COLUMNISTAS

Pablo le hace la guerra a la guerra

 De veras hay que morir para acabar con la guerra.

 Pablo de la Torriente Brau.

Su polémica en el parapeto aún le danza en la memoria: las palabras,  balas. Con su fusil,  defiende sueños, la esperanza: las balas, palabras. Ha cambiado sus imágenes por el arma y un cargo en la primera fila del combate contra el fascismo que ha lanzado terrible ofensiva contra la república hispana. Ya es mucho más que un periodista, que un testigo, que un cantor: es un combatiente.

Denuncia al Polifemo de mil ojos y diez mil garras que se nos viene encima redivivo  por el bochorno de un nuevo reparto del crimen. No se ata a las ironías del Soldado Desconocido Cubano a pesar de la rumba de Hiliodomiro: prefiere  hacerle la guerra a la guerra, arriesgar mucho más que los textos  por España, la que fue madrastra y ahora es nuestra hermana mayor.

No se queda en crónicas y entrevistas,  cartas y reportajes, aunque herido por la fiebre de la conflagración, como antes lo fue por la de la cárcel, sabe que este es el único camino contra los vándalos. Se duele de la perdida de la sensibilidad,  le preocupa si después de esta orgía de la muerte, de tanta pólvora y sangre, será para él lo mismo la música, la poesía, un cuadro, el deporte, el amor…

Un chiste suyo sobre el cadáver de un enemigo que se pudre bajo la lluvia lo sorprende y lastima. Comentó: ¿Por qué no le llevan un abrigo para protegerlo del frío y del aguacero? Las carcajadas de todos le incrementan aquel desasosiego. Pero sabe que a la violencia de nazis, fachistas y falangistas hay que responder con la violencia de las masas.

No en balde , el 23 de octubre de 1935 escribió en la carta que enviara al Comité Central del Partido Comunista de Cuba : “…Además, pensamos, con vistas al fracaso de la última huelga general, que la situación ha llevado a nuestro país, a la fase última de la insurrección armada y que todos los esfuerzos deben concentrarse en este hecho…”.

En cuanto al tratamiento  a las fuerzas armadas expresó: “…la revolución, precisamente, tiene que destruir  sangrientamente este ejército, El odio del pueblo de Cuba hacia él es intenso e incurable. El soldado de Cuba ha dejado de ser soldado. No es, a nuestro juicio, más que un instrumento brutal de represión contra el cual todo odio está justificado. Solo se le conquistará a sangre y fuego”.

Asegura: “Entonces pasará a nuestras filas. Y entonces estaremos en condiciones de hacer otro ejército. Ustedes no deben perder de vista que una cosa es el soldado rojo y otra el soldado amarillo. Una cosa es el soldado de Batista, y otra el que tendrá que surgir de la revolución. Es decir, que consideramos que con este ejército no debemos utilizar otro argumento  que el de la ametralladora y el fusilamiento sin cuartel”.

Pero hoy, 19 de diciembre de 1936, el internacionalista puertorriqueño-cubano, fiel a esos conceptos, encabezará un ataque a los nidos de ametralladoras enclavados. en Majadahonda, territorio cercano a Madrid. Se dirige hacia los rivales. Alza su fusil. Dispara una y otra vez…

El plomo muerde al comisario político: con las manos, abre la nieve, la tierra, oculta los documentos, y a los recuerdos entrega las últimas miradas más que a las nubes o al paisaje: la pasión, la mar, los goles, sus perros de Punta Brava, el presidio, la última sonrisa de Rafael Trejo… La muerte le ha sembrado el cuerpo: la vencerá. Ha asegurado recién: “Asistiré de todos modos al gran triunfo de la revolución”. Y no exagera.

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