PERIÓPOLIS

Periodismo y literatura: ¿a dónde se fue el año cero?

¿Cuándo comenzó el periodismo literario? En su aparente sencillez, la interrogante trae consigo opiniones encontradas. De los más disímiles lugares, centros universitarios y personalidades reclaman para sus países la autoría de esta tendencia o modalidad, donde se combinan los recursos y alientos poéticos del discurso informativo con el literario.

Por ello, el cuestionamiento de a quién pertenece la paternidad del periodismo literario se integra a esa polémica mayor que envuelve a la modalidad y cuyo basamento se encuentra en los que creen o no en lo auténtico de tal combinación, proveniente de formas creativas con múltiples puntos de contacto; pero, al final, siempre diferentes.

No obstante, las respuestas al origen del periodismo literario pudieran servir para encauzar la visión teórica de la profesión.

En primer lugar, sería útil para rastrear los antecedentes de un modo específico de construir el discurso informativo en los medios y ubicar los referentes que inciden en un modelo de prensa en particular. También puede contribuir a sistematizar una mirada histórica del fenómeno y superar un objetivismo a ultranza, el cual termina por lastrar la comprensión de su papel al interior de las sociedades.

Por ello tener en cuenta los orígenes del periodismo literario y, sobre todo sus fases constitutivas, permitirían ubicarlo en el contexto que lo produce y modela; lo cual, en determinadas ocasiones, no ha sido tomado en cuenta en los reclamos de paternidad.

Aquiles se va de paseo con Hernán Cortés

Una epidemia en Londres inspiró a Daniel Defoe para publicar Diario del Año de la Peste, un libro escrito con los recursos del periodismo en el siglo XVII. Tomada de Fundación Index.

Las primeras dificultades para ubicar el nacimiento de la modalidad, sobre la base exclusiva del manejo de fechas, obras y figuras, aparece en la variedad contrapuesta de los ejemplos. Bajo esa premisa, uno de los criterios consiste en remitir el surgimiento a textos tan pretéritos y distintos en su intencionalidad y organicidad lingüística como la Odisea, La Biblia, los escritos de Heródoto, sin olvidar las crónicas de conquista del Nuevo Mundo o los ensayos y artículos de los representantes de la Ilustración en el siglo XVIII1 (Cfr. Limia Fernández, 2004; Timossi, 2000). Tal pareciera que Aquiles, el mítico héroe de la antigua Grecia, se hubiera juntado con Hernán Cortés para llegar a las costas mexicanas.

Además de sus valores estéticos, los fundamentos para validar a estos textos, al menos como precursores del periodismo literario, estarían en su intención por abordar hechos trascendentes para una sociedad y con los que se atendieron disímiles necesidades, entre ellas las informativas.

Dentro de esa postura, un texto canónico sería Diario del Año de la Peste del inglés Daniel Defoe, considerado un clásico por su capacidad de redescubrir una historia real ocurrida cuando su autor era un niño y reconstruida mediante los métodos primigenios del periodismo, incorporados al arsenal creativo de Defoe a partir de su amplia experiencia como reportero y editor de periódicos.

Las fechas fundacionales también se han remitido al proceso de conformación de la prensa de masas a lo largo del siglo XIX, que en distintas geografías como Norteamérica, Europa y América Latina tuvieron exponentes que con toda conciencia cerraron las diferencias entre ambos oficios y, con todas las intenciones posibles, tomaron elementos creativos de una y otra profesión a la hora de crear un texto, que a fin de cuentas tenía la función de comunicar bajo las premisas industriales de un periódico. Tal es el caso de Mark Twain en Estados Unidos; José Martí, en Latinoamérica y la Generación del 98 en España, por solo mencionar algunos ejemplos.

Truman Capote no desayuna con Tom Wolfe

Otro de los momentos tomados para enmarcar el surgimiento de esta modalidad se encuentra con la aparición del Nuevo Periodismo Literario en los Estados Unidos durante la década de 1960. No obstante, la dificultad por establecer una fecha de nacimiento de dicha tendencia la podemos apreciar en los recuerdos de Tom Wolfe, uno de sus fundadores, cuando advirtió que no tenía idea alguna de cuándo se concibió la etiqueta de “Nuevo Periodismo” (Wolfe fijaba al vuelo los años 1965 y 1966), aunque dejó en claro que sus seguidores no constituían un movimiento estético ni periodístico.

Al escribir A sangre fría, Truman Capote aseguró la creación de un nuevo género literario: la novela reportaje o de no ficción. Foto: XLSemanal.

La polémica se acrecienta en el propio escenario estadounidense, incluso en esos años, y tocó a la puerta cuando Truman Capote reivindicó la dimensión literaria del periodismo y reclamó la paternidad de un nuevo género literario, la novela de no ficción, a raíz de la publicación de A sangre fría, en 1965.

En defensa y en uso de la autoridad que gozaba por ser uno de los grandes exponentes de la generación de narradores norteamericanos de la post-guerra, el autor de Desayuno en Tiffany’s estableció una serie de principios en torno a la nueva criatura.

Uno de ellos consistía en que para ser un buen escritor de no ficción se debía contar con un adecuado entrenamiento en la literatura imaginativa, peculiaridad de la cual carecía, en opinión de Capote, los exponentes del Nuevo Periodismo, por lo que negaba posibilidades literarias a los textos de Gay Talese, Joe Breslin, Tom Wolfe y Rex Reed, entre otros2. Tal pareciera, a juzgar por lo que le dijo a George Plimpton cuando lo entrevistó para The Paris Review, que Truman Capote nunca se hubiera decidido invitar a Tom Wolfe, no ya a un desayuno con diamantes sino a tomarse un simple café en Long Island.

Tom Wolfe, uno de los máximos representantes del Nuevo Periodismo norteamericano. Tomada de The New York Times.

Aun así, y pese al incuestionable palmarés de estos autores, ubicar la paternidad del periodismo literario en la prensa norteamericana de la década de 1960 trae consigo una serie de observaciones, al menos en el escenario narrativo del siglo XX.

Quizás la más importante sea el hecho de obviar antecesores tan fuertes, como lo son Ernest Hemingway o los ilustres “Johns” de la literatura y el periodismo norteamericano (John Reed, John Steinbeck y John Hersey). Otro elemento que no puede olvidarse se encuentra en la hegemonía de la industria cultura y sus posibilidades de universalizar criterios y referentes en detrimento de los ejemplos que aparecían por esas mismas fechas en otras geografías.

Ese predominio ha incidido con no poca fuerza sobre la producción teórica y docente, y en ocasiones ha soslayado los procesos de actualización registrados en distintas literaturas nacionales –no solo en los Estados Unidos-, y que conllevaban a la búsqueda de nuevos modos de abordar y expresar una realidad que muchas veces trascendía a la ficción y convertía en disfuncionales los antiguos modelos literarios a la usanza de las novelas de salón.

América Latina: ¿por dónde se corta el traje?

Es por ello que, en los últimos años, desde Latinoamérica se aplica una especie de cobro retroactivo al ubicar el desenvolvimiento del periodismo literario en figuras, movimientos y medios de prensa surgidos antes del Nuevo Periodismo.

Uno de los casos más paradigmáticos se localiza en Argentina, donde se señala con justeza a un año (1957), un autor (Rodolfo Walsh) y una obra (Operación Masacre) como los inicios de las formas literarias en el discurso informativo (al menos antes que Truman Capote), al contarse una terrible historia de fusilamientos sumarios bajo los cánones de la novela, el reportaje y el relato policial.

Sin embargo, otro argentino, el escritor y reportero Tomás Eloy Martínez, señala una fecha distinta, el 1 de julio de 1958, con la entrada de Gabriel García Márquez a la revista semanal Momentos, en Caracas, como el inicio del Nuevo Periodismo Literario, al menos en América Latina y unos años anteriores a su enunciación en los Estados Unidos3.

Dicha tesis pretende apoyarse en el hecho de que Momentos, a diferencia de Rodolfo Walsh, no prefiguró como el ejercicio solitario de un reportero; sino que constituyó la actividad de un grupo, cuyos miembros compartían con toda conciencia la combinación de los métodos de la literatura con el periodismo.

Aun así, esa propuesta tiene en su contra el hecho de obviar ejemplos anteriores, algunos de ellos en la vida del propio García Márquez, como los reportajes en El Espectador, de Bogotá. O la entrevista de Elvira Mendoza hecha a la concertista Berta Singerman y publicada en 1948 en la revista colombiana Sábados4. O el caso del periodista cubano Pablo de la Torriente Brau, quien, durante las décadas de 1920 y 1930, escribió reportajes, crónicas y notas bajo los presupuestos que tiempo más tarde los integrantes del Nuevo Periodismo patentarían como suyos; a saber, el uso excesivo de onomatopeyas e interjecciones, la alteración gramatical y de los signos de puntuación, la construcción de historias en base a la creación de personajes, escenas por escenas, el manejo de los diálogos y los puntos de vista de un narrador.

Ernest Hemingway se ubica entre los ejemplos universales de la unión entre la literatura y el periodismo. Tomado de Radio Enciclopedia.

Específicamente, Pablo de la Torriente no significa un caso aislado; sino que forma parte de un grupo de intelectuales de la isla que, como Alejo Carpentier, José Antonio Fernández de Castro, Rubén Martínez Villena, Jorge Mañach, Enrique de la Osa y Lino Novás Calvo, actuaron bajo el impacto de las vanguardias artísticas del siglo XX y actualizaron el modelo literario nacional, influenciados por distintos modelos narrativos y poéticos, entre ellos el de la literatura norteamericana y los referentes de la Generación Pérdida, formada en su buena mayoría por escritores-periodistas como Ernest Hemingway, John Steinbeck y John Dos Passos, los que reivindicaban el legado de otros autores como Mark Twain, Rudyard Kippling, Stephen Crane y Jack London, todos del siglo XIX, y quienes, a su vez, también aclamaban la huella dejada en ellos por obras como La Biblia, los textos homéricos y la literatura de los siglos XVII y XVIII. Llegados aquí, hay que decirlo, no queda más remedio: el círculo se vuelve a cerrar, una vez más. Al menos en América Latina, ¿por dónde se corta el traje?

Una propuesta no recurrente

Entonces, ¿por dónde empezar? ¿Cuál es el año cero de esta tendencia que levanta apasionamientos de toda índole?

Este recorrido puede advertir de los peligros que entraña obviar un fenómeno mayor: el de hallarnos ante una corriente articulada a partir de avances, rupturas y combinaciones con otras formas del pensamiento y del arte, y que a partir de su cercanía con la condición industrial del periodismo y la multiplicidad de mediaciones que operan sobre este, ha debido superar no pocos obstáculos para su legitimación, como lo es el criterio de concebir a la literatura como un producto exclusivo de la imaginación o al periodismo basado únicamente en la mera transmisión de los hechos

Quizás uno de los recursos más expeditos para evitar la confusión de patrones sería no centrarse en la figura de fechas, obras y personalidades específicas y, sin soslayarlas, pasar a comprenderlos en medio de una dialéctica que configura al periodismo literario. Esa visión no podría obviar que el periodismo impreso corresponde, en sus premisas de producción tecnológica y creativa, al surgimiento de la imprenta y el arribo de la modernidad, cuya cristalización tiene lugar con el advenimiento de la sociedad de masas en la etapa industrial del capitalismo con su modelo de prensa liberal-burguesa, como ejemplo más acabado.

Así, pues, nuestra tesis consiste en superar la tendencia a establecer cronologías exactas en un proceso marcado por su heterogeneidad y, sin soslayar las debidas presiones, ir al establecimiento de momentos de época, que sean homogéneos en tanto su dinámica literaria como en la comunicación pública, lo cual otorgaría una unidad de sentido a sus representantes. Esas propuestas serían:

Primera fase o de antecedentes del Periodismo Literario: Incluiría las obras desde la literatura antigua hasta el siglo XVIII, que son listadas como influyentes en una toma de conciencia literaria sobre hechos de acontecer público, y que pueden establecer referentes en cuanto a su valor estético y a la hora de abordar hechos reales, respetando su veracidad y bajo presupuestos literarios. Son obras que en esta fase surgen dentro de la aparición de la novela como género narrativo y con una vocación pluriestilístca, como es el caso de Diario del año de la peste.

Segunda fase o de génesis dentro de la sociedad de masas: Se extiende durante toda la primera mitad del siglo XIX. Coincide con los inicios de los grados crecientes de la industrialización en el capitalismo, el posicionamiento del periódico como actor social y político, la configuración de rutinas productivas dentro de los medios impresos que superan los grados de elementalidad de los hojas periódicas de años anteriores y de los inicios del proceso de interrelación entre la literatura y periodismo al aparecer las novelas de folletín, escritas bajo las reglas y condiciones de la escritura periodística.

Tercera fase o de consolidación del Periodismo Literario en la sociedad de masas: Desde la segunda mitad del siglo XIX hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. Aquí la prensa registra el impacto de la revolución tecnológica en los medios de impresión, dispara sus tiradas a niveles millonarios y los periódicos pasan a convertirse en empresas de la información con una mercancía a ofertar: la información. Los periodistas, insertados en la lógica del capital en su fase monopolista, elaboran ediciones más elaboradas y rompen con el estilo doctrinario de los primeros periódicos de masas y empiezan a experimentar con nuevas formas de expresión o a renovar las ya existentes. Es la etapa en que la novela realista, a partir de la herencia dejada por la fase anterior, impregna la época y se configura, como señala el escritor y académico catalán Luis Albert Chillón, como un modelo cognoscitivo de apropiación de la realidad, el cual puede adaptarse a las premisas periodísticas5.

Cuarta fase o el arco de las ideologías profesionales: Abarca desde el período de entreguerras, con la cristalización de las Vanguardias Artísticas del siglo XX, hasta la aparición de la posmodernidad literaria entre los finales de la década de 1950 y el transcurso de los años 60. Es el momento en que ocurre una toma de conciencia literaria del periodismo, se experimentan los recursos y métodos de una modalidad en otra y el periodismo literario se asienta como una práctica dentro de las ideologías profesionales o el sistema de creencias y valores compartidos dentro de las redacciones que permiten cohesionar el trabajo dentro de las mismas. Es, además, la fase en que aparecen los referentes más decisivos en la práctica de esta modalidad en figuras como Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez, Truman Capote, Eduardo Galeano, Rodolfo Walsh, entre otros.

Quinta fase de asentamiento y maduración: Incorporado como una ideología profesional al campo periodístico y académico, ya de manera evidente y sistematizada (aunque no exenta de contradicciones en los criterios), se inicia el traspaso de recursos expresivos del periodismo al texto literario; esto es, escribir una novela de ficción con elementos y métodos periodísticos a fin de incrementar el sentido de veracidad. Su comienzo puede fijarse en esa franja que abarca los años 60 y comienzos de los 80 del siglo XX.

Sexta fase de retroceso neoliberal: Paulatino retroceso del periodismo literario ante la embestida de los criterios neoliberales en la prensa, apreciables en la década de 1990 y comienzos del siglo XXI. La palabra impresa intenta competir con la imagen, los periódicos y revistas pierden su sentido de pormenorización.

Séptima fase de toma de conciencia literario-periodística en la era digital: Puede tomarse su inicio con el discurso de Gabriel García Márquez ante la SIP, titulado El mejor oficio del mundo (Cfr. García Márquez, 1996) y el campanazo que implicó en la toma de conciencia de la dimensión literaria del periodismo. Impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación en el funcionamiento de la sociedad actual. Debate sobre la posible desaparición de los medios de comunicación impresos. Los medios de comunicación pierden su preeminencia como depositarios exclusivos de la información. Cambio también de los ritmos de emisión de la noticia, lo que obliga a un reacomodo del organigrama mediático. Determinados periódicos y revistas vuelven su mirada hacia las formas literarias del discurso periodístico como una forma de navegar en la era digital. El periodismo literario vuelve a ser llamado a la palestra a través de una serie de publicaciones y hasta un movimiento, con saber a marketing editorial pero visible en los hechos: los llamados nuevos Cronistas Latinoamericanos.

Algo para no olvidar (Entre paréntesis, por supuesto)

Las formulaciones hechas hasta aquí, sobre todo en lo que respecta a los distintos momentos o fases de creación y conformación del periodismo literario, no pueden verse con un sentido acabado sino dentro de los contextos que en geografías y modelos informativos que condicionan los diversos modos de construcción de los relatos, entre ellos el periodismo literario. Esa es la primera cuestión a no olvidar.

Es por ello que proponemos la tesis de superar el criterio positivista y, en cierta medida, eurocentrista a la hora de examinar el origen del periodismo literario y ubicar su nacimiento, configuración y desarrollo dentro del contexto histórico y geográfico que lo condiciona. Este sería uno de los caminos para comprender su dialéctica y su interrelación con otras formas comunicativas como la literatura de viajes, el testimonio, el naturalismo literario, el gran reportaje como novela y la multiplicidad de préstamos que se establecen entre literatura y periodismo, una de las relaciones más fértiles que ha vertebrado en los últimos tiempos en el gran campo de las letras.

Notas y fuentes citadas:

  1. Para una mayor información sobre esos criterios, se puede consultar la ponencia de Moisés Limia Fernández. Periodismo y literatura: relaciones difíciles, presentada en II Ibérico, Ciencias da comunicacao em congreso da Covilha, Portugal, 2004. Obtenido en http://www.iberico2004.ubi.pt/candidaturas.html. También el ensayo de Jorge Timossi, titulado Palabras sin fronteras (literatura y periodismo en América Latina), publicado en la revista Temas, no. 20-21, correspondiente a enero-junio del 2000, pp. 89-103.
  2. 2. George Plimpton: “La historia detrás de una novela-sin-ficción. Una entrevista a Truman Capote”. En Truman Capote: A Sangre fría. Relato verídico de un asesinato múltiple y sus consecuencias. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1967.
  3. Tomás Eloy Martínez. “Defensa de la utopía. Discurso ofrecido en el Taller-Seminario Situaciones de crisis en medios impresos”, dictado en Santa Fe de Bogotá del 11 al 15 de marzo de 1996. Obtenido en http://www.fnpi.org/fileadmin/documentos/imagenes/Maestros/Textos_de_los_maestros/defensa.pdf
  4. Gabriel García Márquez. Vivir para contarla. Perú, Grupo Editorial Norma, 2002. En el primero y (lamentablemente) único tomo de sus memorias, el Gabo cuenta que la lectura de esa entrevista le confirmó las posibilidades literarias del periodismo.
  5. Luis Albert Chillón. Literatura y periodismo: una tradición de relaciones promiscuas. Valencia: Universitat de València. Editorial Península, 1999.

Foto de portada: Muchos de los relatos sobre batallas y conflictos de la Antigüedad, como la Ilíada o la Odisea, se han tomado como inicios o antecedentes del periodismo literario. Tomada de El Español.

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Luis Raúl Vázquez Muñoz
Lic. Luis Raúl Vázquez Muñoz. Corresponsal del periódico Juventud Rebelde en Ciego de Ávila. Doctorante en Ciencias de la Comunicación Social con el tema periodismo literario.

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