LA CÁMARA LÚCIDA

La Habana que hay en mí: la Cinemateca

Mi generación tuvo muchísimos privilegios culturales. Aun cuando mentes ciegas se empeñaban en cerrarnos puertas, pudimos encontrar rendijas y descubrir caminos. Sobre todo, en el cine, se nos ofrecía un universo que desbordaba buen arte para disfrutar, aprehender y aprender.

La Cinemateca era entonces un símbolo, un punto de encuentro de jóvenes intelectuales, estudiantes, de gente ávida de conocimiento. También era una moda, ser un espectador asiduo a la Cinemateca era estar en onda, tener swing.

La vestimenta para asistir a una función de la Cinemateca era para algunos una necesidad de mostrar que era moderno, intelectual, que estaba en “la última moda”, pero no en un estilo elegante, sino medio Hippie, las muchachas con pelos muy largos y sayas muy cortas, con bandas en la cabeza, y collares de muchísimas vueltas. Los hombres (los pocos que lo tenían) iban con Jeans azules de mezclilla o cualquier otro pantalón sport. Muchos, a pesar del calor se enroscaban una bufanda, y llevaban hasta sombreros.

El saludo entre los grupos que asistíamos era una mueca copiada de los años 20, un movimiento de cabeza o un giro de arriba abajo con los 4 dedos de la mano derecha. Había otros, los más audaces, que levantaban el brazo, hacían reverencias, en fin, que había otro espectáculo enfrente de la pantalla.

Al principio iban pocas personas, una especie de élite intelectual, que tenía una preparación más culta para entender las obras que allí se proyectaban, pero según la Cinemateca avanzó se fue formando un nuevo espectador que iba creciendo, hasta sobrepasar la capacidad del cine.

Para entrar a esta sala de cine especializada había que tener más de 16 años, pues los niños podían interrumpir la intimidad de la exhibición.

Las colas de jóvenes para la Cinemateca en los años sesenta y setenta, salían de la entrada del cine, doblaban por 10 y llegaban a calle 25 y hasta más allá. En la espera de una función, ya fuera de tarde o de noche, los que no lograban entrar a la primera, a pesar de ser a una sala inmensa (mil trescientas butacas), permanecían fuera aguardando la segunda tanda.

En ocasiones las colas se convertían en tumultos que rompieron cristales de la entrada, hubo momentos en que se interrumpía el tráfico de la Calle 23, y aquello era de policía y ambulancia.

La Cinemateca se convirtió en punto de cita de una juventud cada vez más interesada en el buen cine. Existía entre los asiduos una frase con la que se daban cita a la salida de los trabajos o la escuela: “Nos vemos en la Cinemateca”.

Para los estudiantes de la Universidad de La Habana, la Cinemateca era punto de obligado encuentro, a donde íbamos a veces sin saber qué veríamos.

El olor de la sala era característico y agradable (quizás compraron por años el mismo ambientador). Las “acomodadoras” uniformadas y atentas, el aire acondicionado a tono con las bufandas, y los baños impecables. Desde que entrabas sentías el ambiente acogedor que favorecía la expectativa de lo que ibas a ver.

El cine ruso que por esa época colmaba los cinematógrafos de Cuba, lo vi por primera vez en la Cinemateca y fue: Cuando vuelan las cigüeñas, un filme soviético en blanco y negro de Mijaíl Kalatózov. A partir de ahí recuerdo otras cintas como: El acorazado Potenkim, de Serguéi Eisenstein, Los 400 golpes, dirigido por François Truffaut, El fascismo corriente, La balada del soldado, Napoleón, La Infancia de Iván, Los anocheceres son aquí apacibles. La boda y Paisaje después de la Batalla del polaco Andrzej Wajda, y muchos más. Al menos una vez por semana un minigrupo de mi aula íbamos religiosamente a la cinemateca, como el que va a misa.

Tengo muy presente el día que fuimos a ver La liberación. Ya nos habían dicho que aquello duraba muchas horas, y nos preparamos con termos de café con leche, panes con mantequilla, cartuchos de galletas y lo que cada cual pudo llevar acorde a las tremendas limitaciones económicas personales, y de suministros nacionales de aquellos años.

Quien no la ha visto que la vea. Se trata la historia de la gran guerra de liberación, con escenas épicas espectaculares y una duración de 477 minutos en cinco partes. Liberación es posiblemente la pieza cinematográfica más recordada dentro de una rica tradición de películas bélicas dedicadas a la Segunda Guerra Mundial y filmadas en la Unión Soviética (URSS).

Porque en aquella sala de cine experimental no sólo ofrecía enseñanza de cine, sino también de historia, de cultura general, de política y de mucho más.

Alguien me contó que el Primer director de la Cinemateca, Héctor García Mesa, -quien permaneció allí hasta el último día de su vida-, hacia una programación sobre la historia del cine, que se iniciaba con las películas de Lumière, las de Méliès… así cronológicamente, hasta los contemporáneos…, calculaba cuando una generación nueva había arribado a los 16 años. Y entonces cada vez que consideraba la existencia de una nueva generación, repetía ese programa.

Como si se tratara de un plan educacional.

Fue en 1961 que el entonces cine Atlantic pasó a ser la Cinemateca de Cuba y cambió al nombre a Cine de Arte ICAIC. En 1983 visitó Cuba Geraldine Chaplin, y con motivo de su visita, ella develó una tarja en el vestíbulo con el nombre de Cine Charles Chaplin. A partir de aquí lo nombran como “El Chaplin” o la Cinemateca.

Acaban de inaugurar una nueva sede de La Cinemateca, la verdadera, la institución, no aquella que yo nombraba como un cine, una sala de cine de la que guardo infinitos recuerdos y eternas nostalgias.

La modernidad, las nuevas tecnologías, “los adelantos”, son facilitadores, que te permiten colocar una USB en tu televisor y ver una película. Esos “facilitadores” nos llevan muchas veces al facilismo, que no son sinónimos. Nunca una pantalla doméstica, por grande y privada que sea, va a superar una sala de cine como La Cinemateca, donde te aíslas, aunque haya mucha gente, donde te internas en la película y en la trama de una forma que no sé explicar, pero que cuando encienden las luces al acabar el espectáculo te despiertas al mundo, con una sensación de bienestar cultural incalculable.

Tomado de: Cubadebate

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