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Cuba le declaró la guerra a los nazis hace 80 años

Uno de los 61 estados implicados en la Segunda Guerra Mundial (SGM) fue Cuba. Siguiendo la política norteamericana, Fulgencio Batista le declaró la guerra a Japón el nueve de diciembre de 1941 y el día 11 del propio mes y año a Alemania e Italia.

Los cubanos no fueron a combatir a los fascistas a Europa ni a Asia, pero un número indeterminado de compatriotas que estaban en esos continentes fueron hechos prisioneros y recluidos en campos de concentración. En cambio, sí hubo acciones de guerra en el territorio nacional.

La más connotada ocurrió el 15 de mayo de 1943 cuando la Marina de Guerra cubana hundió, frente a la costa norte de la entonces provincia de Las Villas, al submarino alemán U-173, el cual  era comandado por Reiner Dieriksen, Cruz de Hierro del ejército nazi por haber hundido más de diez buques.

Norberto A. Collado, —timonel del yate Granma, en 1956— fue quien detectó, con equipos técnicos, la presencia enemiga y guio la persecución y el aniquilamiento.

El “cazador” y pescador norteamericano Ernest Hemingway (1899-1961), premio Nobel de Literatura en 1954, vivió durante el período de esa contienda en Cuba. En no pocas ocasiones salió junto con una tropa de amigos en su yate El Pilar, con la intención de “cazar y pescar” submarinos nazis, algo que nunca ocurrió…, probablemente para suerte del escritor y los suyos.

Otro  episodio muy famoso ocurrido en Cuba, relacionado con la SGM, fue la captura de un espía nazi. La historia comenzó en  septiembre de 1941 con el arribo, procedente de España, del “comerciante” de 30 años de edad y con pasaporte hondureño, Enrique Augusto Lunin. Realmente era Heinz August Kunning, nacido en Bremen el 28 de marzo de 1911.

Además de su lengua natal, dominaba la española y la inglesa. Tenía la  misión de informar la entrada y salida de buques mercantes y de guerra,  así como  la situación política y económica del país. Trasmitía mediante una potente radio, aparte de la correspondencia.

Precisamente una carta, dirigida a un falangista español, fue la primera pista para su captura por parte del Servicio de Investigaciones de Actividades Enemigas, dirigido por el capitán Mariano Faget.

Según Thomas D. Schoonover en su libro “Hitler´s Man in Havana”, el espía fue descubierto por la contrainteligencia británica y detenido por la cubana. La investigación arrojó remisiones de dinero del Boston Bank, y por las firmas fue identificado y detenido.

Ante las pruebas, reconoció su identidad. El Tribunal de Urgencia de La Habana condenó a la pena de muerte a Heinz August Kunning, y cuentan que el 10 de noviembre de 1942, cuando fueron a buscarlo a su celda, jugaba una partida de ajedrez y le propuso tablas a su rival. Fue fusilado en los fosos del Castillo del Príncipe.

Ese mismo día, su cadáver fue sepultado en el cementerio  de Colón donde estuvo un decenio, hasta que su familia trasladó los restos a Hamburgo.

No fue este el único espía alemán que operó en nuestro país, pero sí el único capturado, mérito sobresaliente, porque de los muchos que actuaron en Latinoamérica, ninguno otro fue apresado. Las informaciones suministradas por Lunin permitieron a los nazis hundir cinco barcos mercantes cubanos, que provocaron la muerte a 76 compatriotas.

Si bien la SGM comenzó en 1939, Hitler asumió el poder en 1933 y desde entonces los nazis, como en otros confines, tuvieron admiradores en nuestro suelo: En 1938 se constituyó el Partido Nazi Cubano, en la calle 10 número 406, entre 17 y 19, en el Vedado, el cual fue asentado en el Registro Especial de Asociaciones del gobierno provincial. Por suerte, tuvo corta vida.

Algunos creen que en Cuba hubo una embajada nazi, ubicada en la calle H número 408, esquina a 19, en el Vedado, pero no era exactamente así, sino la embajada de Alemania.

Bochorno en el puerto de La Habana

Ya sabemos que Cuba le declaró la guerra a Alemania. Pero recordemos que eso fue en el 41. En 1939, antes del inicio de la SGM, le hizo el juego con el bochornoso suceso acaecido en el puerto de La Habana, al impedirles la entrada al país a los judíos que estaban a bordo del crucero Saint Louis.

Dramática esta historia que ha motivado libros y películas. Podría iniciarse antes, pero vamos a acercarla al 13 de mayo de 1939, cuando el Saint Louis zarpó desde el puerto de Hamburgo con destino a Cuba trayendo 937 pasajeros, de los cuales 930 eran judíos que escapaban de la persecución nazi.

La salida del trasatlántico estuvo rodeada de publicidad por parte del régimen fascista para hacer creer que los judíos eran libres de emigrar y el viaje fue seguido por la opinión pública mundial.

El Saint Louis era un crucero de lujo que poseía ocho puentes, piscina, pista de baile y cine. Tenía capacidad para 400 pasajeros en primera clase y 500 en la clase para turistas. La comida era excelente y pese al especial grupo de esta travesía, por órdenes del capitán, Gustav Schroder, los mozos y miembros de la tripulación trataban a los pasajeros con el debido respeto, como si se tratara de los habituales aristócratas que lo ocupaban,

Por demás el capitán permitía que se celebrasen las tradicionales misas nocturnas de los viernes, durante las cuales daba permiso para que se retirase el retrato de Hitler del salón principal. Por esas y otras actitudes que veremos, en 1993 Gustav Schroder fue condecorado póstumamente con el título Justo entre las naciones.

La comunidad judía en Cuba esperaba con expectación la llegada del barco, aunque el propósito de la mayoría no era fijar residencia aquí, sino viajar luego a los Estados Unidos.

Ya cerca de las costas cubanas, el 23 de mayo se recibió a bordo un telegrama que informaba de posibles problemas con las autoridades, las cuales se negaban a recibir a los pasajeros a pesar de las visas ya otorgadas por la embajada de Cuba en Alemania.

Durante los días siguientes el capitán intentó persuadir a las autoridades cubanas para que les permitiesen entrar al país. El presidente de Cuba era Federico Laredo Bru, pero es cosa sabida que la decisión venía de los vecinos del norte.

Después de intensas negociaciones se accedió permitir el atraco del crucero en el puerto de La Habana, pero solo la entrada a quienes pagaran 500 dólares por visado, una suma alarmante en la época.

El pánico cundía sobre cubierta. Desesperado, un pasajero se cortó las venas y se arrojó por la borda, hubo otros intentos de suicidio, llantos y lo más parecido a un motín. Una muchedumbre acudía a alentarlos desde tierra firme. Qué espectáculo más bochornoso en el puerto de La Habana.

De los 937 pasajeros solo 29 consiguieron salir de ese improvisado infierno sobre el agua y adueñarse de las calles de nuestra capital. Sin otra alternativa aquí, el capitán dirigió el barco hacia los Estados Unidos y solicitó permiso de entrada. El Saint Louis esperaba una respuesta anclado entre La Florida y Cuba. La recibió el cuatro de junio: denegada, a pesar de peticiones personales al presidente Roosevelt.

El cinco de junio Gustav Schroder hizo un intento fallido con Canadá y entonces tomó la decisión de regresar a Europa, como sabían de antemano los nazis que iba a suceder. Pero no fueron a Alemania. Desde el Saint Louis se hicieron fructíferas gestiones y el 17 de junio atracó en el puerto belga de Amberes.

Bélgica, Francia, Holanda y el Reino Unido aceptaron repartirse a los seres humanos cuyo único ¨delito¨ era ser judíos y tendrían muerte segura en tierra de la fiera nazi. La conflagración bélica se iniciaría dos meses y medio más tare, Alemania ocuparía buena parte de Europa y se sabe que murieron en campos de concentración 250 de los pasajeros en la histórica travesía.

Llevan en esas muertes una porción de culpa los que no les permitieron bajar del Saint Louis en La Habana.

Acontecimiento similar pero distinto

Todo lo contrario ocurrió en marzo de 2020. El octavo día de ese mes el crucero Braemar, propiedad de la empresa británica Fed Olsen, arribó a Cartagena, donde descendió una ciudadana estadounidense a quien se le diagnosticó una infección por coronavirus. Después de zarpar, se supo de cinco casos de contagio a bordo, por lo cual se le negó la entrada al buque en varios puertos.

Luego de más de una semana de navegación imprecisa, Cuba acogió al crucero en el puerto del Mariel, de donde fueron trasladados al aeropuerto unos 680 pasajeros para su retorno al Reino Unido en cuatro aviones británicos.

La diferencia entre los sucesos del Saint Louis y el Braemar no está en que arribaron a dos puertos distintos, sino a dos países distintos, o al mismo, con dos gobiernos diferentes.

 

Imagen de portada: Ceremonia de la bandera, marinos cubanos (Tomada de Cubahora)

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Jesús G. Bayolo
Es periodista e historiador del ajedrez, toda una autoridad del tema en Cuba.

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