segunda se mantiene como la mayor poseedora de esos compromisos financieros estadounidenses y Trump amaga con embolsarse el pago de los intereses que ese pasivo genera, tomando de pretexto la supuesta responsabilidad del gigante asiático en el tratamiento e información relativos a la pandemia.

La economía de los Estados Unidos se encuentra en una “recesión sin precedentes modernos”, recién afirmó Jerome H. Powell, presidente de la Reserva Federal norteamericana, quien como otros altos funcionarios y expertos, advierte que Estados Unidos sufre un embate excepcional, haciendo difícil cualquier pronóstico en cuanto al tiempo y el modo de llegar a una meridiana normalidad.

Estas voces ven en los 38,6 millones de desempleados actuales (14,7%) uno de los problemas de mayor envergadura, pues la cifra puede llegar al 20%  de la población laboralmente activa, en el corto plazo y aun no remontada la crisis sanitaria. En este ángulo del dilema se observa la inquietud con respecto a una destrucción de puestos de trabajo, no la primera en la praxis metódica estadounidense, pero sí de carácter señalado.

El derroche en auge militar es lesivo para la economía y la concordia internacional. Conceptos inversos provienen del obligado examen al cual llama el escarmiento vivido que encontró bastante desprovisto al omnipotente Estados Unidos en lo referido a provisiones para la salud pues, a semejanza de muchos países, disminuyó un 4,42% de su presupuesto para tan importante rubro humano.

El maldito coronavirus echó a ver lo que, en tiempos normales tampoco es suficiente y debería avergonzar a quienes alimentan generosamente al complejo militar industrial con gran parte de lo exprimido a los contribuyentes, a quienes han asistido en este lance con arbitraria parquedad.

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