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Con Palestina, Cuba solidaria

En apoyo al pueblo palestino y, por tanto, contra la barbarie sionazi se anuncia una manifestación multitudinaria en La Habana para el próximo 23: se prevé que parta a las 2 de la tarde desde la esquina de G y Malecón, y culmine —verbo que en este caso debe ser más exacto que terminar— en la popularísima explanada de La Piragua.

La noticia se recibe con entusiasmo y gratitud. Cuba no es La Habana, como reza un mal chiste metropolitanocéntrico, pero La Habana es la capital del país, y lo que en ella se haga, o se deje de hacer, puede definirlo, más que representarlo.

Desde antes del pasado 7 de octubre se sabía que Cuba estaría del lado justo, y pronto las evidencias lo confirmaron. Lo ha estado siempre, con el fervor que la Revolución abonó. Pero cuando en otros pueblos del mundo, incluso afrontando peligros en capitales de la OTAN, y hasta en el estado mayor de la agresiva organización militar, crecen como lo hacen expresiones de esa solidaridad, se echaba de menos el desbordamiento cubano, tan lúcido.

Esa es una cualidad que se ha ratificado en numerosos actos masivos, incluyendo memorables marchas del pueblo combatiente. Como aquella en que el Comandante en Jefe lanzó su conocida proclama, o desafío, no a un adversario abstracto, sino al césar imperial.

Tras los sucesos desatados el 7 de octubre, varias ciudades cubanas han dado vida a ejemplares manifestaciones sobre la causa que el título de este artículo sintetiza. Pero faltaba La Habana, que en eso merece ser y ratificarse como la Cuba que ella representa. El pasado viernes hubo ya una hermosa cantata en la base del memorial José Martí, en la Plaza de la Revolución que se honra con su nombre, al que seguirá honrando ella, como toda la nación.

La cantata se anunció —y por él se hizo notar en el mundo— con el monumental obelisco devenido mástil de grandes banderas de Cuba y de Palestina. Tal era el significado del acto, que incluso se habría recibido y comprendido con agrado que el obelisco lo hubiera cubierto enteramente la insignia del pueblo masacrado por la barbarie sionazi.

Por tanto buen pensamiento que abonó, la hermosa imagen merecía durar más, no solo el tiempo en que se desarrolló la cantata. Y ¡qué bien se habría visto, y sentido, rodeada de una multitud de pueblo!

El encuentro, con presencia de la más alta dirección del país, lo animaron fuerzas juveniles, lo que, de entrada, ratificó esperanzas. Tuvo lugar cuando se clamaba por actos de esa índole, que honran a la patria y la mantienen en los ímpetus del fervor internacionalista que la ha caracterizado desde su fragua en lucha heroica. Pueblos del mundo son testigos de esa realidad.

La manifestación del 23 —para la que convoca a todo el pueblo la Unión de Jóvenes Comunistas— recuerda, aunque en mes diferente, aquel “¡Se rompe el corojo!”, de Baraguá, y ocupará su lugar en esa historia. Conforta que así sea. De la solidaridad cubana con las causas que la merecen no habrá duda. Pero a veces a los medios encargados de ratificarlo —que son personas, no entes abstractos, ni máquinas— puede haberles faltado agilidad, o sobrado prudencias.

Asediada por fuerzas terribles, y en deuda histórica en ese contexto con el México heredero de Lázaro Cárdenas —revivido hoy por un presidente que honra su apellido, y obra, más hablar—, Cuba pudo sentirse aconsejada a no repudiar explícitamente hechos como la matanza de Tlatelolco, o la de Ayotzinapa, aunque la Federación Estudiantil Universitaria y otras organizaciones dieran muestras de no querer ser ni parecer indiferentes ante esos crímenes, que en ambos casos segaron la vida de jóvenes. En Cuba no cabía semejante indiferencia, que injustamente lastimaría su imagen.

Tales mesuras pueden haber generado hábitos de espera y disciplina que acaban favoreciendo la desmovilización, lo que sería particularmente nocivo cuando la sociedad cubana debe mantenerse movilizada cotidianamente —¿solo de pensamiento?, no basta, vale decir, aunque no sea poco— para enfrentar sus penurias y dar pelea contra todo aquello que las origine o refuerce.

Internamente urge que el machete mambí arrase malezas: son aliadas objetivas del motor que causa las penurias del pueblo y tiene su base fuera, desde donde opera el bloqueo que las impone. En la ONU, año tras año se evidencia que el criminal bloqueo, también genocida, tiene dos operarios confabulados, que son uno: los Estados Unidos y el Israel sionista, además de contar ocasionalmente con algún cómplice inmoral y aislado.

Bienvenidas sean las próximas expresiones de la solidaridad cubana con las causas justas, y de condena a crímenes. Esas expresiones —que no serán las primeras, ni las últimas— confirman la actitud justiciera de lo mayoritario y distintivo del pueblo cubano, y abonan la certeza de que no habrá demoras, formalismos ni “prudencias” que le mermen su fuego. Como nada ha de haber que lo desvíe de su marcha, y menos aún que lo saque de ella.

El 23, aunque no se vean allí sus cuerpos, José Martí y Fidel Castro estarán a la vanguardia de su pueblo, en su corazón. Ellos siguen trazando el rumbo.

Foto de portada: Presidencia de Cuba

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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