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LA CRONICA

Baratillos

La mujer, sentada a la puerta del oscuro local, vendía entre promesas y buenos augurios, todo tipo de minucias y abalorios falsos, como la sonrisa que regalaba a los clientes al trasponer el umbral en el “Bazar del pasado”. Su cuerpo se hundía en el fondo del sillón de mimbre, las manos le sudaban copiosamente y estrujaban un viejo pañuelo; la mirada recorría la estrecha callejuela arriba y abajo, mientras observaba la proliferación de negocios, timbiriches y chinchales que prometían a sus dueños -casi siempre extranjeros- mucha mayor prosperidad que aquel comercio suyo de lo incierto, de lo aparentemente inútil.

Cada día la gente se interesaba menos en sus cristales de colores, amuletos de piedra, collares de semillas y espejitos adivinadores, en su afán de ayudar. Tampoco seducía ya la visión del pasado, la gente quería ver el futuro. Ahora era el tiempo de lo que hacía falta con premura, de la luz, por ejemplo. Un hombre joven había plantado con éxito, justo al lado de su oscuridad, una tienda iluminada cuyas estanterías mostraban faroles, candiles, campanas de cristal resonantes, aceites, velas de cera, transparencias nevadas y bordadas, antorchas y mamparas de vitral que dejaban pasar los fulgores del sol y prometían devolverlos a las habitaciones interiores en arcoiris por el suelo, las paredes y las columnas.

Otro comerciante estableció una lencería, con telas ásperas a bajo precio y de muy buena calidad para fabricar alforjas o recubrir muebles. Prosperaban también una quincalla surtida con tijeras, dedales, hilos y agujas de coser de todos los tamaños; una venduta de infusiones importadas y yerbas buenas para las calenturas, las erupciones de la piel o los escalofríos y temblores de la soledad o el miedo; una tienda de auténticas reliquias árabes: brazaletes, pendientes, collares y sortijas; un local breve que exhibía fustas, monturas y espuelas de plata, y otro de material de escritorio, portapapeles, cuadernos, hojas, cuadernos… Del otro lado una muchacha vendía diminutos potes de perfume y cremas.

Toda esa profusión de comercios al por menor, confería a la calle un aspecto festivo, con sus toldos de colores, techumbres improvisadas e insinuaciones para comprar las mil y una baratijas del mundo. Baratillos comenzó a llamarle la gente de la ciudad a aquella abigarrada callejuela, donde la mujer sentía el peso abrumador de la ruina, del desastre. La guerra había terminado y con la ocupación norteamericana habían proliferado la frustración de los cubanos y la ambición de las compañías norteamericanas, tanto, tanto, como los burdeles, los bares, las decadencias y “las vaciedades de espíritu”, amarga certeza que embargaba a la mujer, tanto como la sensación de que la vejez no le dejaba enfrentar con ímpetu lo difícil, que la hundía en el mimbre agujereado de aquel sillón de los desalientos.

(Crónica originalmente publicada en el diario Juventud Rebelde, 2004).

Imagen de portada: Ilustración de Isis de Lázaro.

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Katiuska Blanco Castiñeira
Katiuska Blanco Castiñeira (La Habana, 1964). Periodista y ensayista. Fue corresponsal de guerra en Angola y redactora del diario Granma durante más de diez años. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz.

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