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Bombas de racimo: el crimen prolongado

Ya están en el campo de batalla ucraniano las bombas de racimo que prometió Washington a Kiev, así lo informó recientemente John Kirby, portavoz de Seguridad Nacional de la Casa Blanca.
Esta es un arma cuyo empleo, cada vez más creciente y letal, sigue levantando preocupación mundial desde que la usaron los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Denominadas también como bombas de fragmentación, dispersión o submunición, son una de las armas que más daño hace en la población civil, tanto al momento de explotar o después.
Así los refrendan las más de 160 organizaciones no gubernamentales que en el mundo trabajan por erradicar su producción, la eliminación de los arsenales militares y en la ayuda de las poblaciones que aún viven bajo amenaza en zonas contaminadas con esos explosivos, principalmente en el Tercer Mundo.

Los manuales castrenses la describen como una munición de caída libre o dirigida para disparar desde aviones, misiles, piezas de artillería y lanzacohetes. Ese proyectil es portador de un contenedor nodriza donde lleva cientos de minibombas que, al abrirse, las distribuye en un radio entre los 200 y 400 metros, cada una con cargas, por lo general, de 300 fragmentos de metralla que al caer despliegan sus aletas para estabilizar su descenso y asegurar hagan impacto “de punta”.

En catálogos de sus prestaciones hoy se pueden encontrar, entre otras, las buscadoras de calor que se dirigen directamente hacia los vehículos y pueden perforar un blindaje de hasta 17 milímetros; también las utilizadas en campos minados para detonarlos y despejar el camino.

La organización humanitaria Handicap International, asegura que décadas después de ser lanzadas, la metralla que no estalló se transforma en una trampa mortal, pues solo explota cerca de un 40 por ciento, y es ahí donde radica una de las manifestaciones más perversa de las bombas de racimo.

Esa misma institución, en un informe de 2021, indica que el 44 por ciento de los heridos y muertos por las municiones “dormidas” fueron civiles, incluyendo niños. Al respecto, la UNICEF advierte que la curiosidad de los infantes los hace muy vulnerables, pues tales proyectiles pueden adoptar formas engañosas como de latas de refrescos o pelotas, y otras semejan huevos navideños pintados de colores llamativos.

Durante la guerra en Vietnam, Estados Unidos lanzó quince millones de toneladas de bombas y granadas, entre éstas las de racimo, tres veces más que las arrojadas en todos los frentes de la Segunda Guerra Mundial, recordó un reporte de la BBC. Por cierto, los militares estadounidenses denominaron a una de esas municiones “palomitas de maíz”, por las múltiples pequeñas explosiones que causaban en el área del objetivo.

No son pocos los pueblos víctimas de esos artefactos en lo que va de siglo, entre ellos, Siria, Yemen, Libia, Gaza, Armenia, Chechenia, Kosovo, Nagorno Karabaj, Afganistán, Sudán, Sudán del Sur, Donetsk. Solo en Irak, Estados Unidos y el Reino Unido lanzaron más de un millón.
La Asociación Internacional de Soldados por la Paz ha denunciado que ochenta y cinco empresas en treinta y cuatro países han producido más de doscientos tipos de bombas de racimo y continúan haciéndolas.

Tanto ha sido la condena mundial por el uso de ese diabólico engendro bélico que finalmente, en 2008, se logró su prohibición mediante la Convención sobre Municiones en Racimo, de Oslo, Noruega que entró en vigor como ley vinculante dos años después para los ciento diez países firmantes.

Otras trece naciones la firmaron, pero no lo ratificaron. Estados Unidos, China, Rusia, India, Israel y Paquistán no forman parte del tratado; asimismo, en Asia, Cercano Oriente, el Norte de África y Europa del Este, el número de signatario es bajo, indica Naciones Unidas.

El informe del observatorio Monitor de Municiones en Racimo de 2021, que sigue el cumplimiento de la Convención de Oslo, llama la atención sobre los 16 países fabricantes de ese tipo de proyectiles o planean hacerlo. Entre ellos están Egipto, Brasil, China, Grecia, India, Irán, Israel, Corea del Norte, Pakistán, Polonia, Rumania, Rusia, Singapur, Corea del Sur, Turquía y Estados Unidos.

Son muy imprecisas las cifras de civiles muertos en el mundo solo a causa de submuniciones de racimo que quedaron sin explotar; algunos instituciones la calculan en hasta 90 mil, pero siempre estarán por debajo de la realidad, pues como expresó un experto de la Cruz Roja Internacional, todos los días explotan esas minas y ni se sabe dónde ni a quienes mataron. Ahora se sumarán las provenientes de Ucrania y Rusia.

Imagen de portada: Tomada de La Razón

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Roger Ricardo Luis
DrC. Roger Ricardo Luis. Profesor Titular de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Jefe de la Disciplina de Periodismo Impreso y Agencias. Dos veces Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí.

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