ENTREVISTA

Vivir para el periodismo/ Entrevista con Marisela Presa, otra laureada por la obra de la vida

Marisela Presa Sagué, periodista distinguida con el Premio Provincial de Periodismo por la obra de la vida en Granma (Foto: Rafael Martínez Arias)
Marisela Presa Sagué, periodista distinguida con el Premio Provincial de Periodismo por la obra de la vida en Granma (Fotos: Rafael Martínez Arias)

Mi entrevistada lleva más de 40 años dentro de ese mar tempestuoso que es el periodismo. Vino hacia la provincia de Granma en 1976, raptada por un amor surgido en la Universidad, con un niño pequeño y miles de sueños.

Desde entonces camina por pasillos de los medios de comunicación, en especial de la emisora provincial CMKX Radio Bayamo, desde donde sale su voz para llegar hasta hogares, bicitaxis, automóviles…, y sobre todo al corazón de la gente, su mayor pretensión.

Marisela Presa Sagué parece incansable, siempre en busca de la noticia, excesiva conversadora, amante de la verdad y fiel colaboradora del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Ha sido reportera, redactora, conductora y directora de programas, jefa de Información y Redacción,  internacionalista en Guinea Ecuatorial y ganadora de múltiples reconocimientos. Hace apenas unos días, recibió el Premio Rubén Castillo Ramos, por la obra de la vida, mayor reconocimiento de la Unión de Periodistas de Cuba en el territorio.

El diálogo tuvo varios capítulos precedentes, especies de programas cortos con diversidad de temas. Esta vez ella fue la protagonista. Hablamos durante casi dos horas, sin importar la necesidad de almorzar. Por supuesto, antes tuvo que escribir para el noticiero radial… hasta el ¨ya estoy lista¨. Nos sentamos en un cómodo sofá y, grabadora en mano, me bebí sus anécdotas e ideas.

La noticia del reciente premio le provocó lágrimas de emoción: “Me sentí alagada y querida, percibí el cariño de los demás en forma de abrazos y besos. Algunos lloraron conmigo. Es también de mis familiares y amigos, de quienes confiaron en mí, en especial de los oyentes, de esos que siguen la radio y me han buscado en la emisora o me han reconocido, por mi voz, en la cola de la placita y en otros lugares”.

Sus palabras salen como de un manantial, con la pureza de la coherencia y la entonación, acompañadas por el ritmo de sus manos al compás de cada expresión.
“Soy así desde mi infancia, siempre la misma y digo lo que pienso delante del micrófono y en la casa. Debato con sinceridad en cualquier espacio. El trabajo es parte de mi alma, lo vivo, lo sufro y disfruto. Me apasiono con ciertos temas y pienso en experiencias personales, porque esta profesión es también de mucho sentimiento”, dice y hace un breve silencio, como si recordara aquellos primeros días en Bayamo.

La muchacha delgada, con pelo corto y mirada atrevida, se sentaba en un viejo taburete o una banquetita sin espaldar y tecleaba sus pensamientos en una máquina de escribir, durante la noche, la mañana o la tarde. A veces, su primer hijo permanecía acostado, muy cerca, sobre dos butacones unidos. Las marcas solían tatuarse en sus mejillas: Casi siempre andaba con él y un bolso, con pañales y pomos llenos de agua y leche. El pequeño se enfermaba de la garganta con frecuencia. Lo llevaba a las coberturas, y correteaba por exposiciones. Luego fueron dos y, en ocasiones, tenía que regresar a casa porque alguno se ensuciaba el uniforme.

Marisela Presa-1“Eran muchos retos, pero conté con personas, incluido el jefe de departamento, que confiaron en mí y en la juventud, cada día era un desafío. Nunca bajé la vista ante nadie”.

Aquel momento de boda, con vestido blanco, invitados y con todo, como refiere ella, poco a poco se desdibujó. La joven, casada desde los 21 años de edad, en parte, para independizarse de sus padres debía encarnar a un Quijote de su tiempo.
No tenía ni donde vivir: “Pude irme con mi familia, pero preferí quedarme, porque aquí había iniciado mi camino profesional. El colega Lauredo y otras personas me ayudaron. Dormí durante cerca de seis meses donde radicaba la Agencia de Información Nacional hasta que encontré un cuartico pequeño. Después de un año pude traer a mis hijos que estaban con sus abuelos en Báguano, Holguín. Los iba a ver con frecuencia semanal o cada 15 días”.

“Y no me arrepiento de nada. El periodismo es la mitad de mi vida. No soy una lumbrera, sino alguien que vive para su profesión. Si las noticias se me ponen viejas, les pierdo el aprecio. Me gustan los retos, la prontitud y la agilidad de pensamiento. Tengo mis defectos. En verdad, soy medio metía y si encuentro un lugar vacío lo ocupo.

“Soy periodista todo el tiempo y, más allá del respeto a la distribución de sectores para cada reportero, mi instinto como profesional es mayor. Tengo la responsabilidad de comunicar la noticia. Si la descubro, es mia y así será siempre, aunque me critiquen, porque eso me enseñaron mis profesores”, dice quien estudió en la Universidad de Santiago de Cuba y desde el segundo semestre de primer año de la carrera se vinculó a los medios de comunicación.

Sin pretenderlo, el mayor impulsor fue su padre, desde que aquel día, en la zona de El Güiral, en Báguanos, le regaló una máquina de escribir, un libro de mecanografía y un radio portátil. La niña, única hembra entre los cuatros hermanos, se sentaba frente a la ventaba miraba el camino, con cañaverales en los costados, y tecleaba o escuchaba el artefacto por toda la casa. En otros momentos, se subía a las matas para tumbar mamoncillos, se iba a pescar y a tirar con escopetas junto a su padre o hacía “cocinaditos” y jugaba a la casita con su abuela, quien “era una mujer fenomenal, todavía la adoro”, expresa y, con un movimiento suave, se quita una lágrima. Luego levanta la mirada, como si estuviera otra vez en aquel paraje y saboreara la sopa humeante que ella preparaba y la masa de pan cruda con un sabor dulzón que tanto le gustaba o escuchara sus historias repletas de imaginación. Tal vez, otra vez se tiraba fotos con gatos y su boina azul, iba hasta la escuelita donde su mamá impartía clases o veía a los rebeldes que dormían en el portal de su casa, a los cuales brindaban café y medicamentos provenientes de la bodega de su papá.

Uno de sus momentos de más satisfacción profesional fue dentro del colectivo de La última, en Radio Bayamo, durante cuatro ó cinco años en el Período Especial: “Era maravilloso. Me sentía tan útil. El director, Juan Carlos Benítez, me decía: ‘Entra con tal tema y con este enfoque o ‘de lo que me comentaste dale’, todo en vivo y en momentos tan complejos. Luego, me señalaba que redondeara y cerrara. Fue la primera vez que un espacio informativo estuvo en el primer lugar de la audiencia y la cabina de transmisión se llenó de trabajadores de la propia emisora.

“La gente esperaba la transmisión o me decía en la calle: ‘Oye, La última, dinos qué informaste hoy, que no teníamos electricidad’. Iba a recorridos y cuando hablaba me identificaban con el nombre del programa. Ese es el mayor reconocimiento que puede recibir cualquier profesional del periodismo, que confíen en ti”, manifiesta con un brillo especial en sus ojos.

Sin embargo, allí también vivió uno de los peores días, ya no estaba Benítez y le dijeron “a partir de mañana no sigues”, y algo dentro de ella se rompió: “Me había entregado en cuerpo y alma. Nunca cobré nada por la locución, porque estaba dentro de mi contenido laboral, de lunes a sábado, además de la labor reporteril. Llegué a escribir el guión, conducir y dirigir, expresa y hace otro silencio, con el rostro un poco serio. Luego añade: “La radio es maravillosa. Llegas con tu voz, transmites energía, cadencia, calorcito, atracción”, y se me acercaba, pero volvió hacia atrás: “Los mensajes deben llegar a la mente y, sobre todo, al corazón”. La alegría habita de nuevo la cara de esta mujer amante de la cocina, la mecánica, la electricidad, los dulces, los ostiones y las ensaladas frías, que, desde los once años de edad aprendió a manejar, gracias a su papá.

Otra de sus pasiones es la tecnología, por eso se entusiasmó tanto con aquel viaje de Arnaldo Tamayo al Cosmos, en 1978, y lo hace con las computadoras e Internet. Fidel le regaló una a un grupo de 150 participantes en el Congreso de la Unión de Periodistas, celebrado en 1999. El mismo día que la recibió escribió su primera información en ella, aunque no sabía casi nada: Mis hijos fueron mis maestros. A veces, los llamaba para decirles que no encontraba determinado archivo o se me había borrado un trabajo. Soñaba con una página web para su medio de prensa. Diseñó una con los colores blanco, azul y rojo, y se fue para un Festival en Camagüey a presentarla: “Esa es mi única hija”, dice con orgullo. Poco a poco, lograron ponerla en la red.

En 2001, montó a un avión y salió rumbo a Guinea Ecuatorial, como parte de su trabajo para la Radio cubana. Allá estuvo cuatro meses y sufrió paludismo, aunque de forma leve, caminó hasta la frontera con Camerún y la desembocadura de uno de los grandes ríos africanos: “Todos los días encontraba una historia nueva. Escribía crónicas sobre cómo era la vida allá y lo que hacían nuestros colaboradores de la Salud. Si se rompía el carro en la noche, no podíamos salir por la posibilidad del acecho de fieras. A veces, pasábamos casi todo el día sin electricidad. Percibí la discriminación a las mujeres. Aprendí mucho. Uno de mis mayores mentores es Fidel. Su pensamiento está implícito en mi formación profesional y quehacer cotidiano”.

Marisela Presa Sagué habla siempre con la sinceridad de lo espontáneo: “Nunca asumo personajes. No soy temerosa del qué dirán, porque tengo una vida libre y autofinanciada. Mis principios son mi guía. “Me pongo boticas de pepilla porque lo soy. No tengo pena ponerme una faldita corta o un short. No cuido una imagen televisiva, ni nada. Asumo la equidad de género como otra de mis batallas.

“Me duele percibir en algunos falta de amor por la profesión, de entrega y dedicación. Tenemos responsabilidad en la historicidad del pueblo”, expresa quien se autodefine como una mujer del siglo XXI, amante del conocimiento y arriesgada, enamorada de la vida, optimista, feliz y en busca de la eterna juventud, porque “si no me monto en el carrusel de los jóvenes me siento rezagada. Siempre comparto con ustedes. Es una nutrición especial. Uno debe mirar, escuchar y aprender, sin copiar. Debemos alimentarnos de lo bueno a nuestro alrededor”.

Salimos juntos. Seguimos con la conversación sobre periodismo y otros temas hasta que nos despedimos, y continuamos sonrientes. Tal vez ahora mismo, ella persista frente al monitor de su computadora y esboce ideas para el próximo trabajo periodístico.

Por Yasel Toledo Garnache

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba