FIEL DEL LENGUAJE

Fiel del lenguaje / 22 Gustos y epidemias

El autor agradece el comentario cordial que un lector agudo le hizo acerca del “Fiel” 21, y que le da pie para insistir en el peligro de dar las cosas por sabidas, peligro sobre el cual no descarta volver en otro momento. El lector, Michel E. Torres Corona, apunta que el Derecho Civil refrenda el uso de mandatario para designar a quien cumple el mandato de las personas que lo han elegido para gobernar. Y calza ese juicio con una aclaración hecha por el abogado y profesor Julio Fernández Bulté, merecidamente recordado con respeto.

Todo eso es cierto, y lo conocía el articulista; pero agradece el comentario, porque le permite reiterar que su aprensión hacia el término comentado era —claramente lo dijo en el artículo del caso— cuestión de gusto personal, que tiene su legitimidad, pero no autoriza a desconocer lo que en el idioma sea normativo. ¿No es verdad que mandatario sabe a “quien manda”, no a “quien es mandado”? Una colega erudita y fina le dijo al articulista: “Es como la diferencia mental —o física— entre fornicario y fornicado”.

Que a un vocablo se le reconozca o atribuya determinada significación ¿basta para que a uno le guste? En una reciente información televisada alguien con cargo administrativo en el gremio de la cultura habló de artistas comerciales, y añadió: así “llamamos a los artistas que trabajan con público”. Al articulista le hace ilusión creer innecesario explicar por qué semejante definición le parece indeseable.

Para el presente artículo planeaba reforzar que en el anterior aclaró sobre los acrónimos COVID-19, al cual, por dar nombre a una enfermedad, le corresponde el artículo femenino la, y SARS-CoV-2, denominación del virus que la produce y, siendo virus del género masculino, reclama el artículo el. Pero ya abundó en el tema en su diaria y esperada comparecencia el doctor Francisco Durán García, quien honra con sabiduría y modestia el cargo de director nacional de Epidemiología en el Ministerio de Salud Pública.

Vale añadir que lo trató para orientar a la población en el conocimiento del tema. Falta que las personas encargadas de trasmitir información se autoinformen hasta el detalle para cumplir con plena eficacia su cometido. No hacerlo pudiera tal vez disculparse, si acaso, en informalidades y premuras cotidianas, en las que suele aceptarse —sin ser lo más aconsejable, porque algunos equívocos cuestan caro— que algo “se entiende (o se sobrentiende) como quiera que se diga”. Pero ni Diego es digo, ni digo es Diego.

Tal disculpa es impertinente en el terreno profesional. Como no cabe aceptar, salvo en bromas, que se diga “Semos cultos”, o “Me se cayó el bastón”, suponiendo que se va a entender lo dicho. El comunicador profesional que se exprese improfesionalmente ¿debe esperar que sus informaciones se reciban con plena confianza?

Más horas dedicadas a la televisión durante el aislamiento preventivo contra la pandemia del nuevo coronavirus, o de la covid, pueden confirmar la extensión de males expresivos que se han tratado en esta columna, como el mal uso —ya en estado, más que grave, crítico— de estadío en lugar de estadio. El otro día en la Mesa Redonda una convincente científica usó estadio, y el articulista se emocionó.

En general, los profesionales graduados del nivel universitario —en particular, pero no solo ellos, los de la comunicación— deben salir de las aulas con la adecuada preparación en gramática, sintaxis, pronunciación y otros elementos del idioma, y perfeccionarla en el desempeño de su trabajo, no estancarse en la inercia. A veces, no obstante, la realidad parece repetir el mandato dantesco: “Dejad toda esperanza”.

Menos seguridad se aprecia en lo relativo a que en cada medio existan profesionales facultados no solo para más o menos administrar, sino, sobre todo, para guiar al colectivo con que labora. Así como en una publicación impresa hay normas que cumplir —desde la tipografía hasta la redacción y el diseño— en la expresión oral es molesto que en un mismo espacio y en cuestión de pocos minutos un comunicador diga correctamente la covid-19 y otro diga la cóvid19, y una tercera voz confunda el virus con la enfermedad. Para colmo, a veces las alteraciones ocurren en una misma voz.

Si por un lado es recomendable la voluntad de superación permanente, en lo que cada quien tiene una responsabilidad indelegable que cumplir, resulta cada vez más palmaria la urgencia de organizar talleres, seminarios y cursos que aseguren que nadie se duerma en los laureles que tiene, o que crea tener. Ojalá también se leyera lo que se escribe en pos del buen uso del lenguaje. Pero eso, ¡ay!, parece ser una aspiración descomunal.

Todo profesional debe ser capaz de asumir críticamente el quehacer de medios foráneos, que responden a otras normas, o las violan. Esto puede agravarse en televisoras de carácter supranacional, donde coinciden hablantes de distintas latitudes. Ese hecho, que puede ser una de sus riquezas, se complica porque algunos parece que llegan a perder lo que podríamos llamar su idiosincrasia lingüística, al contaminarse con otras variantes del habla y la escritura, o al impostarlas con mayor o menor grado de conciencia.

Sería útil comprobar hasta qué punto esa realidad se manifiesta en una televisora como Telesur, tan valiosa que, si no existiera, habría que inventarla: no es fortuito que la defiendan quienes la defienden, y la ataquen quienes la atacan. Pero no es precisamente en el uso del lenguaje donde tiene sus mejores logros para servir de modelo, por lo menos, a la televisión cubana.

No todo parecen explicarlo las variantes locales o nacionales. Mientras no se pruebe lo contario, hay casos que son flagrantes deslices. En una información sobre Brasil se habló del creciente “inconformismo” generado por Jair Bolsonaro. Si tal fuera el caso, cabría analizar en qué grado la actitud inconformista tendría razones y sinrazones, pero el impresentable discípulo del patán Donald suscita inconformidad, rechazo fundado.

En busca de usos discutibles no es necesario detenerse en una televisora de la que tanto se puede aprender en muchos órdenes, e incluso también —gracias a sus profesionales más representativos— en el lenguaje. Mucho que deplorar abunda en nuestro propio entorno, que es donde podemos, entre todos y todas, contriuibr a mejorar las cosas. Es necesario proponérselo.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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