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Bitácora de un viaje en tren

Al fin llegó el domingo 4 de febrero. Desde la cinco de la tarde comenzaron a llegar los softbolistas a la terminal de trenes de La Habana. La estación estaba repleta de personas con equipajes y ganas de abordar el tren, con ganas de llegar a sus destinos, ver a sus familias o simplemente con ganas de comenzar a jugar softbol.

La incertidumbre de que volviera a suspender el torneo estuvo latente hasta el último minuto, manía que tiene el ser humano de aferrarse a sus experiencias y no confiar demasiado en las cosas buenas. Pero esta vez sí se hizo el viaje.

A las 6:20 p .m. dieron la orden de abordar el tren. Un mar de gente inundó los andenes. Nuestro grupo se dispersó un poco, había que avanzar, aprovechar el espacio más pequeño y avanzar. Nuestros coches eran los primeros. Tuvimos que caminar un buen tramo por una superficie irregular. Los que llevaban carrito no la pasaban mejor, algunos hasta se voltearon y las maletas cayeron al suelo, pero todos, antes o después, subimos al tren.

Al frente de la tropa estaba Annel Martínez, el presidente nacional de la Liga de Softbol de la Prensa, pero en el grupo nos ahorramos los cargos y solo le decimos Annel. Ahí estaba con la lista en la mano, contando a sus pollitos, viendo quién faltaba, cerciorándose de que todos estuvieran cómodos, que todo estuviera bien.

De La Habana salimos tres equipos: Medios Nacionales, Vaqueros, y La Isla de la Juventud. Los otros se fueron incorporando en Sancti Spíritus, Ciego de Ávila, Camagüey y Las Tunas, hasta llegar a Holguín, equipo anfitrión que esperaba para dar el recibimiento oficial.

El viaje estuvo tranquilo, con sus retrasos habituales, el personal de Ferrocarriles de Cuba al tanto de todo, con la ferromosa sonriendo, ¿qué más se podía pedir?

En realidad no salimos un poquito atrasados, sino bastante y a una velocidad que desesperaba. Tuvimos que dar dos o tres cruces a otros trenes que tenían prioridad porque sí salieron en hora.

Además el frío nos atacó demasiado, hizo que redobláramos los abrigos, que sacáramos colchas, gorros, y que nos acurrucáramos unos con otros, porque nada genera más calor que el propio cuerpo humano.

Alrededor de las siete de la mañana del lunes 5 salió el sol, entonces el frío cedió. A esa hora llegábamos a Camagüey, que era lo mismo que llegar casi a la mitad del viaje.

No por gusto Camagüey es la provincia más grande de Cuba. Cuando lees el primer cartel de bienvenida te vuelves a dormir, pasan par de horas y cuando despiertas lees otro cartel que dice: “aún estás en Camagüey”, tres ratos después llegas a Las Tunas.

En Las Tunas recogimos a los últimos compañeros. Aún faltaban tres horas de viaje. Los temas a debate se comenzaban a repetir. Los deseos de un buen café sobresalían. Los fumadores ya no resistían más tiempo sin fumar. Aunque la ferromosa lo advertía a cada rato era imposible no estar de pie. Llevábamos 16 horas de viaje. Los pies dolían demasiado.

La noche fría nos pasó factura y ahora todos estábamos entumecidos.

Casi cuando estábamos llegando, justo en Cacocum, volvimos a parar. Otra explicación ferroviaria, que si la locomotora se desenganchaba y ahora se pondría en la cola, así era como entraríamos a Holguín. Entonces recordé eso de que los últimos serán los primeros. Y nosotros que creíamos ser los primeros en pisar tierra holguinera, en un momento nos convertimos en los últimos.

Veinte minutos después llegamos a Holguín, con sorpresa incluida. El recibimiento fue de las cosas más lindas del viaje. Los compañeros de la UPEC holguinera junto a miembros del Sindicato de trabajadores de diferentes organismos de la provincia nos esperaban en la terminal con banderas y alegría, con ganas de volver a vivir un Torneo Nacional de Softbol de la Prensa.

Las 18 horas de viaje comenzaron a valer la pena. Las ganas acumuladas por casi seis años de volver a vivir el torneo quedaron en pretérito. La XXI edición del campeonato ya era una realidad.

Foto de portada: Tomada del perfil en Facebook de Ricardo Ronquillo

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