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Si perdemos la ciencia, perdemos nuestra capacidad de convivir

Y es que en el mundo traidor nada es verdad ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira. El popular ripio de Campoamor apunta a la raíz del negacionismo científico que amenaza a una especie humana asolada por la pandemia y el cambio climático. ¿Cómo explicar que en una sociedad tan educada como la francesa un 65 por ciento se oponga a la vacunación, incluyendo la mitad de los médicos? ¿Y que se manifiesten denunciando la “dictadura sanitaria”?

En España somos más razonables: dos tercios quieren vacunarse aunque un seis por ciento asegura que nunca lo hará. En Estados Unidos la vacunación ha encallado ante el rechazo de un tercio de la población. Con argumentos como que las redes 5G potencian el virus o que Bill Gates nos implanta chips a través de la vacuna, en beneficio de las grandes farmacéuticas.

La cuestión es muy seria, porque tras la variante delta ya no se piensa que podamos alcanzar la inmunidad comunitaria con un 70 por ciento vacunado. Se requiere la casi totalidad de la población y a escala mundial. ¿De dónde viene esta desconfianza suicida? Claro que puede haber efectos secundarios por la velocidad requerida para producir las vacunas contra reloj. Un reloj que cuenta ya tres millones de muertos. Pero la probabilidad de incidentes es muy limitada, menor que muchos de nuestros medicamentos habituales. Lea las contraindicaciones que le dan con sus pastillas y quedará paralizado de temor. Y por tanto no podrá prevenir o curar su enfermedad.

Se está manifestando una amplia desconfianza en la ciencia. Siendo así que la ciencia ha sido la fuerza fundamental del progreso material de la humanidad (el espiritual es otra cosa, pero eso es culpa nuestra).

Se responsabiliza a las redes sociales de la desinformación. Pero la teoría de la comunicación estableció hace tiempo que el mensaje emitido solo se recibe e influencia si hay una predisposición favorable al contenido del mensaje, en función de nuestros intereses, valores, preferencias políticas, entorno cultural y psicología personal. Aceptamos lo que nos conviene y rechazamos lo que nos molesta.

Por ejemplo, el cambio climático, cuya corrección implicaría un modo de vida ecológico que frustraría nuestro consumismo y nuestra búsqueda de la satisfacción inmediata sin pensar en consecuencias. La ciencia molesta y además no se acaba de entender. O se deforma en la cacofonía de fake news en que cada uno cuenta la suya y no hay criterio pues solo cuenta lo que me gusta. Según el color de mi cristal. Porque si no hay criterios objetivos, científicos en último término, todo vale. Claro que la ciencia no tiene certidumbres absolutas y siempre evoluciona. Pero hace tiempo que Thomas Kuhn formuló el principio por el que seguimos rigiéndonos: la ciencia es lo que en cada momento considera como tal la comunidad científica. No es satisfactorio, pero no es arbitrario.

Pensando en probabilidades es más probable que lo que piensa la mayoría de los científicos se ajuste a la realidad que lo que solo es opinión. Y al final aprietas un botón y envías una sonda a Marte. O comunicas digitalmente todo el planeta. O encuentras vacunas que inmunizan lo mejor posible a la mayor cantidad de gente posible. Esa ha sido nuestra historia como especie.

En este momento nos estamos desviando gravemente de uno de los fundamentos de la vida. Al mismo tiempo, y no es por casualidad, que dejamos de confiar en las instituciones políticas y económicas, yendo más allá del espíritu crítico para desatar las amarras y entrar en el proceloso océano del negacionismo múltiple.

El rechazo a la vacuna coincide con el trumpismo. Y en Francia se tiñe de antisemitismo y racismo. Es lo que Gyorgy Lukacs identificá como “el asalto a la razón” refiriéndose al ascenso del nazismo. El abandono de todo marco de razonamiento y diálogo, viviendo del prejuicio y la confrontación. Si perdemos la ciencia, perdemos la razón y perdemos nuestra capacidad de convivir. Y tal vez de vivir. Porque es un mundo traidor.

(Tomado de La Vanguardia. Imagen: Futuro360).

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Manuel Castells
Sociólogo, economista y profesor universitario de Sociología y de Urbanismo en la Universidad de California en Berkeley, así como director del Internet Interdisciplinary Institute en la Universidad Abierta de Cataluña y presidente del consejo académico de Next International Business School.

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