Por Alfonso Nacianceno, enviado especial
LIMA.-Tenía un colega (por respeto no voy a mencionar su nombre) que reclamaba tranquilidad y silencio casi absoluto para escribir en la redacción, ajeno a los comentarios cruzados de punta a punta del local, evitando el audio de los televisores y el ruido de los históricos teletipos, rebasados por la nueva tecnología.
La gente prefería dejarlo solo porque, aunque era una eminencia en los conocimientos y la gramática, preferían no despertar su ira. Me acuerdo de aquel periodista e imagino que si hubiera tenido la oportunidad de cubrir unos juegos múltiples, traería como equipaje a estos Panamericanos una urna de cristal para encerrarse en ella a trabajar.
Imagínense una sala de prensa, con acomodo para más de 200 compañeros de profesión, laborando al unísono. Unos, como los narradores colombianos de radio, proyectando sus voces sobre un partido de béisbol; otros, al estilo de los boricuas, invitándote a emitir para su emisora un juicio sobre la actuación de Cuba; y así sucesivamente, aunque en aras de no convertir esto en una casa de locos, los 16 televisores existentes en el local que trasmiten cada uno eventos diferentes, por suerte, permanecen sin audio…
En ese mar de opiniones, escritas y comentadas a viva voz, nos desempeñamos los colegas de la televisión cubana, la radio, y la prensa plana. Todos somos lo mismo y lo diferente a la vez. Lo mismo, para compartir noticias y ayudarse los unos a los otros sin recelos ni ánimo de sobresalir, sino cumplir con la encomienda de informar al pueblo en la Isla de lo que acontece aquí. Diferentes, porque cada quien le imprime su sello distintivo a lo que hace.
Y aunque de vez en vez, alguien da un pestañazo, porque ya se agolpan las once jornadas vencidas de la competencia, el interés no decae, se sale a buscar la próxima medalla con renovado entusiasmo, aunque luego por la noche, al filo de la madrugada, te quedes dormido delante del televisor.
Tomado del periódico Granma
