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Del lobo un pelo

Las relaciones internacionales están viciadas por una agresividad rayana en lo absurdo, incluso si la Asamblea General de Naciones Unidas sirve de podio a la política de Donald Trump para imponer derechos que no posee sobre los demás y manejar a sus  subalternos para darle soporte a sus actos prepotentes y de una parcialidad extremista. ¿Qué dice el coro?

Es una pena la postura subyugada de algunos -no voy a referirme a declaración hecha por Jair Bolsonaro en la apertura de la 74 período de sesiones, insensata y parcializada, sin fundamento ni pruebas-. Pareciera una copia mal rumiada de las líneas promovidas por la Casa Blanca, donde parece existir solo un modo de imponerse a través de sanciones y críticas  sobre otros, igualmente falsificadas.

Vergonzoso que una tribuna creada para dirimir conflictos y diferencias se use como acomodaticio escaño para campañas desproporcionadas y patrañeras. Es así como los presidentes de Colombia y Honduras aseguran que Venezuela es culpable de todas las desgracias padecidas por esas naciones. Para Iván Duque, la elevada pobreza y la inestabilidad vivida por los colombianos desde hace decenios,  provienen del vecino país. Es de lamentar, pero esa nación andina sufre violencia y dificultades desde mucho antes del proceso bolivariano.

Ataques similares  provienen de Honduras, que, por cierto, es uno de los puntos de partida del éxodo centroamericano anterior o más reciente. Pese a que Juan Orlando Hernández está siendo acusado por un tribunal norteamericano bajo cargos de haber financiado su campaña con el narcotráfico y cuando el mismísimo FMI afirma que por encima del 60% de los hondureños vive en pobreza, y el Banco Mundial asegura que es una de las naciones con mayor índice de violencia en todo el planeta, ese mandatario centroamericano culpa de todo eso a Nicolás Maduro y al deshonrosamente depuesto Manuel Zelaya.

Quiere decir que las gravísimas dificultades internas de estos países son culpa de otros. Es tan evidente la campaña antichavista, incapaz de justificar lo que carece de base categórica o decente, que quienquiera se precie de ser un poco objetivo, puede suscribir tan pervertidas exposiciones. Da pena sumisión tan flagrante que lleva a absurdos como afirmar que Cuba, una isla amenazada, con 110 860 km² y una población de 11 millones de ciudadanos, domina a Venezuela, país continental con una superficie de 916 445 km² y casi 27 millones de pobladores.

Con su estilo irresponsable y sobrado de formular las cosas, Trump la emprendió también contra Irán, echando por tierra una labor de diplomacia iniciada por países como Francia, tendentes a colocar los travesaños de un puente entre Washington y Teherán. Trump ignora todo cuanto esté fuera de sus narices y hasta lo que está debajo de ellas si implica suspender algo del esquema que tiene para enfocar las tramas y vínculos mundiales. Pretende obligar a naciones soberanas a que acaten sus órdenes.

Por eso mismo también la emprendió con China, bajo el no menos falsario pretexto de que “abusa de EE.UU.”. El papel de víctima le viene muy mal al país más poderoso del orbe. Y si desde allí afirman que la globalización no sirve y es preferible ser patriota tendremos bastante cargada la pipa de las sinrazones. De esa manera disfraza el unilateralismo, vistiéndolo de buena causa, incluso si está afectando a sus más cercanos socios.

Da pena que usen a la ONU de tribuna para quitarse culpas y verterlas sobre quienes nada tienen que ver con ellas. Nada menos que lo mismo hace Trump: su guerra comercial no los es, afirma, ni perjudica a los empresarios norteamericanos o a Europa. Ningún tratado anterior a él sirve. Los suyos son maravillosos, sean los castigos económicos o el malhadado muro con México o su determinación de seguir financiando a la banda de Juan Guaidó pese a pruebas sobre el uso particular del dinero o los indecorosos medios de los cuales se vale para medrar.

Desde luego, es solo un instrumento lastimosamente amparado por respetables estados. Y valga aclarar, a estas alturas, para la ONU el gobierno legítimo de Venezuela es el encabezado por Nicolás Maduro. El otro pretendiente no pasa de presidir el parlamento, y ya se sabe que gracias a movimientos no muy expeditos. Se intenta falsificar el abandono de sus protegidos de las distintas negociaciones emprendidas por la administración bolivariana, incluyendo la recién  concluida y refrendada con parte de la oposición. Los falsificados  no acceden a estos razonables tratos o desertan de los intentos de conciliar intereses. No les conviene. Cesarían los ingresos externos que se embolsan sin pudor.

En medio de tanto sinsentido, el canciller ruso, Serguei Lavrov, retoma el viejo empeño de trasladar la sede del organismo mundial hacia un país donde sus autoridades no veten, indiscriminadamente, el ingreso de las delegaciones, como acaba de ocurrir con varios países, entre ellos Rusia.

Quien está siendo juzgado por el Congreso norteamericano por presionar a otros países, incluso reteniendo ayudas económicas, es el caso de Ucrania, buscando dañar a sus contrincantes de mayor peso en la campaña electoral, no parecen ser métodos ni posiciones respetables, aunque la mitomanía trumpiana, le lleve a creerse su propio cuento.

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