Mucho se repite que las vacunas anticovid —aun después de aplicado todo el esquema en el receptor— no son totalmente preventivas. Al margen de esa verdad, hay quienes afirman no ser portadores del SARS-CoV-2 porque ya han recibido las dosis requeridas de dichas sustancias para combatir el nuevo coronavirus.
Obviamente, hay una parte del mensaje —aunque pulula en las redes y en los medios de comunicación— que algunos no llegan a interiorizar; y tal desvarío, llegar a convertirse en uno de los potenciadores de la retrasmisión del virus, dado un aumento del riesgo de contagio en los no vacunados todavía y un relajamiento mayor de la alerta en los cuidados personales.
En el caso de Cuba, hay que tener en cuenta que, frente al récord de dos millones en la Isla ya vacunados con los esquemas previstos, el país tiene más de 11 millones de habitantes. Y que por muy rápido que avance el proceso de inoculación, toma un tiempo necesario.
Si de erradas percepciones se trata, pueden resultar mal interpretadas hasta las excelentes noticias acerca de los niveles de eficacia observados en los preparados cubanos Abdala y Soberana: 92,28 y 91,2 por ciento de eficacia frente a la enfermedad sintomática, respectivamente, y un 100 por ciento en la prevención de la enfermedad sistémica severa y la muerte por COVID, de acuerdo con los resultados de los ensayos clínicos fase III de dichos fármacos.
Al respecto, la doctora Marta Ayala Ávila, directora del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), institución donde se desarrolló Abdala, alerta además que no debemos confundir la eficacia con la efectividad, “pues la primera se determina en el escenario de estudios clínicos; es decir, en condiciones ideales de investigación, mientras, la efectividad se analiza en la vida real”.
Lo cierto es que la significación de las cifras citadas suele sufrir en el público reducciones o paralelizaciones desfavorables; entre ellas, la asociación vacuna-prevención absoluta de la infección diana y el olvido de que muchas personas padecen enfermedades provocadas por microrganismos contra los que están inmunizadas, como el sarampión, por ejemplo, aunque difícilmente mueran por ello (obviando los fenómenos de reemergencia, cada vez más frecuentes, a partir de determinadas condicionantes biológicas y ambientales).
Las vacunas son entonces un extraordinario recurso científico que ha librado a la humanidad de numerosas epidemias. Difícilmente, sin ellas, la especie humana hubiera alcanzado una población de más de 7000 millones de congéneres que habitan el planeta Tierra. Pero, aun así, el cuidado de la salud propia y de quienes nos rodean nunca podrá descansar únicamente en el éxito de los embates que los fármacos desatan en el mundo invisible. (Publicada en Cuba en Resumen).
Foto de portada: Rodolfo Blanco Cué/ACN-Camagüey.