LA CRONICA

Hornillo olvidado

Apagado de súbito, el hornillo de la pipa despedía aún el finísimo hilo de humo, que el hombre disfrutaba en cada fumada, en su ansia de probar aromas y sabores diversos, en sus ensimismamientos, ensueños e ilusiones. La pipa reposaba de sus calenturas reclinada sobre el cristal del cenicero, en el instante en que la observé. Era, de tan simple y humilde, sugestiva en su estampa. Fabricada de una tusa de maíz, de lo efímera y frágil se tornaba resistente y evocadora.

Y es que la contemplación de una pipa puede tornarse meditación larga si se piensa en todo lo que sugiere o recuerda, desde su origen inmemorial, el arte de su fabricación, la maravilla de los materiales con que suelen ser creadas: la terracota fresca, la espuma de mar, las maderas de brezo y de nogal, la porcelana… —cuentan que son irrepetibles y añoradas por los coleccionistas, las creadas de espuma de mar por los artesanos judíos antes de la I Guerra Mundial—, hasta la geografía planetaria de su extendido uso que viaja en el tiempo y los parajes.

Una pipa humeante resucita las enigmáticas y maravillosas ceremonias de los aborígenes de nuestro continente americano, y el deslumbramiento de Rodrigo de Triana, vigía de Cristóbal Colón que anunciaría el avistamiento de un nuevo mundo para los europeos y que ya en tierra se fascinó con la visión de un pueblo que llamó “hombres de chimenea”. Cuando Rodrigo de Triana volvió a España para hacer una demostración pública del acto de fumar, y después de que sus vecinos de Ayamonte le vieran echar humo por sus orificios, sin quemarse, creyeron que el Diablo lo poseía y el cura de la parroquia lo denunció al Santo Oficio; por ello fue sentenciado a pasar varios años en una cárcel de Sevilla. Al volver a casa, todos sus paisanos fumaban. También el monje Fray Bartolomé de las Casas contó en su Historia de las Indias sobre esos deshollinadores singulares.

Y así, pasando por el aventurero y escritor Sir Walter Raleight, que estrenó la costumbre de fumar en la Corte de Isabel I, hasta el legendario personaje literario Sherlock Holmes, vienen las pipas recorriendo distantes parajes geográficos, líricos, históricos y de costumbres. Sin embargo, esta pipa de atardecer en La Habana revive más el recuerdo de las memorables noches mambisas, o después en el tiempo, el único de los disfrutes permitidos a los braceros antillanos empleados en las agrestes colonias de caña de la Nipe Bay Company, en los inicios de la expansión azucarera al oriente del país, cuando comenzaba la penetración y dominación norteamericana que tantos infortunios trajo al archipiélago amado y que dio lugar en nuestra historia a estampas e imágenes entrañables más recientes, como las fotografías de la Sierra, donde uno descubre a los rebeldes buscando calidez en los fragores de una pipa llevada y traída como artefacto ideal en tiempo de guerra o paz, anotado en los apuntes de Che como “fácil de fumar, fácil de ocultar y difícil de ser detectado por el enemigo del pueblo o del fumar”. Hornillo olvidado después por el tabaco puro, cuando Che comprobó que los cubanos veíamos tan gringa la pipa que la llamábamos cachimba, femenino de cachimbo, el revólver de seis balas del despiadado oeste estadounidense. (Originalmente publicado en Juventud Rebelde, 2004).

Imagen de portada: Ilustración de Isis de Lázaro.

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Katiuska Blanco Castiñeira
Katiuska Blanco Castiñeira (La Habana, 1964). Periodista y ensayista. Fue corresponsal de guerra en Angola y redactora del diario Granma durante más de diez años. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz.

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