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¿Continuidad o ruptura?

El programa de la Mesa Redonda del pasado viernes 23 de noviembre, sobre el recurrente concepto de “continuidad” -que se asocia a menudo con el de “ruptura”-, me hizo ver que hay en ello, en primera instancia, un problema de interpretación.

El término de “continuidad” significa cualidad de lo continuo, y lo continuo es lo que no para ni se interrumpe y también lo que articula con lo anterior.

Es incorrecto ver entonces el concepto de “ruptura” como antónimo de continuidad, ya que tales antónimos serían: interrupción, intermitencia, discontinuidad. Mientras que  antónimos de ruptura son, por ejemplo, concordia, arreglo, unión.

En un plano sociofilosófico, continuidad y ruptura son cualidades inmanentes al proceso social, mutuamente necesarias, pero no excluyentes. Si se acepta lo anterior, entonces debe aceptarse que tanto la continuidad, como la ruptura, al igual que el conflicto y la concordia, existen en el complejo proceso social sin que necesariamente se opongan en un aspecto dado.

La persistencia en el discurso político actual en Cuba de la expresión “somos continuidad” pone el énfasis en la proyección de la construcción social, en la articulación de la actividad ideológica y política hoy con el precedente inmediato del proceso revolucionario mismo, lo cual no desconoce en modo alguno, lo que debe ser cambiado, antes bien es una continuidad asociada indisolublemente al cambio.

En las actuales condiciones, cuando es compartido por casi todos que no podremos hacer avanzar la economía del país sin la activa participación de las relaciones mercantiles y es preciso potenciar el papel de la sociedad por sobre el mercado, creo firmemente que la continuidad de la revolución en una perspectiva de largo aliento solo es posible imaginarla a través del empoderamiento creciente de la sociedad, del papel de un Estado que trabaje para ese empoderamiento, de un partido de todos que exija y oriente ese proceso de traslado de poder a la sociedad para encarnar el socialismo en la cotidianidad con el amparo de los preceptos constitucionales que constituyen la expresión jurídica de la continuidad y que dan coherencia y fortalecen la actividad social en su conjunto.

Continuidad es ante todo no perder el fiel de la orientación socialista de la construcción social.

En la segunda mitad de la década de 1980, Fidel alertó sobre la imperiosa necesidad de cuidarnos de los enfoques administrativos y economicistas de quienes en el fondo persiguen reimplantar un modo capitalista de vida. En pleno proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, en ocasión de la clausura del III Congreso del Partido expresó:

“Esa rectificación no podemos esperarla de nuestros cuadros administrativos disfrazados de capitalistas, primero tenemos que quitarles el disfraz, tenemos que saber seleccionarlos y tenemos que educarlos. No quiero decir que hay que cambiar a todos los cuadros administrativos, ni mucho menos, hay muchos buenos; muchos de ellos no tienen la culpa de que los hayan disfrazado y los hayan puesto a trabajar, a actuar como vulgares capitalistas, y algunos se tienen que haber deformado.

En este proceso tenemos que hacer que rectifique todo aquel que puede rectificar, que sea susceptible a la rectificación y adoptar una conducta realmente comunista”.

Y terminó ese discurso con esta sentencia de profundo contenido ético: “¡y que una conciencia, un espíritu comunista, una vocación y una voluntad revolucionarias, fueron, son y serán siempre mil veces más poderosas que el dinero!”.

El espíritu comunista, recogido en nuestra nueva Constitución de la República, permite no perder el fiel, el camino correcto en la construcción del socialismo.

Continuidad, claro está, no es “hacer lo mismo”. Para Fidel la revolución es una gran rectificación histórica. Este enfoque, escueto y preciso vincula lo continuo con la acción de rectificar; rectificar es cambio y el cambio revolucionario es necesariamente ruptura y superación. No puede esperarse un cambio si se continua haciendo y diciendo lo mismo. Si es continuidad de la revolución, entonces es continua rectificación y por ende también ruptura ¿con qué?: con lo que no funciona, no es eficaz, no se ajusta a las demandas actuales, desvía a la sociedad de su orientación socialista, en otras palabras, con lo que debe ser cambiado.

La incapacidad para interpretar correctamente los cambios que se han producido en la sociedad cubana, obstaculiza una adecuada apreciación de aquello con lo que es preciso “romper”, lo que hace que el pensamiento derive ya hacia el dogmatismo, ya hacia el voluntarismo y ello en modo alguno puede significar continuidad de la revolución.

Otro tanto ocurre con el mensaje político. El ideal socialista mantiene sus proyecciones básicas en lo tocante no solo a los propósitos, sino a los fundamentos y principios que le dan coherencia y en ello se revela la continuidad; no obstante, cómo concretar los posibles pasos o fases para alcanzarlas, eso hay que recrearlo, así como la narrativa que los explica en consonancia con las realidades.

Si ser continuidad se interpreta como “más de lo mismo” la continuidad no sería revolucionaria. Cuando el discurso político pone el énfasis en la continuidad la intención es la de reafirmar la dirección de la construcción social, los fundamentos y principios del ideal político socialista, pero en modo alguno hacer lo mismo en una sociedad cambiante.

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la clausura de la sesión diferida del III congreso del Partido Comunista de Cuba, en el teatro “Karl Marx”, el 2 de diciembre de 1986

Fecha: 02/12/1986

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Dario Machado
Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Filosóficas. Preside la Cátedra de Periodismo de Investigación y es vicepresidente de la cátedra de Comunicación y Sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

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