PERIÓPOLIS

“El periodismo es vida y en la vida hay que estar dispuesto a equivocarse”

Entrevista realizada a Jesús Hernández Pérez (1938-2018), el 12 de septiembre de 2013. Destacado periodista y directivo de la prensa, fue miembro del Comité Nacional de la Unión de Periodistas de Cuba, desempeñó responsabilidades de dirección en la Agencia Latinoamericana Prensa Latina. como director de la revista Moncada y estuvo al frente del Centro de Información para la Prensa, lugar donde creó la primera revista digital cubana, Cubahora, en 1998.

Allá por la década de 1980, cuando un lector quería enterarse de historias verdaderas sobre asesinatos, policías, karatecas, francotiradores, oficiales de la Seguridad del Estado infiltrados en Cuba y los Estados Unidos, bandidos en las montañas de El Escambray, escoltas de Fidel que tomaban prisioneros a agentes especiales en medio del tiroteo y sin un proyectil en la pistola, criminalistas y falsificadores de dinero, solo tenía que caminar hacia los estanquillos y comprar una revista: Moncada.

De circulación mensual, la publicación del Ministerio del Interior (Minint) aparecía con una portada brillante, policromada, que a veces mostraba unos hombres vestidos de camuflaje, una portada blanca con una silueta que llenaba de incógnitas a los lectores y los obligaba a buscar la respuesta en las páginas interiores o una muchacha de pelo negro y vestida con uniforme de campaña que, con su sonrisa,  invitaba a seguir la lectura.

Su huella sobre el periodismo cubano se puede apreciar mediante  la crónica del escritor y periodista mexicano Paco Ignacio Taibo II, redactada al finalizar un curso de periodismo en La Habana, en la década de 1980. En el escrito  reconoció Taibo II que, en medio de la inercia de la prensa nacional, existían intentos por hacer algo distinto, más lleno de vida y con historias que parecían documentales,  coloridos y con un abierto toque literario.

Entre los ejemplos mencionaba a las revistas Somos Jóvenes y Bohemia, los reportajes investigativos de Félix Pita Astudillo, en el diario Granma, a los redactores del periódico Juventud Rebelde y a otros más.

Pero en las menciones se repetía un nombre: Moncada. Y con este se deslizaban los ejemplos de los reportajes del Che en el Congo, una de las grandes noticias y uno de los grandes secretos de Cuba desclasificados por aquellos tiempos.

¿Cómo llegar a ese tipo de periodismo? Hoy ese medio de comunicación  es un recuerdo y su colectivo se encuentra desperdigado por el tiempo y las geografías. Sin embargo, existe un hombre con la clave. En su casa de Diez de Octubre, esa persona saca los archivos completos de la publicación, encuadernados en cuero teñido de color rojo y los revisa con cuidado.

Allí están todos los números de Moncada y ese hombre, delgado y de estatura mediana, es Jesús Hernández Pérez, su director por casi 20 años. Se acomoda en el sillón y mientras abre los ejemplares, confiesa:   “Fue mucho tiempo al frente de la revista, creo que demasiado” . Y enseguida comienza a hablar de sus compañeros y a insistir que el mérito no es suyo como director sino de todo el colectivo.

Detrás de esa figura apacible y que observa con cariño a los nietos, se esconde un hombre  temperamental y de decisiones firmes —él lo reconoce así—, que se inició como corresponsal  de Juventud Rebelde en la década de 1960. Un periodista que, incluso, empezó a entrenarse como paracaidista y suspendió las prácticas ante la prohibición horrorizada de sus jefes.

Hernández  es, además, quien, desde su cargo al frente  del Centro de Información para la Prensa, estimuló la creación de las redacciones digitales en Cuba en pleno Período Especial.

Jesús junto a compañeras del Centro de Información para la Prensa

Mientras estira las piernas,  revela uno de los principios de su vida y del trabajo en el periodismo:  “No hay nada más dañino que la seguridad; cuando no tienes nada en contra, te acomodas, se muere la creatividad”. Y hace un gesto:  “Bueno, pregunte usted”.

Cuando Paco Ignacio Taibo II llegó a La Habana, a mediados de la década de 1980, reconoció con sorpresa que en Cuba había reporteros y publicaciones dispersas que contaban la noticia como si fuera un cuento real, entre los cuales estaban ustedes, los de la revista Moncada. ¿Cómo era posible practicar el periodismo literario  en una época donde este era casi desconocido en el país?

“Recuerdo bien el curso y a Taibo. Nosotros estuvimos entre  las personas que lo atendieron, pero el origen de esa historia, de lo que hacíamos, está muchos años antes, a principios de los ’70  más o menos, cuando se nucleó un equipo de periodistas que si lo hubiéramos mandado a pedir, no nos hubieran salido tan buenos”.

—¿Cómo se creó el equipo?, ¿siguieron algún criterio en específico?

“Se hizo sobre la marcha. Buscamos personas con inquietudes y deseos de hacer. Algunos venían de los órganos del Minint, los cuales después debían atender ese sector en la revista. Tenían relaciones, estaban bien informados. Cierta vez creamos una sección sobre los servicios de inteligencia norteamericanos y nos agenciamos a Reynaldo Lugo, quien estaba en la Seguridad de Estado. También teníamos un grupo de fotógrafos y diseñadores formidables.

“Queríamos personas con iniciativa, dispuestos a hacer un periodismo distinto a como se hacía en la época. Lo que buscábamos era crear, salirnos del comunicado y la consigna y de la foto del oficial de pie, encartonado y todo el tiempo saludando. Se exigía escribir con textos breves y directos para darle  mucho espacio a la gráfica”.

Juan Carlos Fernández, uno de los nombres más mencionados en esa época, era famoso por sus reportajes sobre agentes de la Seguridad del Estado y el bandidismo, donde intercalaba historias humanas con montajes paralelos y retratos de personajes. ¿Él ya integraba el equipo en esa fecha?

“Sí, desde antes del curso con Taibo II. Juan Carlos tenía una facilidad increíble para captar las historias y las esencias humanas. Escribirlas después era un problema. Había que armarlas, y aunque él tenía muchas ideas para hacerlo se enredaba con el lenguaje.

“Estudió licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, sin embargo,  debió hacer un esfuerzo grande, quemar etapas, o como decimos popularmente,  “madurarse con carburo” .

“En una ocasión  trató de abandonar la carrera y me puse duro.  ‘Es una orden —le dije—, tienes que seguir. Si necesitas más tiempo, te lo damos, pero la universidad no la dejas’ . Lo que pasa es que él llegaba,  relataba los sucesos y aquello era fabuloso. Cuando se empezaba a atorar, decíamos:  ‘A ver, cuéntala de nuevo’. Y en el papel escribíamos lo que él dictaba y cómo lo pensaba estructurar.

“Ahora, insisto, Juan Carlos  no fue el único. Con nosotros estaban Teresita Valdés, que atendía la policía; Freddy Torres, Adolfo Alfonso —hijo del famoso repentista— que atendía los deportes (las historias de los karatecas son de él); Caridad Miranda, quien llegó a ser directora de Bohemia; María Marí, correctora; Estela Guerra, redactora; Arístides Navarro, Aurelio Pedroso, Clemente Atía, —que se interesaba por todo—, y Jesús Barreto, ayudante en una unidad en Dragones y a quien captamos  cuando vimos su interés por el trabajo de la revista.

“Eran muchos más, los nombres se van de la mente, pero todos allí tenían una iniciativa muy grande y aprendimos sobre la marcha. Nos podíamos equivocar, pero insistíamos y la responsabilidad era de los jefes”.

—Debían consultar bastante, ¿verdad?

“No, no consultábamos. Nosotros teníamos claro los intereses del Minint, conocíamos muy bien las reglas y que debíamos ser cuidadosos de no revelar algo que por su naturaleza debía ser discreto. Nuestros periodistas sabían bien el trabajo de sus sectores, estaban muy informados y yo, como director, participaba en las reuniones de la Dirección Política. Estábamos al tanto de los problemas y las novedades de la institución. De hecho, a la hora de  ‘planchar’  un trabajo, quien tomaba la decisión era yo, no el jefe superior”.

—¿Esa libertad de decisión siempre fue así?

“Es que la revista tampoco era así. Cuando yo asumo  como director en 1968, Moncada era una publicación interna, no circulaba en la calle y estaba llena de comunicados y consignas. Un puro estiramiento. Antes había tenido como director un compañero muy valioso, José de Jesús Zamora. Él la hacía solo,  pedía varios documentos, se sentaba en la máquina de escribir y los trabajos salían.

“Después la dirigió, Ferraz, una persona culta, pero no era periodista. El periodismo es una manera de ver la vida y, en ocasiones, una gente muy preparada contempla las situaciones periodísticas sin importancia, como un suceso superficial, piensa que son medio sensacionalistas y las pasa por alto. El resultado es el aburrimiento y dejar de informar”.

—¿Usted era periodista cuando llegó a Moncada?

“De escuela, no. Después me gradué de periodista en la Universidad de La Habana. Estudié mientras trabajaba en la revista. Juan Carlos no era el único con problemas. Yo también tenía mis grandes lagunas al llegar a Moncada y me hice sobre la marcha, como mis compañeros”.

—Entonces ese sentido de informar, de no aburrir, de buscar historias interesantes, ¿de dónde surgió?, ¿quién se lo enseñó?

 “Yo integré el movimiento de corresponsales de Juventud Rebelde. Allí estaban compañeros como Víctor Joaquín Ortega, Lagarde, Acevedo, Ricardo Cardet, que era el teórico.

“Cuando voy para Moncada, yo escribía reportajes, pero déjame aclarar algo. Sería una arrogancia de mi parte decir que yo era el artífice de todo. No es verdad, eso fue un trabajo en conjunto, y una persona que jugó un papel muy importante fue Enrique Román, quien se desempeñó como jefe de redacción y luego, por un tiempo, director cuando yo salgo para el Ministerio de Cultura hasta que regreso a Moncada.

“Éramos distintos por completo. Román, meticuloso, muy sedado. y yo muy temperamental. No obstante,, acoplamos muy bien. Él venía del periódico El Mundo, que fue una gran escuela. Para el trabajo nosotros manejábamos una tesis: el Minint era la institución más periodística de Cuba.

“Medita y verás: agentes, infiltrados, robos, asesinatos, policías, misterios, criminalística, bomberos, acciones de rescate y salvamento, artes marciales, reeducación de personas y conflictos familiares con menores en el medio… ¿Qué más se podía pedir? Las historias estaban ahí, solo había que buscarlas”.

—Jesús, pero hacer ese tipo de periodismo implica meterse en honduras, buscar detalles e informaciones que, a veces, pueden chocar con el sentido del secreto que rige el trabajo del Minint. ¿Ustedes no tenían conflictos en el trabajo? ¿Todo era aplausos y reconocimientos ante sus iniciativas?

“Vamos andar claro en algo: el periodismo es indiscreto por definición, aun cuando  no niega el sentido de la responsabilidad. Mentiría si dijera que no existían cuestionamientos. Como también mentiría si no mencionara el respeto de nuestros superiores por el trabajo en la revista.

“Creo que nos supimos ganar un espacio con el trabajo porque defendimos nuestras posiciones sobre el tipo de periodismo que deseábamos hacer. Una muestra del apoyo y el respeto fue que, en cuestiones de equipamiento, llegamos a contar con una de las mejores redacciones del país, para no decirte que, en mi opinión, la mejor. Por ese lado podíamos trabajar sin preocupaciones”.

—¿Quiénes respaldaban el trabajo de Moncada?

“Directamente con nosotros, los jefes de la Dirección Política del Ministerio del Interior. El comandante Eddy Suñol nos escuchaba bastante y respetaba los criterios cuando se defendían bien. Después de su muerte, el compañero José Tarrau nos apoyó mucho. Él era un verdadero guerrero, un hombre muy valiente, un verdadero comunista. Cuando se constituyó el primer Comité Central, entre tantos comandantes, había un primer teniente: Tarrau.

“Como viejo luchador, su historia venía de la clandestinidad. Al principio discutíamos muchísimo , más tarde  Román y yo descubrimos que a Tarrau le gustaba escuchar criterios distintos al suyo. Era un hombre con un sentido político en el  momento de trabajar con las personas.

“Recuerdo una vez cuando propusimos publicar cuentos policíacos y fragmentos de novelas de espionaje. Ese proyecto surgió con el tiempo, inventando. Los escritores José Antonio Portuondo, Félix Pita Rodríguez, Luis Rogelio Nogueras, Guillermo Rodríguez Rivera y Daniel Chavarría, dieron ideas y nosotros,  hasta  llegamos a publicar Las 20 reglas del relato policial, del novelista S.S, Van Dine.

“Desde los primeros años de los ’70  andábamos con esas inquietudes. Incluso auspiciamos el Concurso Policial, pero al principio, cuando presentamos la idea, Tarrau dijo:  ‘¿Qué es eso de Agatha Christie? ¿Qué tiene que ver ella con nosotros?’ . Ahí explicábamos que el Minint estaba relacionado con la aclaración de un crimen, de un enigma y mencionábamos a Edgar Allan Poe, William Irish y a Isaac Asimov.   ‘¿Eso también es policíaco?’ , preguntó  Tarrau. Ahí nos dábamos cuenta de que su insistencia consistía en probar hasta qué punto  estábamos convencidos de nuestras ideas. Al final concluía:  ‘La responsabilidad va por ustedes’ , y nosotros sí asumíamos”.

—¿Qué trabajos levantaron polémica dentro del Minint?

 “¡Fueron tantos…!Hubo un momento en que se reiteraba la necesidad de la discreción en cualquier reunión, en las orientaciones, en todas partes. Nos enviaron un documento para publicar. Era un soberano teque. Fui con los diseñadores y pedí que idearan algo.

“En la revista se manejaba la tesis de que una buena imagen podían decir más que mil palabras y los gráficos no fallaron. Crearon una especie de cártel: la foto de una oreja, inmensa, con todos los detalles, hasta con el sudor y con letrero abajo:  ‘La indiscreción es pecado’ .

“Las críticas vinieron por la libre:  ‘¡Qué han hecho ustedes, qué cosa es eso, no han dicho nada!’ , y nosotros batidos con ellos. Otra pelea fue cuando se desclasificó al comandante Tony Santiago como agente de la Seguridad del Estado. Contamos la historia como si fuera una novela de espionaje, pero real, con todos sus datos verificados. Tenía su gancho, pero de sensacionalistas para arriba, nos dijeron todo lo que quisieron”.

—¿Por qué un relato como el de Tony Santiago levantaba voces en su contra, pese a que era capaz de atraer mejor al público?

 “Porque en Cuba existe una visión instrumental del periodismo. Eso, sencillamente, no busque más. Si hubiéramos puesto un comunicado, nadie hubiera protestado, pero también aburriríamos bastante.

“Una vez intercambié con un alto jefe del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido, una persona muy lúcida. El compañero argumentaba que la función del periodismo consistía en educar, y mi opinión era que no. Que la primera misión del periodismo es informar y este educa en la misma medida que informe bien. Lo que sucede es que esa visión pedagógica anda muy extendida y tiene el peligro de conducir al teque, y en semejante  error hemos incurrido bastante”.

—El  modo de acercarse a los hechos, de contar la noticia como si fuera un cuento, ¿cómo surgió?, ¿de quién lo aprendieron?

“De nadie, apareció en la marcha”.

—¿De nadie? ¿No había ninguna influencia, algún periodista o escritor que tomaran de ejemplo para luego decir vamos a hacerlo como lo hace él?

 “Tampoco, nadie nos vino a enseñar y no teníamos ningún escritor a quien tomar de ejemplo”.

—Entonces, ¿cómo terminaron escribiendo de esa manera y contando ese tipo de historias?

“A base de pura experimentación y con un sentido muy claro del tipo de periodismo qué queríamos hacer. Poco a poco nos dimos cuenta de que a la gente le gustaba leer una historia, y para que esta pareciera más interesante, aplicamos las reglas del relato policial al reportaje y a las entrevistas. Pero eso surgió con el trabajo colectivo, de escuchar y debatir muchas propuestas, y de hacer también muchas cosas malas.

“Por esa época teníamos un criterio sobre la literatura policial, y era que nosotros teníamos mejores escritores que los mismos escritores policiales porque, sencillamente, habíamos vivido las situaciones reales de un caso de policías y de espionaje.

“Nuestro problema era cómo contar la historia, éramos muy malos, andábamos con muchas lagunas, hicimos cosas muy malas y seguimos pues teníamos muchos deseos de hacer. Trabajar en Moncada se convirtió en una fiesta de creatividad. Nos divertíamos trabajando. Todos querían proponer algo y a todos se les escuchaba y se les dejaba hacer”.

—Dentro de la revista, ¿ustedes eran críticos con el periodismo que se hacía en el país?

“No puedo afirmarlo. Nunca escuché entre los compañeros comentar si lo que hacía un determinado periódico o revista resultaba  aburrido o estaba mal. Si lo hicieron, no lo recuerdo. Me atrevo asegurar que no era el plato fuerte. Nosotros andábamos muy metidos en lo nuestro y sí teníamos claro hacer un periodismo distinto, menos acartonado, más apegado a las personas.

—¿Cómo se dieron cuenta de que ese modelo de periodismo les funcionaba?

“Bueno, fueron muchas señales. Una de ellas, muy importante a mi criterio, fue cuando nos empezaron a robar ejemplares de la revista. Al principio, como te dije, ella circulaba solo dentro del Minint. Se imprimía en la imprenta Osvaldo Sánchez, la antigua Omega, que está por el Parque de Tulipán.

“Un día  notamos que siempre se perdían 30, 60 hasta 70 revistas. La Seguridad comenzó a preocuparse y nosotros a meditar, eso era muy raro. Llegamos a la conclusión de que solo se podían perder dentro de la imprenta y que los mismos obreros la estaban sustrayendo.

“Fuimos a hablar con la administración. ’Aquí nos están robando la revista’, anunciamos y eso fue de madre:  ‘¡Imposible, ¿cómo es eso?!’ Reunieron a los trabajadores y les expliqué lo que ocurría, pero dije:  ‘No hay necesidad de tomarlas. Si ustedes la quieren, se la regalamos, pero no se la roben’.

“Un hombre, que estaba con los brazos detrás  de la espalda, levantó la mano:  ‘Jefe, yo me cogí una revista’. Por allá salió otro:  ‘No, yo también’ y así fueron identificándose.  ‘Está bien, no hay problemas, nosotros le regalamos un ejemplar a cada uno de ustedes’, anuncié y ahí surgió el otro problema. Porque uno pidió:  ‘Óigame, jefe, yo quiero dos’ . ¿’Dos?; ¿y por qué dos?’.  ‘Es que a mi suegra también le encanta, dice que está buenísima’.

—¿Cuándo empezaron a aceptar la revista en el Minint?

 “Al darse cuenta de que, por la forma de hacer periodismo, Moncada era una herramienta para el reconocimiento social de la institución, de sus compañeros, y podía servir en la prevención del delito y resaltar valores dentro de la sociedad.

“Una vez los fotógrafos nuestros se metieron en las broncas dentro de los carnavales de La Habana. Fotografiaron los piñazos y a la policía cargando con los bronqueros. Eso podía parecer sensacionalista para algunos, pero en el texto del reportaje se hablaba del daño que esas acciones tenían para la ciudadanía y las penas legales para los implicados. Era una alerta.

“En otra ocasión, hicimos un reportaje bien grande sobre el robo de autos con unas fotos tremendas. Allí se mencionaban los modos de operar de los delincuentes y de la policía. Cuando se publicó, nos cayó el cielo encima. La bronca fue tremenda. Nos acusaron hasta de revelar las técnicas de investigación y lo peor, que estábamos ayudando a los ladrones a sofisticarse más y evadir a la policía.

“Nos pusimos bien duros. Discutimos bastante. Nosotros teníamos un principio: en el periodismo hay que estar dispuesto a equivocarse y defendimos nuestra tesis de que con ese trabajo no ayudábamos a los delincuentes, sino a que las personas tomaran medidas para evitar el robo de sus vehículos.

“Era un trabajo periodístico en sus formas, aunque preventivo en su base, donde las partes sensibles de la investigación policial eran ocultadas. La vida al poco tiempo nos dio la razón, porque los robos empezaron a disminuir, entre otras razones, por la alerta en la revista. Después, todas las provincias querían a los fotógrafos y periodistas allá. Decían que ellos también tenían resultados, no solo los habaneros. Aquello fue un rollo”.

—¿Eso fue en la década de 1980 con el III Congreso del Partido y la Política de Rectificación de Errores?

“No, antes. En mi opinión la mejor etapa de Moncada fue durante los  ’70 y principios de los ‘80”.

 —¿Por qué?

 “Yo pienso que lo estimulante de verdad es no estar seguro de nada. Eso te obliga a ir hacia adelante. La búsqueda es más apasionante que la certeza y cómo teníamos muchas incertidumbres, porque corríamos el riesgo de equivocarnos o que nos cuestionaran, pues tratábamos de innovar y hacer las cosas mejor.

“Después, la revista ya se había ganado un nombre y las cosas fluían más fácil , pero no estábamos tan presionados para innovar. Ya en los ’80 teníamos al Minint completo detrás de nosotros, apoyándonos”.

—Jesús, ¿cómo  organizaban el trabajo?, ¿de qué manera intercambiaban los editores con los demás miembros del personal para lograr una revista con esas características?

“Hubo un momento, a principios de los ’70 , que nosotros hacíamos una reunión e invitábamos a todo el que quisiera ir. El encuentro se realizaba  para proponer ideas con total libertad. Román anotaba y después las ponía en un mural. Con el tiempo, me dijo:  ‘Jesús, hay que parar la reunión. Al paso que vamos ya tenemos ideas para el año 2000’.

“Entonces pasamos a dos encuentros en el mes: uno a comienzos para proyectar la revista, y otro a finales, en la imprenta, para ver cómo iba armándose el número. Por lo general siempre teníamos muchos trabajos y Román me proponía dejar algunos para el mes siguiente, yo me negaba. Si tenían calidad, que todos se fueran en esa edición; en la  próxima ya veríamos.

 —¿Pero ustedes tenían una planificación de lo que iban a publicar?

 “La creatividad no se planifica, ella brota. Tú debes defenderla para que nazca y se desarrolle. Cuando te apegas a esas planificaciones estrictas, empiezas a coartar la iniciativa, a cerrarle el paso a lo inesperado, a lo noticioso; y la gente empieza a desmotivarse o acomodarse, que es más o menos lo mismo. Te metes de cabeza en la rutina y de esa manera comienza a matarse la creatividad.

“Hubo una época que desde el Departamento Ideológico del Comité Central del Partido pidieron el envío de los trabajos que ibas a publicar durante el año con tema, título y fecha de publicación. Rotundamente le dije a Román que no íbamos a cumplir con esa indicación e intercambiamos con los compañeros del Partido sobre la base del respeto y con argumentos.

“¿Cómo yo iba a planificar la vida del Minint? ¿Cómo ibas a prever el robo, el asesinato, el accidente del tránsito? ¿ Saber cuándo iban a desclasificar a un agente? ¿Te imaginas cómo se sentiría un periodista que llega con la noticia de que desclasificaron a un oficial de la Seguridad y tú le digas que no se puede publicar porque no está dentro de lo planificado y si se hace, entonces se altera todo el programa? Sería la muerte de la iniciativa y del ingenio, ¿verdad? La realidad no se puede planificar”.

—¿Cómo evitaban que no se produjeran vacíos a la hora de llenar los espacios de la revista?, ¿cómo controlaban el trabajo de los reporteros y evitaban la improvisación?

 “Mira, no hay nada más estimulante que la cuartilla en blanco, y nosotros estábamos dispuestos a violar las reglas. En la revista teníamos una teoría, la llamábamos el Milagro Cotidiano y se basaba en el criterio de que, a veces a última hora, siempre podría aparecer algo que levantara el número. Eso no surge con la planificación estricta, lo cual no implica estar en contra de la organización.

“Los jefes sabían por dónde andaban los periodistas, quienes a su vez se mantenían al tanto de lo ocurrido en cada  uno de los sectores. Existía disciplina, pero la mayor exigencia nacía en la motivación de los propios reporteros y diseñadores. Ellos sabían que aun cuando hicieran  la propuesta más descabellada,  esta sería atendida.

“Fue así que surgieron ideas locas, como esa portada por el aniversario de la Seguridad del Estado. Es blanca y con la silueta troquelada de una persona. Un grupo de compañeros nos rompimos la cabeza unos cuantos días para crear algo distinto hasta que, al final, se logró  el resultado. Como la labor de la Seguridad es el secreto y sus agentes trabajan en el silencio, unimos el color blanco, que puede relacionarse con lo invisible, combinado con aquella silueta.

“Pero antes, estuvo el trabajo, entre entrevista y reportaje, realizado al agente de la Seguridad que convivió por muchos años con Esteban Ventura Novo, el jefe de la Quinta Estación de Policía en La Habana y uno de los torturadores más grandes del gobierno de Batista. La entrevista la hizo Freddy Torres y la presentación fue una pistola apuntando al lector con el título en la boca del cañón: « “¿Por qué no maté al verdugo?”.

“Otro material  fue el de las portadas llenas de ilustraciones a color, hecha por Juan Pablo Villa y que dio un resultado algo hermoso. Villa permaneció muchas semanas entregado a los dibujos, trabajó como un demente, pero lo hizo porque estaba convencido de que su esfuerzo sería defendido por la dirección”.

—Jesús, ahora, con el paso de los años, ¿de qué manera ve a la revista? Si tuviera una palabra para definir esa época, ¿cuál sería?

“Es un poco difícil; voy a contar algo. Hace unos años tuve el honor de que me llamaran del Minint para coordinar dos números homenajes a Moncada. La primera vez fui y explicaron que me entregarían los trabajos. Yo me asombré y les dije:  ‘No, ustedes lo que tienen que darme son los intereses, los trabajos y las fotos los buscamos nosotros’ .

“Ahí empezaron a decir que no, que ellos tenían unos trabajos muy buenos, especiales para la revista.  ‘¿Qué son esos trabajos, de dónde salieron?`, pregunté.  ‘Son unas tesis, unas investigaciones muy buenas’ . Aclaré:   ‘Oigan, yo no dudo que esas tesis estén muy buenas y estoy convencido de que esa información es lo más exacta. Es más, sin verlas creo que esas tesis son brillantes. Pero eso no es periodismo’.

“Pienso que esta es una de las enseñanzas de la revista: contar con un sentido de la información y de la vida dentro de esta . Creo que, por ese criterio, Moncada funcionó y se convirtió, no solo en una fiesta, sino también en una aventura. Y me parece que esas son las palabras más exactas para definirla: Moncada fue la gran aventura de nuestras vidas”.

(Imagen de portada: Jesús Hernández (1938-2018) fue director de la revista Moncada por más de 20 años. Fotos: Cortesía de Patricia Hernández Acevedo).

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Luis Raúl Vázquez Muñoz
Lic. Luis Raúl Vázquez Muñoz. Corresponsal del periódico Juventud Rebelde en Ciego de Ávila. Doctorante en Ciencias de la Comunicación Social con el tema periodismo literario.

3 thoughts on ““El periodismo es vida y en la vida hay que estar dispuesto a equivocarse”

  1. Tremendo ser humano , lleno de valores , fuerte defensor de sus principios. Que EPD y te decimos hoy y siempre , gracias por tu amistad Jesús .

  2. Es Adolfo quien escribe, uno de los reporteros que siempre se sintió muy orgulloso de pertenecer a ese colecrtivo que más que centro laboral era una verdadera familia. La entrevista refleja con exactitud la personalidad el dinamismo y la inteligencia de Jesús. Puedo afirmar, y creo que es criterio de la gran mayoría de los que por allí pasamos que Jesús fue nuestro jefe, nuestro guía y nuestro leal amigo. Así lo recordamos. Un verdadero Leon que siempre defendió a sus cachorros (nosotros)´hasta las últimas consecuencia. Siempre lo recordaremos por su firmeza y valentía y su sagacidad para el periodismo. Mereceido homenaje.

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