FIEL DEL LENGUAJE

Fiel del lenguaje/19 La radicalidad en su debido estadio

Para persistir en el intento de coadyuvar a la erradicación de pifias que hormiguean en el uso del idioma, parece necesario armarse de alma de predicador consagrado. Al autor de este artículo le han preguntado más de una vez —como seguramente a otras personas de quienes puede esperarse algún aporte en ese empeño— “por qué no escribe algo” para enfrentar la epidemia de los errores en el lenguaje, tanto el escrito como el oral.

Lo más desconcertante para él ha sido que se lo preguntan interlocutores con prestigio, o al menos pinta, de informados. Así y todo parecen ignorar —entre otras páginas que le ha dedicado al tema— la columna que tuvo en Juventud Rebelde con el título “Más que lenguaje”, origen del libro homónimo, con dos ediciones; los sucesivos artículos en que durante algunos años mantuvo ese empeño en la revista Bohemia, y los que viene publicando en esta columna, que ya va, con la presente, por diecinueve entregas. Le gustaría que colegas que han compartido —hasta con mayor constancia— el mismo desvelo, hayan tenido mejor suerte.

Es como para retirarse, cabría pensar; pero no queda otra opción menos improductiva que mantenerse firme, o terco, en un afán que permite valorar mejor el origen de la expresión “arar en el mar”: ¿será por lo que apunta a la imposibilidad, o por lo que hace pensar en un tesón comparable con el de Sísifo? ¿Quizás por lo que atañe a convertir lo imposible en, cuando menos, esperanza, si no en posibilidad? En este caso hablar de realidad sería desmesuradamente iluso. Así que ¡a seguir machacando en busca del fiel del lenguaje!

Cuando planeaba esta nota, tenía en mente insistir en que estadio es —en el camino por donde viene de la antigüedad griega y no se explicará aquí: el autor lo ha hecho en otros textos, y también están ahí los diccionarios y las enciclopedias— el nombre de la parcela de terreno demarcada para la práctica de un deporte, o varios, y de ahí que haya dado lugar a la metáfora con que se nombran etapas delimitadas en un proceso histórico, político, científico, cultural… ¿En qué estadio se halla ahora el desarrollo de la epidemia del coronavirus en Cuba?, valdría preguntar, no “en qué estadío”. Este vocablo podrá parecerse a estadía, pero es otra cosa y viene, repítase, de comparar una etapa en cuestión con un terreno delimitado. Decir estadío corresponde a un estadio de la ignorancia, y esta, aunque sea mal de muchos, no debe consolarnos.

Pero se le quitaron al columnista las ganas de extenderse sobre ese tema al oír cómo en espacios noticiosos cubanos, incluido el Noticiero Nacional de Televisión, se sigue dando al adjetivo radical el mismo uso que le dan los medios (des)informativos dominantes: los del imperio, para que no haya dudas. Estos últimos califican de radicales a movimientos caracterizados por la violencia, ya sea esta de signo revolucionario o se inscriba, de modo atroz, en las prácticas terroristas fomentadas por el imperio para capitalizarlas según les convenga.

De tal modo, lo que pudiera ser una acción revolucionaria —rebeldía contra la invasión de un país por un poder foráneo (y los poderes invasores se sabe dónde localizarlos), protesta enérgica contra injerencias y agresiones genocidas— se iguala con lo peor, con lo más repudiable. Y en lo peor se ubica el terrorismo, que también debemos saber cómo y cuándo dar por cierto, porque la palabra terrorismo y sus derivados forman parte del arsenal léxico manipulado por aquellos medios en función de sus intereses. Pero hay que ver —u oír, o leer— de qué desprevenido modo se utilizan también en nuestros medios de información.

No es nada nuevo. En Cuba debemos saber muy bien cómo colonialistas e imperialistas usaron términos como insurrecto, filibustero, facineroso, anarquista y otros, sin excluir revolucionario, a menudo aviesamente equiparado a revoltoso. ¿No habrá sido algo parecido el origen de mambí, aunque estemos ante un nombre que terminó asumido, dignificado y convertido en blasón por el movimiento patriótico cubano?

A la nómina de conceptos satanizados se  incorporarían comunista, socialista, populista y otros. Y cuando a los enemigos de los afanes socialistas les convino generar confusiones para minarlos, crearon la socialdemocracia. Hoy se les llama campantemente socialistas a los socialdemócratas, incluso a los de peor estofa, y un socialdemócrata imperialista interesado en buscar paliativos —no remedios verdaderos, plenos— para salvar su sistema, puede ser calificado de socialista, aunque aspire a presidente del imperio.

En lo tocante al adjetivo radical y el empleo que deberíamos darle en nuestro lenguaje, tenemos la luz de José Martí. Para él estaba muy claro, y debería estarlo para nosotros, qué significa ser radical. Apuntando al origen etimológico del término, escribió claramente en el artículo “A la raíz”, publicado el 26 de agosto de 1893 en Patria, vocero de la revolución —más que guerra— que él organizaba: “A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres”.

Para atender los respetables llamados justicieros que se hacen a buscar un lenguaje inclusivo que no deje fuera a las mujeres, más o menos la mitad de la especie, podríamos traducir internamente hombre como ser humano. Pero en cualquier caso queda claro que, para Martí, no puede ser revolucionario quien no sea radical, porque para revolucionar la realidad es indispensable ir a sus raíces. Y eso es precisamente lo que intentan impedir quienes defienden intereses para los cuales las ideas y la acción revolucionarias son como la cruz para el diablo, y procuran por ello distorsionar lo que huela a radicalidad.

No hace falta que nadie regañe al articulista por repetir las cosas. Él mismo estaría dispuesto a regañarse, si no fuera porque la experiencia diaria le hace comprender la necesidad de la repetición. Para compensar el probable exceso, no se detendrá hoy en otros malos usos que ha tratado en artículos anteriores. Pero parece ineludible volver sobre ellos.

(Imagen: Estadio Cándido González, Camagüey. Foto: Rodolfo Blanco Cué/ACN)

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

2 thoughts on “Fiel del lenguaje/19 La radicalidad en su debido estadio

  1. Estimado Luis: me recordaste mi Diplomado de Derecho Internacional Humanitario para periodistas. Mi trabajo de diploma versó sobre cómo se mal empleaban los términos del mismo para manipular “subliminalmente la información a favor de los EE.UU. Hasta importantes diarios digitales de la izquierda anticapitalista habían caído en la trampa. Gracias por ejercicio. Abrazo, Orrio

  2. Estimado compañero: es la primera vez que entro a este sitio, desconocía de su labor en favor del buen uso de nuestro idioma. Muchas gracias por el empeño que ha puesto en ello, lo felicito de todo corazón, deseando no desfallezca en tan ardua empresa. Quizás un día no tengamos que oír tantos errores repetidos en nuestros medios de difusión masiva.

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