LAS CARABINAS DE POCHO

¿Razas, clases o las dos?

            I

Los contados admiradores del profesor Raúl Amaral que nos leen pudieran sentirse tentados a comparar su paso por la estación de Chambas con el de Lenin por la Estación Finlandia, descrito por Edmund Wilson en To the Finland Station. Pero sería una exageración. Las dimensiones de sus respectivas tareas no eran las mismas. Hijo de padres indígenas procedentes de Yucatán, Amaral era cubano: nació en Punta Alegre, cerca de Chambas (Ciego de Ávila, Camagüey). Estudió en un colegio católico, los Hermanos Maristas, e hizo el bachillerato en el Colegio Francés. De ahí pasó al colegio laico de Manuel Ruiz Rojas, alcalde municipal de Santa Clara, donde empezó a trabajar como profesor hasta 1921.  “En mis horas de asueto sigo el curso del Magisterio Rural y comienzo a hacer política” en los barrios, a favor del Coronel Mendieta. Por esas fechas se intensifica la campaña en favor de la llamada Prórroga de Poderes, lo que daría a Machado seis años más en la Presidencia de la República. Amaral derrota al candidato machadista y es elegido Presidente de la Juventud Liberal.  Renuncia a una beca en Francia  (Ingeniero Agrónomo) y concentra sus esfuerzos cívicos  en la Universidad (UH), porque “¿qué puede el pueblo, por nobles que sean sus ideales, cuando los hombres intelectuales del país se metalizan y sirven a las grandes compañías imperialistas, sin sentir el menor dolor por sus hermanos en miseria?”.

II

 Son varias las evocaciones que el joven universitario Raúl Amaral hace de Julio Antonio Mella. En una asamblea se escucha algo que disuena de la solemnidad del acto, los estudiantes acuden y pronto —recuerda Amaral— ven bajar lentamente la escalera al  “leader estudiantil Julio Antonio Mella, quien se dirige a la Presidencia; la representación del Consejo no quiere dejarlo hablar, pero al fin comienza su discurso. Habla de la Autonomía Universitaria, protesta de la presencia del Lcdo. González Manet y hace graves acusaciones a funcionarios antes de retirarse.” En la Universidad repercuten vivamente las pugnas doctrinarias de sus activistas, el  Ateneo auspiciado por Machado, los APRISTAS, los unionistas —o sea, los demócratas socialistas de la Revolución Rusa—, el ALFA, de tendencias conservadoras, el ABC, “la esperanza de Cuba”. Otros movimientos –como el de Veteranos y Patriotas—han fracasado o han ido desapareciendo.

III

No, la comparación Lenin-Amaral —salvando las distancias y el tono— no procede. Lenin se había propuesto introducir en lo que iba a ser la Revolución Rusa las ideas del socialismo que se habían ido gestando en Europa a lo largo de un siglo, mientras que Amaral —todavía un estudiante— sólo intentaba superarse culturalmente e introducir en su medio las inquietudes cívicas de quienes serían sus maestros.[1] Consultó a una familia amiga, que le habló de Martí y de “los prejuicios sociales que existían en nuestra patria, productos del ambiente que se respiraba al calor de la época” y que debían afrontarse con rigor y paciencia. El apóstol —añade Amaral— no pudo prever la intervención de los Estados Unidos en los asuntos políticos interiores de Cuba, imponiendo para primer Presidente a Don Tomás Estrada Palma, “muy honrado pero lleno de prejuicios raciales adquiridos en su contacto con la poderosa nación, donde residió tanto tiempo que hizo caso omiso del programa de Montecristi. Y al rodearse Don Tomás de los autonomistas y de los componentes de la Sociedad de Estudios Jurídicos de Cuba, que residía en New York, que tenía lo menos posible de jurídica y lo más de clasista y de sabor anexionista, constituyeron el primer Gabinete de la República, por ser los cubanos más capacitados, tomando la dirección del Gobierno los que ayer, abrazados a los Capitanes Generales, iban a la Universidad para luego continuar en los salones del Casino Español, donde lograban el apoyo de la Cámara de Comercio y de las Corporaciones Económicas en general, mientras la juventud obrera laboraba por exterminar el último reducto del imperialismo español en tierras de América.”[2] Con este enfoque, lo que parecía que iba a tomar el curso de un debate sobre temas raciales se encauzó a los conflictos sociales, se concentró en las clases. No pasaría mucho tiempo sin que los jóvenes cubanos hablaran de “la costra tenaz” que se adhería a la piel de la República como una excrecencia del coloniaje, la costra que cubre el pellejo de los países que han sido y en ciertos aspectos siguen siendo tributarios del poder colonial.[3]

IV

A oídos de Amaral llegó la anécdota que cuento a continuación, y con la que termino. Le molestó a un joven ingeniero oír que un colega mayor  elogiaba a un estudiante diciendo “que era un indito muy inteligente”. Después de la revolución social —aclara— no nos sentimos humillados porque nos dijeran “inditos”, pero los prejuicios y los esquemas raciales seguían imponiéndose. Amaral recuerda el incidente de un viaje de recreo que hizo a Veracruz. “Por la noche, en los salones del vapor bailaban parejas al ritmo de la música americana. Una linda newyorkina, bailarina del cabaret, al conocer mi procedencia de La Habana, me insiste en que baile la “rumba cubana”. ¡Cuánto lamenté aquella noche el no poderla complacer, ya que le extrañó mucho a la americanita que un cubano no supiera el baile típico de su nación.”[4] A un cubano se le podía perdonar cualquier cosa, pero que no supiera bailar sus bailes típicos…, ¡eso sí que no!

(Publicada en el Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Imagen destacada: Dary Steyners).

Notas:

[1] Véase https://ecured.cu/Roberto_Rivas_Fraga. Consultado el 5 de agosto de 2021.

[2]  Raúl Amaral Agramonte: Al margen de la Revolución. Habana, Cultural, S.A., 1935, pp. 8384.

[3]  El conocido poema de Rubén Martínez Villena, “Mensaje lírico civil”, incluye estos versos: “Hace falta una carga para matar bribones, / para acabar  la obra de las revoluciones / para salvar los muertos que padecen ultraje, / para limpiar  la costra  tenaz del coloniaje”.

[4] Ibid., p. 99.

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Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet (Veguitas de Bayamo, 1932), ensayista, crítico literario y editor. El autor de Cine, literatura y sociedad (1982); Alea, una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Carpentier o la ética de la escritura (2006); Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009). También de los guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Es miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).

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