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La bailarina, el cantor y la sombra del asesino

Ahora que acaba de morir con 96 años bien sentidos, muchos de sus allegados lamentan que la bailarina y activista británico-chilena Joan Jara se perdiera, por apenas unos días, la escena por la que tanto luchó: el 28 de este mismo noviembre, el exteniente del Ejército Pedro Barrientos llegará a Santiago, extraditado desde Estados Unidos, como autor material de la tortura y asesinato de su esposo Víctor Jara.

No sería solo Barrientos: 44 balas —que hacen más de siete veces las cuerdas de una guitarra— resultaban demasiado no solo para el cuerpo del caído, sino también para el arma de un solo asesino; sin embargo, lo demostrado es que en un tiempo este «milico» no solo se jactaba de haber disparado dos veces a la cabeza del cantautor, sino que además solía mostrar su arma bajo este alarde: «Con esta maté a Víctor Jara».

Machacadas sus manos, quebrada la voz, azotada su alma, Víctor Jara fue asesinado el 16 de septiembre de 1973, tras cinco días de crecientes martirios, y su cuerpo arrojado a una calle santiaguina. Luego, Joan lo reconocería en la morgue y lo enterraría antes de partir con sus dos niñas a Inglaterra, en raro exilio en la tierra natal.

Le tomó tiempo, pero a mediados de la década de 1980 la artista regresó a Chile, con el ansia de revelar la tragedia de su amado y del país, para lo cual creó en 1993 la Fundación Víctor Jara. Pese a todo, su cuerpo no perdió poesía: fundó el Ballet Popular, el Centro de Danza Espiral y el grupo de Danza de la Universidad de Concepción, y en 2001 encontró, por fin, las palabras para armar el libro Víctor, un canto truncado, que revela la vida de cada uno en la vida de los dos.

Joan y el cantor, con las niñas Manuela (hija de Patricio Bunster) y Amanda, de Víctor Jara.

Joan confesó que se enamoró de él cuando lo escuchó cantar por primera vez, en la fiesta de año nuevo en casa de un amigo: «me di cuenta de todo lo que había dentro de Víctor», dijo sobre aquel instante.

A poco de parir a su primera hija, Manuela, y de ser abandonada por su esposo —el bailarín chileno Patricio Bunster—, deprimida y preguntándose si tendría algo que hacer en un país tan distante del Támesis, Joan comenzó a ser cortejada por un exalumno de la Universidad de Chile que poco a poco derrumbó las reservas de la inglesa.

«Víctor comenzó a invadir mis pensamientos. Recordaba su sonrisa en la clínica, sus flores cuando estuve enferma, su alegría de verme cuando nos encontrábamos en la calle. Parecía muy amable y alguien con quien era fácil conversar, pero no lo tomé en serio. Nada sabía de él, salvo que era estudiante de mucho talento y que parecía pertenecer a una generación más joven. Yo era una vieja de 30 años, con un matrimonio fracasado y una carrera a mis espaldas», escribió en su libro.

El galán no tenía intención de cejar. Cierta vez la invitó a una feria de artes plásticas, a orillas del río Mapocho, donde participaba la mismísima Violeta Parra, amiga de él. Al final de un paseo con Joan, Víctor le tomó la mano… y el mundo de los dos adquirió otros colores.

A quien quiera entender semejante amor bástele saber que, hasta el 11 de septiembre de 1973, ella y él eran el baile y la música. Entonces, Augusto Pinochet irrumpió en el salón de la Historia como el pisotón de un vals o la nota desafinada.

Conocido por el filo en sus canciones, Víctor Jara fue detenido ese mismo día y llevado, entre miles, al estadio nacional, donde las golpizas sirvieron de antesala a los balazos del teniente Barrientos y sus compinches.

Joan acaba de partir y, mientras unos cuantos lamentan que el fuego de sus ojos no pueda apuntar directo a las oscuras pupilas del asesino, yo prefiero celebrar que de nuevo los dos amantes estarán juntos, en el cementerio general de Santiago.

Él lo había anticipado en 1960, a inicios de su romance, cuando en cuatro meses de gira teatral por Europa la nostalgia por Joan le hizo escribir la canción «Paloma, quiero contarte». Dicen que, a la vuelta, no más bajarse del avión, Víctor Jara tomó su guitarra y comenzó a entonar para ella:

«Paloma quiero contarte / Que estoy solo, que te quiero, / Que la vida se me acaba / Porque te tengo tan lejos… / Palomita verte quiero».

Cincuenta años después del zarpazo en Chile y en ellos dos, el poeta y su Paloma se verán las almas otra vez. ¿Qué importa ahora la ruta del asesino? En el sitio donde están esos dos no entran las balas ni hay silla para la muerte. ¡Hay tanto amor en espera! Es muy probable que, con su novia enfrente, el memorioso Víctor Jara no recuerde quién lo mató.

Foto de portada: Tomada de diarioUChile

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Enrique Milanés León
Forma partede la redacción de Cubaperiodistas. Recibió el Premio Patria en reconocimiento a sus virtudes y prestigio profesional otorgado por la Sociedad Cultural José Martí. También ha obtenido el Premio Juan Gualberto Gómez, de la UPEC, por la obra del año.

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