ZONA TEC

El sabor de las galleticas informáticas

Por Danna Márquez Salgado

Seguro te ha pasado que buscas sobre un producto específico en Internet y más tarde, mientras navegas, te aparece una publicidad respecto a ese producto. O quizá te has dado cuenta de que cuando inicias sesión en Facebook no necesitas introducir tus datos nuevamente al acceder en otro momento. Pues las responsables de que esto ocurra son las mencionadas aunque no tan conocidas cookies (galleticas, en Inglés).

Para muchos usuarios, resulta fácil aceptar cuando aparece una de las ventanas emergentes la primera vez que accedemos a un sitio web solo «por salir de eso», pero otros no tienen el mejor concepto sobre estas y se toman su tiempo. Sin embargo, decidir si algo es bueno o malo depende de las perspectivas de cada cual y este caso no es la excepción.

Estas ventanas emergentes — cada vez más invasivas — proponen que para acceder al contenido que solicitemos de una web debemos aceptar las cookies del sitio. Pero, ¿qué son? Una cookie es un fichero de datos que un sitio web le envía al dispositivo, desde donde cada usuario se conecta a Internet, para guardar determinada información. Cada vez que se accede a Google, Yahoo, Facebook, Youtube o cualquier otro servicio de la red, tu computadora o móvil guarda cientos de estos archivos para ejecutar funciones en el futuro o durante la misma sesión abierta.

Desde el horno informático

Se sabe de las cookies por primera vez gracias a la compañía Netscape Communications, quien introdujo su uso en la red de redes en el año 1994. Estos ficheros, en su versión inicial, solo verificaban si los usuarios eran nuevos en el sitio o si ya habían estado antes. Luego, compañías como Microsoft, los aplicaron a sus navegadores, así como algunas empresas publicitarias del mundo los incorporaron a sus sitios.

Actualmente, se encuentran en cada página online y existen de muchos tipos, en dependencia de sus funciones. Pueden ser propias o de terceros, de análisis, publicitarias, sociales, de sesión o persistentes. Sus dos finalidades principales se encuentran en recordar datos de inicio de sesión y conocer hábitos de navegación, pero van más allá de la identificación dentro del sitio.

Estos ficheros pueden ser muy útiles cuando, por ejemplo, entramos en una página en la cual debemos crear una credencial de usuario y una contraseña, pues de esa manera se guardan nuestros datos de forma automática y no hay necesidad de introducirlos si deseamos entrar en otro momento. Además, cuando nos encontramos en tiendas virtuales, al guardar productos en el carrito, si salimos del sitio y volvemos a ingresar, nuestra compra digital queda guardada. Este proceso también depende de las cookies.

Pero van más allá. También se les conoce como “pequeños espías de la web”, pues son capaces de rastrear los sitios que visitamos y así crear un perfil de preferencias para cada usuario. Incluso, algunas empresas recopilan datos sin necesidad de que los usuarios ingresen a sus páginas, o cookies de terceros, esas que pertenecen a una empresa específica, pero que se pueden encontrar en otras páginas web que nada tengan que ver con ellas.

Sin embargo, este método de acceder a información de los usuarios se encuentra en peligro de desaparición luego de que Google decidiera eliminarlas. Esto ha hecho que las empresas publicitarias repiensen métodos antiguos para conocer intereses de posibles compradores como las encuestas, aunque la cantidad de información que podrían recuperar con tales herramientas no es comparable con la que hoy reciben.

Lo que nos saben las “galleticas”

Las compañías de publicidad utilizan datos para decidir qué anuncio mostrarnos, uno que con seguridad nos gustará y que tenga un producto que sea de nuestro interés. Muchas veces los recopilan a través de cookies propias, pero en ocasiones compran la información a otras compañías.

Lo más preocupante es la cantidad de datos a los que tienen acceso mediante estos ficheros. Desde direcciones y contraseñas de correos electrónicos hasta el navegador que utilizamos. Son capaces de almacenar nuestro número de teléfono y dirección de residencia, nuestra dirección de IP, el sistema operativo instalado en nuestra computadora y las páginas que hemos utilizado con anterioridad. Todo ello, bajo nuestro consentimiento al aceptarlas en nuestro dispositivo.

Más que seguro es que estos ficheros mejoran la experiencia de cada usuario al navegar, sin embargo, nuestra privacidad sufre. Los problemas legales que han enfrentado grandes compañías a lo largo de la historia, demuestran que muchas veces los usuarios no están de acuerdo con esa forma de uso de datos o la gestión no es la legalmente pactada.

Como consecuencia, con el tiempo, las empresas se han visto obligadas a informar sobre el uso de cookies y su política, así como a permitir la configuración para que cada usuario decida qué tanto desea exponerse y cómo. Sin embargo, la mayoría de las páginas exige su aceptación para acceder al contenido y muchas veces, por falta de paciencia o de tiempo para editar los ficheros o por la necesidad de la información que nos brindan los sitios, terminamos aceptándolas sin siquiera leer. Ello nos priva del derecho a reclamar, cualquiera sea el destino o el uso que le den a nuestra información porque, técnicamente, nos avisaron.

¿Qué escoger y repartir?

Quienes abogan por tener controlado el nivel de información que comparten (una opción muy prudente) deben tener en cuenta la posibilidad de configuración que brindan las cookies. Aunque también podemos usar herramientas capaces de bloquearlas.

Algunas no pueden ser desactivadas. Este es el caso de las “técnicas o necesarias”, las cuales controlan el tráfico y la comunicación de datos internos, permiten finalizar las compras en línea y guardan los contenidos que deseamos compartir en redes sociales. Básicamente, son las que hacen posible un uso fluido de Internet.

Pero sí podemos desactivar las de personalización, que guardan idioma predeterminado y otros datos para no tener que configurar las preferencias cada vez que utilizamos el navegador; las de rendimiento y análisis, las cuales hacen un seguimiento de nuestras acciones al indagar en la web y así almacenar estadísticas de los elementos más usados o de los errores de las páginas; y las publicitarias, que analizan los gustos de cada usuario con el acceso a la información sobre qué páginas visita o qué búsquedas realiza.

Privacy Badger es una extensión para el navegador que evita que los anunciantes y otros rastreadores de terceros monitoreen nuestro tráfico en la red.

Si utilizamos Google Chrome, Mozilla Firefox u Opera como navegador, Privacy Badger es una extensión excelente para gestionar cookies. Su principal ventaja respecto a otras servicios es que logra diferenciar las necesarias de las que rastrean al usuario. A la par, muestra cuántos rastreadores se han bloqueado en el navegador y permite gestionarlos.

Aunque una opción puede ser borrar las cookies de forma manual de nuestro ordenador o navegar en modo incógnito, hoy existen “supercookies”, las nuevas “galletitas” capaces de saltarse el modo de navegación privada y que son mucho más difíciles de eliminar y bloquear pues no se almacenan en el navegador. Las podemos encontrar, incluso, en los botones de “Me gusta” en las diferentes páginas.

El mayor inconveniente está en que cualquier plataforma o sitio que utilice una supercookie, no solo recopila información cuando los usuarios acceden, sino que almacenan las fichas de todos los sitios visitados. Algunos navegadores como Mozilla Firefox han resuelto el problema o lo han minimizado. En este caso, la solución se encuentra en el particionado de caché, una forma de que cada sitio web solo pueda acceder a la información que se brinde bajo ese dominio, o lo que es lo mismo: «al César lo que es del César y a Google, solo lo que es de Google».

En esencia, las cookies no son malas: nos hacen la vida más fácil a cambio de de información personal con la cual hacernos sentir más comprendidos en la web. Es como dejar nuestro comentario personal en un buzón de quejas y sugerencias instantáneo para mejorar nuestra experiencia al navegar o como si la recepcionista de la facultad nos reconociera al llegar y nos diera acceso al aula, la biblioteca y el comedor solo de vernos. Lo preocupante es cuando esa información es demasiada y ni siquiera sabemos cuanto acceso dimos a nuestros datos con un solo clic en el botón «Aceptar».

Debemos tener claro que el desactivar cualquiera de estas “galleticas” electrónicas se traduce en una navegación poco personalizada, donde tendremos que configurar nuestras preferencias e ingresar los datos de acceso a las páginas una y otra vez. En algunos sitios, incluso, no se nos permitirá acceder al contenido. Pero por otro lado, nuestra información no terminará en manos de servicios de Internet que ni recordamos y, a veces, ni sabemos que nos conocen.

Lo más aconsejable es llegar a un balance entre los datos que estamos dispuestos a compartir: que no sean demasiados, pero que nos permita tener una navegación donde optimicemos nuestro tiempo.

(Tomado de Alma Mater)

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