CONVERSANDO EN TIEMPOS DE...

“Estuve pronunciando discursos en una sala vacía…”

Ciro Bianchi es una pluma reconocida en el contexto actual cubano: un periodista que ha sabido crear un estilo personalísimo y que incursiona con frecuencia sistemática en la radio, la televisión y la prensa escrita. Con esos antecedentes lo contacté, vía correo.

-Se ha dicho que gracias a su columna dominical, nacida en 2001, en el periódico Juventud Rebelde, usted es “uno de los periodistas cubanos más leídos del país”, ¿cómo asimila esa afirmación?, ¿alguna vez lo imaginó?, ¿es demasiada responsabilidad?

-Siempre añoré escribir para el cubano de a pie. La vida me llevó a trabajar para publicaciones que se destinaban supuestamente al exterior, aunque en verdad no llegaban a la boca del Morro. Pasé unos cuarenta años en esas revistas, y hoy, mirando atrás, tengo la sensación de que estuve pronunciando discursos en una sala vacía; nadie escuchaba. Desconocía si el lector, en caso de existir, tenía cara de amigo o de enemigo.

Juventud Rebelde me dio la posibilidad de escribir para el jubilado de al doblar, el empleado de la tienda, la peluquera de la esquina, el maestro, el médico, en fin, y comencé a percibir el rostro amable del lector, gente que me interceptaba en la calle para comentar la página del domingo, precisar un detalle, rectificar un supuesto error o contarme algo que podría serme útil en mi trabajo.

Si como se dice, soy de los periodistas más leídos del país, se lo debo a Juventud Rebelde, aunque programas como A puro corazón y, sobre todo, Como me lo contaron,  y mis comparecencias dominicales en el espacio En tiempo real, del Canal Caribe, hayan puesto lo suyo. También he hecho radio, pero de todo, lo que más me interesa es la prensa escrita.

La columna de Juventud Rebelde cumple veinte años el próximo noviembre y ya sobrepasó las mil entregas. En todo ese tiempo dejó de salir siete u ocho veces y nunca por causas que puedan imputárseme. Si me voy de viaje, cuento las semanas que estaré fuera y dejo -o envío al periódico- las páginas necesarias, de manera de que no haya un hueco. En agosto de 2010 sufrí un infarto cardiaco. Era un jueves, el viernes, luego de pasar por el quirófano, caí en la sala de cuidados intensivos. No había que preocuparse por la columna del domingo siguiente porque estaba escrita y enviada desde el miércoles. Pero a comienzos de semana empezó a inquietarme la columna del domingo siguiente. Conversé con el médico. Inquirí si podía escribirla allí mismo. Dijo que sí, si no me angustiaba. En verdad, lo que me angustiaba era no escribirla. Yo no tenía laptop en ese momento y me llevaron una del periódico. Escribí sobre las comidas en La Habana de 1958. Dónde se comían las mejores fritas y papas rellenas, la mejor ensalada de pollo, dónde preparaban el mejor café con leche. Hasta el chayote relleno de El Lazo de Oro, el café de la esquina de San Lázaro y Hospital, salió a relucir en aquellas cuartillas.

-¿Cuál considera que son sus armas de combate, sus herramientas más efectivas a la hora de escribir?

-Nunca he pensado en eso. Yo hacía mi trabajo y ya. Nunca me sentí mejor o peor por ser un profesional sin título en un giro donde hay tantos títulos sin profesionales.

Escribo para dar al lector unos minutos de lectura agradable. Me siento recompensado si lo logro, y me satisface más el saber que eso que escribí aporta algo nuevo a quien lo lee. Más, si la lectura que le propicio lo lleva a bucear en otras fuentes, incluso para polemizar. Tengo una premisa que he mantenido a lo largo de los años. Si lo estoy escribiendo, me aburre, corto y lo acometo de otra manera. No siempre resulta fácil atrapar el interés del lector. No basta un buen título, no bastan un buen lead ni atractivos intertítulos, el “gancho” tiene que ser todo el trabajo. El reportaje, la entrevista, la crónica pueden ser más o menos extensos. No importan cuán largo sean. Si están bien escritos, la gente los leerá hasta el final. El asunto es encontrar una buena historia. La gente está ávida de buenas historias.

Prefiero narrar a opinar, aunque mi opinión está contenida en esa narración. Prefiero contar, sumirme en una descripción que a muchos puede parecer cinematográfica, dejarme llevar por los hechos pues, como decía Rodolfo Walsh, los hechos nunca te defraudan, y hacer que el lector participe de mi texto y saque conclusiones de lo que cuento.

-Realmente para mí es un misterio… ¿a qué cree que se debe su memoria “de elefante”?

-La memoria se ejercita. A veces hay que forzarla y no siempre uno puede confiarse enteramente de ella. En ocasiones va con la edad. También se deteriora y se pierde. Le contaré una historia. En 1983 Julio Cortázar hizo la que creo fue su última visita a Cuba. Lo llamé al Hotel Riviera, donde se alojaba, y le pedí una cita. Aunque mi nombre no debe haberle dicho absolutamente nada, respondió que me esperaba esa misma tarde, a las cuatro, en El Elegante, uno de los bares del hotel. Eran las dos, yo no tenía un centavo y pedí prestados veinte pesos; cantidad más que suficiente en una época en que la moneda nacional tenía fuerza liberatoria ilimitada y el mojito costaba, incluso en un bar de lujo, un peso con veinte centavos. Luego de la experiencia en una popular y democrática Ruta 20 llegué al hotel y en efecto en el bar me esperaba, acodado en el mostrador, el célebre autor de Rayuela y Libro de Manuel. Conversamos hasta las siete de la tarde. A esa hora, me pidió que lo disculpara ya tenía una comida a las ocho y debía prepararse. Pregunté si tenía inconveniente en que publicara lo conversado. No, no lo tenía, pero ¿será usted  capaz de recordar nuestro diálogo?  Bueno, respondí, eso es asunto mío. Fue una buena entrevista. Algo similar me sucedió con Augusto Monterroso.

-En 1996 publicó Yo soy el chef, ¿de verdad es usted un chef en el sentido literal del término?

-Yo soy el chef es un libro sobre el gran cocinero cubano Gilberto Smith. En unas ocho o diez sesiones maratónicas él me contó su vida y al final del relato yo reproduje treinta de sus recetas remitiendo -cada una de ellas- a la figura más connotada que degustó el plato: Fidel, Carpentier, García Márquez, Juan Carlos I, Jacques Chirac… Fue un libro con suerte. Se publicó en México, Brasil y Japón.  Eran días en que yo tenía columnas de cocina en tres revistas. En realidad, y lo confieso sin rubor, tengo una relación neurótica con la cocina.

-De la más de una veintena de libros de su autoría, ¿cuál es el más amado?

-Son ya más de treinta los libros publicados. La mayor parte de los autores ante una pregunta como esta, remiten al entrevistador a sus libros más recientes. De hacerlo así, mencionaría Palabras reencontradas (Casa Editora Abril) que ganó en el 2019 el Premio del Lector, y García Márquez / Pasaje a La Habana, libro que escribí por encargo de la Editorial de la Universidad del Magdalena, en Colombia, y que se publicó en el mismo año y tiene ya  unas diez ediciones en español y en inglés; es una larga crónica sobre la relación del autor de Cien años de soledad con Cuba. No quiero dejar de mencionar, sin embargo, un libro como Memoria oculta de La Habana (Eds. Unión) y otro, Contar a Cuba (Ed. Capitán San Luis) del que se hicieron numerosas ediciones en español e inglés desde el 2011.

-¿En qué ha ocupado su tiempo en estos meses de terrible pandemia?

-He mantenido la columna dominical en Juventud Rebelde, y otra columna, también semanal, Apuntes del cartulario, en Cubadebate, más la crónica que se transmite todas las semanas por Habana Radio, la emisora de la Oficina del Historiador. Además, preparé una nueva edición (ampliada) de la estancia cubana de García Lorca y un libro, más breve, sobre el momento habanero de Juan Ramón Jiménez. Preparé una compilación de crónicas para la Casa Editora Abril, y para la Editorial McPherson (Panamá) la compilación Retrato hablado de La Habana y una nueva edición de Memoria oculta de La Habana.

 En estos meses aparecieron los libros Itinerario habanero (Proyecto Sur), El cojo de la bocina (Ed. Oriente), El crimen de la mancha en el espejo (Ed. McPherson, Panamá) y Diarios de Lezama Lima (Ed. Montacerdos, Santiago de Chile) y no tardará en publicarse La Habana contada (Ed. Arte y Literatura) compilación de crónicas escritas por extranjeros sobre la ciudad que se abre con un texto de 1597 y se cierra con otro del español Manuel Vicent, de 2012. Se trata de una obra que admite dos lecturas. Una, la de las crónicas que incluye, y otra, la de las notas que contienen todo un saber sobre La Habana.

Como ve, han sido meses de mucho trabajo. Veremos ahora lo que sigue.

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Estrella Díaz
Durante veinte años trabajó en la emisora internacional “Radio Habana Cuba” y es fundadora de Habana Radio, adscripta a la Oficina del Historiador. Es autora de varios libros relacionados con el mundo de la Artes Plásticas.

One thought on ““Estuve pronunciando discursos en una sala vacía…”

  1. Con Ciro Bianchi me sucede igual que con el difunto Enrique Núñez, con Leticia Martínez- y sus crónicas en Granma En el infierno de este mundo-, que corro a buscar su página. He tenido la oportunidad de escucharlo personalmente enlos espacios alternativos que durante los Festivales de la Prensa escrita se articulaban en el Palacio de Convenciones. Da gusto oirlo, tiene mucho que decirnos y su forma de hacerlo, enamora. Ojalá y podamos contar con su pluma por mucho tiempo. Sería buen que cuando la pandemia pase pueda ser invitado a provincia para intercambiar con los periodistas. En Pinar tiene puertas abiertas: las de Guerrillero.

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