Con todo el colorido de sus jeroglíficos y la maravilla de sus enigmas, la civilización egipcia ha entrado en casa. Las niñas, que ahora inician el grado séptimo, buscan afanosamente en los libros y las enciclopedias sobre los mitos y leyendas de los faraones, de acuerdo con las dinastías, y así, por el camino del aprendizaje, entran en un subyugante mundo de historias encantadas, monumentales realizaciones, cosmogonías, vidas indescifrables, obras de arte, escrituras antiguas y prodigiosos conocimientos científicos.
Cuando aún eran pequeñas se habían iniciado en la fascinación y preparado tarjetas donde apuntaban con letra minúscula los nombres e historias de algunos de los faraones. Hoy su aproximación es más profunda y completa, pero no menos intensa.
Una de las creencias más conmovedoras de los egipcios era la de Isis y el nombre secreto de Ra, que afirmaba la convicción de que mientras se mantenía viva la memoria, a través del nombre, el difunto vivía. El conocimiento del nombre secreto transfería los poderes divinos. Por eso Ra mantenía en secreto el nombre de sus padres, el que le daba poder sobre el resto de dioses y hombres. Isis averigua el nombre de Ra para que su hijo Horus herede el poder de dios.
¡Tan lejos en el tiempo como está de los egipcios nuestra vida y qué coincidencia la que sentimos con esa historia de que estar en la memoria es una forma de habitar el mundo, persistir, permanecer!
Egipto, se dice, y al instante aparece el perfil de las pirámides recortado en el paisaje imponente de una crepuscular estampa o vuelven al pensamiento los nombres de los más afamados faraones de la antigüedad y sobre todo, el de Tut-Ank-Amen, al que odas y poemas se han dedicado con profusión y calidez. Paladea la memoria ahora mismo los versos de Dulce María Loynaz: “Joven Rey Tut-Ank-Amen, muerto a los diecinueve años:/ déjame decirte estas locuras que acaso nunca te dijo nadie,/ déjame decírtelas en esta soledad de mi cuarto de hotel, en/ esta frialdad de las paredes compartidas con extraños, más/ frías que las paredes de la tumba que no quisiste compartir/ con nadie./ A ti las digo, Rey adolescente, también quedado para siempre/ de perfil en su juventud inmóvil, en su gracia/ cristalizada… Quedado en aquel gesto que prohibía sacrificar/ palomas inocentes, en el templo del terrible Ammon-Ra./ Así te seguiré viendo cuando me vaya lejos…”.
Pocas veces se habla de los significados de esa huella que corporeizamos al instante en la mirada, ni de cómo se construyeron las portentosas edificaciones que fueron sepulcro de los hijos de los dioses y recinto de reliquias y recuerdos.
Según lo que se ha estudiado, la primera fase consistía en elegir el lugar adecuado. Debía estar sobre la orilla izquierda del Nilo, del torrente de aguas y abundancias, de buenos augurios y cosechas, en el Occidente y en sitio elevado del desierto, pues ese era el que correspondía a los muertos, sobre la roca sólida y presumiblemente eterna, a salvo de las inundaciones. Luego se hacía el diseño, se calculaban los materiales necesarios y se iniciaba la nivelación del terreno. En rito singular, el faraón estiraba la cuerda y con ello comenzaban los trabajos de la construcción. Terminado ese preámbulo, se edificaba el primer escalón, y luego, otro y otro, hechos del barro del desierto y recubiertos con piedra caliza de la mejor de por todos los contornos. Y se dice que los bloques inmensos de piedra eran extraídos aislando la roca por medio de escalpelos y mazas de piedra. La base se separaba insertando cuñas de madera que luego deslizaban por sobre un camino humedecido. La arqueología sustenta que las majestuosas piedras eran alzadas, gracias a la utilización de rampas de adobe o especies de grúas basadas en el viejo principio de la palanca, mientras los más crédulos piensan que fue la fuerza de los dioses la que elevó casi a los cielos las descomunales moles de roca, para ponerlas allí, a la vista de los siglos por los siglos. (Originalmente publicado en Juventud Rebelde, 2004).
Imagen de portada: Isis, diosa de la magia, la maternidad y la fertilidad. Tomada de Oriental dance.