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Romance que opacó los récords

Cupido es un excelente deportista: tensa el arco y sus flechas dan en el corazón. Si suele merodear por parques, fiestas, centros de labor o de estudios y hasta abordando los más diversos medios de transporte, no es nada extraño que se presente con su carcaj repleto en los Juegos Olímpicos.

Abundan las historias de amor en las Olimpiadas, pero ninguna trascendió más que la nacida en Melbourne’56 entre Harold Connolly y Olga Fikotova.

Tal romance fue el cintillo extradeportivo en la cita olímpica del país de los canguros. Recibió más propaganda, incluso, que los récords y las medallas, como si Australia se hubiera preparado, no para la fiesta estival del músculo, sino para el encuentro amoroso de un martillista y una discóbola.

¿Qué tanto tenía de extraordinario? ¡Ah!, pues que imperaba la guerra fría y mientras uno competía por Estados Unidos, la otra lo hacía por Checoslovaquia.

Harold (1-8-1931), descendiente de irlandeses, ya era recordista mundial en el lanzamiento del martillo, pese a que por una enfermedad durante la infancia le había quedado el brazo izquierdo siete centímetros más corto que el derecho. Afortunadamente era diestro.

Olga (13-11-1932), por su fragilidad, más propia de las gimnastas, no parecía una lanzadora de disco, y en su especialidad no pasaba de ser solo una promesa.

El flechazo los atravesó en la villa Olímpica, antes de competir, y como en novela rosa, los dos salieron campeones olímpicos. Él lanzó el martillo a 63,19 metros; ella, el disco, a 51,69. Para mayor espectacularidad, ambos lograron sus mejores marcas en el quinto –último- intento.

Como es de suponer, Hollywood no dejó escapar semejante argumento, y plasmó la historia en la película Anillos del destino, basada en el libro que escribió la pareja.

Sí, porque dando al traste con la propaganda anticomunista que envolvió al romance, luego de regresar cada uno a casa, realizaron los trámites oficiales y se casaron en Checoslovaquia, en 1957.

Otro símbolo en esta fecha de San Valentín es que tuvieron como testigos de boda a otros campeones olímpicos, también enlazados por el mitológico arquerito alado, el famoso corredor de fondo Emil Zatopek —conocido como “La locomotora de Praga”— y la jabalinista Dana Zatópkova.

Harold y Olga fueron a vivir a California, lugar donde nacieron sus cuatro hijos. Volvieron a las villas olímpicas en Roma’60, Tokio’64 y México’68, pero solo ganaron las medallas de la constancia, de la nostalgia, de la ternura y del recuerdo. Más tarde, Harold trabajó como profesor de inglés, Olga como periodista.

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Jesús G. Bayolo
Es periodista e historiador del ajedrez, toda una autoridad del tema en Cuba.

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