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Del jolgorio al velorio: Memoria, querida memoria

La memoria es la más fiel aliada de la supervivencia del espíritu. Por eso la enfermedad más terrible que puede padecer el ser humano es la que la ataca, la disminuye o la suprime. Mientras eso no suceda, contribuye decisivamente a sentirnos vivos porque nos recuerda momentos decisivos que nos hicieron llegar hasta hoy y que pueden impulsarnos a ir un poco más allá.

Así pensaba ayer cuando de la fiesta anímica en la que viví, de forma excepcional, en los últimos días, me encaminaba a despedir de su envoltura material a un entrañable amigo, esos de los que no se pierden definitivamente mientras se le recuerde, como yo sé qué pasará con alguien cuyos cercanos le llamamos Pepeno.

Sentimientos encontrados los que me abrazan en estos tiempos, también provocados por la memoria. Primero en un entorno de jazz, asunto al que he dedicado más tiempo que el posible enumerar porque me acompaña desde la niñez, sin percatarme de ello hasta ya en la adultez. Involucrado como nunca en el coloquio que se desarrolla paralelo a los tradicionales festivales Jazz Plaza, en esta ocasión fui eje de episodios muy significativos para mí, como la virtual presentación de un libro dedicado a los jóvenes cubanos que cultivan el género, lo que me llevó hasta la aguerrida Santiago de Cuba.

Por allá encontré gente de tiempos pasados, cuando encabezaba el Club Cubano de Jazz creado en la Upec hace más de dos décadas, etapa intensa que reviví gracias a los recuerdos compartidos ahora. Luego vendrían jornadas más cercanas en la geografía, en la capitalina Fábrica de Arte Cubano, donde entre paneles y nueva pre-presentación de mi más reciente obra, desfilaron por mi mente muchos aspectos del camino transitado en esta materia y, con ellos, la maravillosa compañía que tuve para enfrentarlos. A ellos dediqué, sin palabras, lo alcanzado.

Cuando pensé que el ánimo se aplacaría en mi rutina diaria, de jubilado activo frente al teclado y la pantalla, un foro internacional de periodistas me hizo cabalgar de inmediato sobre las olas de mis recuerdos, añoranzas y razones de haber sido y ser como soy.

Volví mediante la evocación de la Operación Verdad, a los 60 años de realizada, a sentirme como el muchachón de 22 años que ingresó en Prensa Latina cuando se cumplía una década de su magistral realización por Fidel. Ella dio origen, unos meses después –el 16 de junio de 1959—al nacimiento de la Agentica Latinoamericana de Noticias en la que comencé mi vida profesional como auxiliar de redacción de la zona de África y en la que llegué a ser su vicepresidente informativo años, muchos años, después.

Ahora estuve rodeado de muchos de mis amigos de siempre, desde Víctor Carriba y Felix Albisú a Jorge Luna y Roberto Molina. En una de las fotos que nos tomamos cuatro de nosotros nos percatamos que, sumados los años de periodismo, nos faltaban sólo tres para llegar a los 200 de entrega a la profesión.

Allí volví a ver a mi primer director, Manuel Yepe; al que le siguió y es con el que mantengo regular contacto, Gustavo Robreño; y al que fui su segundo al mando durante un largo período, Pedro Margolles. Pero también a varios visitantes con los que mantuve o mantengo estrechos contactos durante prolongado tiempo como los mexicanos asentados en territorio ocupado por Estados Unidos, Raymundo Reynoso y Paula Ramírez, el hoy cineasta colombiano Jorge Enrique Botero, el andino más que peruano El Cholo Robles, el animoso brasileño Beto Almeida, la incombustible argentina Stella Calloni, su compatriota y presidente de la Felap, Juan Carlos Camaño; el ahora secretario general de la combativa organización gremial, el boricua-dominicano Nelson del Castillo (estos últimos a los que estuve aliado en mil batallas), y a otros colegas del patio o de otros lugares que me hicieron vivir –no revivir—como si los años no hubieran pasado.

En ese foro escuché magistrales exposiciones que apuntaron no sólo a lo hecho. Sobre todo fue importante la denuncia de lo que existe adverso al mundo soñado de justicia social y equidad y formulaciones encaminadas a enfrentar esos desafíos y a seguir avanzando. La memoria me llevó a épocas en que los retos eran muy similares, aunque hoy, en la espiral de desarrollo, son más complejos. Y en ese derroche de ideas que presencié resaltó una cercana amiga, Rosa Miriam Elizalde, siempre con algo nuevo con el que iluminar el camino a seguir.

De ese jolgorio de amigos reencontrados y ratificados salí con la motivación reforzada de seguir haciendo lo que mejor puedo hacer, escribir, escribir de todo lo que se algo o supongo mucho, con cierta certeza, para brindar mi gota de pensamiento al océano que debe seguir encrespado para barrer con las injusticias globales, con un tsunami de dignidad y, sobre todo, de verdad, que es incluso la esencia de la memoria histórica válida. Sigo, entre muchos, el precepto martiano que afirma: “Haga cada uno su parte de deber, y nada podrá vencernos”.

Sin embargo, de la fiesta de reencuentros pasé, con sólo una llamada telefónica, al luto, al dolor de saber que he perdido, en lo físico, a uno de mis allegados de aquellos tiempos. Ya le habían antecedido recientemente en nefastas noticias otros dos colegas, Godefroid Tchamleso y Rafael Contreras, pero mi relación con José Torriente, Pepeno, llegó al plano íntimo de nuestras familias, las que recíprocamente vimos nacer y crecer, y que nos unió más en el bregar laboral en Cuba y el extranjero.

Y vuelve la memoria a hacer de las suyas, apoyada en esta ocasión por mi casi obsesión de fotografiar todo lo que esté a mi alcance y preservarlo. Y me zambullí en mi disco duro físico, porque el virtual se deteriora con los años, en busca de imágenes que lo captaran a él y con ellas volví a vivir desde las asambleas en Prensa Latina a la Cumbre de No Alineados en Belgrado, su jugueteo con mi hijo David y la hija de Sergio Gómez en Berlín,  a la imagen de sus hijas pequeñas en un lindo día de sol en Varadero o las más recientes, cuando sus hermanos del área de comunicaciones de PL lo invitaban a sus bulliciosas fiestas.

En ese homenaje póstumo a Pepeno también existe un reproche a mí mismo, porque hubiera querido mostrarle a él esas estampas conjuntas cuando aún hubiera podido disfrutarlas. Sé que le habrían animado como ahora me apesadumbran a mí por no tenerlo entre nosotros. Pero como de todo en la vida se puede sacar lecciones, que para eso también está la memoria, de esta pérdida brota más fuerte aún la determinación y consejo de hacer a tiempo lo que aún tenemos tiempo para hacer: recordarnos, honrarnos y estimularnos hasta el final del camino, ese que es infinito si de la memoria colectiva se trata.

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José Dos Santos
José Dos Santos (1947) Periodista cubano. Bachiller en Ciencia. Licenciado en Ciencias Políticas. Comenzó su vida periodística en 1969 en la Agencia Prensa Latina, donde fue desde auxiliar de redacción y Jefe de Servicios Gráficos, corresponsal jefe en la RDA y la RFA y vicepresidente para la Información (1984-1993). Quince años vicepresidente primero de la UPEC (1993-2008) y dos años subdirector de la revista Bohemia (2014-2016). Entre sus condecoraciones cuenta con seis Distinciones, tres Medallas y dos Sellos. Es autor de varios libros testimoniales y sobre el jazz, materia sobre la que es fundador de un sitio web del Ministerio de Cultura y escritor y productor de programa radial La Esquina del Jazz, desde 1993.

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