Pechos punzantes que los ojos miran y de súbito, la bruma oculta. Piedra desolada y filosa, ardiente en soles y desgarrada en aguas. Témpanos en las cumbres. Estampa fiera e imponente en el azul la de los páramos venezolanos. Misterio, tristeza y esplendor vagan por esos montes del demonio en los aparecidos —quienes se despeñaron en las cunetas o fueron sepultados bajo una avalancha de hielos—; o en la locura de Luz Caraballo que deambula fantasmal en una estela de luz, en el rumor leve de las tardes prematuras, o en la voz de los niños que recitan su historia. Mientras, el amarillo intenso de la flor del frailejón va abrazando la desnudez de los peñascos.
Pero esta geografía agreste de la memoria recuerda hoy otros páramos no físicos, sino imaginados; páramos del espíritu; a las Cumbres borrascosas de la inglesa Emily Bronte, a la pasión, la rudeza lúgubre e idealizada de un lugar y de unos personajes creados en pleno delirio literario, y al páramo-novela de Juan Rulfo, que cumplió por estos días 50 años y sigue viva como una de las más relevantes obras de la lengua española, espacio vital de tonos y olores solemnemente rudos, viejos y mustios: “aquí en cambio no sentirás sino ese olor amarillo y acedo que parece destilar por todas partes”; de cadencias despaciosas y sombras perfiladas casi en la nada: “carretas vacías remoliendo el silencio de las calles. Perdiéndose en el oscuro camino de la noche”, y de la vitalidad en la propia muerte: “Volvió a darme las buenas noches. Y aunque no había niños jugando, ni palomas, ni tejados azules, sentí que el pueblo vivía”.
México entero rinde homenaje ahora a Juan Rulfo (1917-1986). Parecen recién nacidas las palabras de elogio de los grandes de las letras. Volodia Teitelboim —se anunció— llegaba a los actos conmemorativos con una biografía del escritor. El Palacio de Bellas Artes, en su sala Manuel Ponce, presentó una edición facsimilar titulada: Los murmullos de Pedro Páramo, fragmentos del libro, adelantados por Rulfo, en versiones preliminares, a tres revistas en 1954 y la versión facsimilar de las primeras cinco páginas del manuscrito original. En Comala, pueblo del estado de Colima, cuyo nombre es el mismo del escenario de la novela, fue hilándose el recuerdo en las tertulias y en las salas de cine, y en las calles.
Pero aunque Juan Rulfo murió hace ya casi 20 años, y sobre su cabeza no revolotean palomas, sus oídos se acostumbraron a los silencios y no hay tejados azules en su mirada, sentimos que aún vive, al conocer que su viuda, el domingo último, leyó con voz trémula un pasaje desconocido, inédito de la novela, un fragmento callado por Rulfo en el que narra cómo el sacerdote de Comala, piensa en Susana San Juan: “El Padre Villalpando recogió sus cosas y regresó a continuar la misa, su cabeza se movía de un lado a otro, desoyendo el movimiento de su cuerpo y de pronto se dio cuenta que estaba pensando en su cuerpo, o quizá no en el de él, sino en el de Susana San Juan.
“Pensó en Susana y se frotó las manos para dar la bendición, en seguida un cuerpo totalmente desnudo se puso junto a él, él lo miró se recostó sobre el pilar, se besaron -, después, al separarse dijo: tengo un día por delante pero no sé lo que sucederá cuando llegue la noche”.
(Crónica originalmente publicada en Juventud Rebelde, 2005).
Imagen de portada: Ilustración de Isis de Lázaro.