COLUMNISTAS

Cintio Vitier y la historia de la eticidad cubana

Corría el año 1994 y la ciudad maravilla en la que vivimos y amamos luchaba por sobrevivir, después de la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. El debate ideológico se instalaba nuevamente en la creación artística y lo inundaba todo. Ese año se cumplía medio siglo de que un grupo de intelectuales aparentemente desasidos creara una de las revistas más importantes de la historia literaria cubana: Orígenes. Algunos creyeron que sería fácil secuestrar el homenaje, ya que sus integrantes habían padecido el ostracismo durante los llamados “años grises”. Por razones inexplicables, todavía no se había publicado en Cuba Ese sol del mundo moral, un libro fieramente revolucionario (se haría al año siguiente, en 1995, veinte años después de su primera edición mexicana). Pero Cintio Vitier era un escollo insalvable para aquellas pretensiones. Como Enrique José Varona en los años treinta —a pesar de sus grandes diferencias—, Cintio se había convertido con el tiempo en un referente moral de la Revolución.

Se convocó un gran encuentro internacional para conmemorar el aniversario de la revista y un grupo de jóvenes organizó un panel para “atacar” a Cintio. Yo caminaba con un compañero del Instituto de Literatura y Lingüística por el parque H del Vedado hacia Casa de las Américas para inscribirme en el evento, cuando topamos con uno de esos nuevos críticos (no mencionaré su nombre), que en palabras de inaudita soberbia le dijo a mi amigo —a mí no me conocía— que ellos “destruirían” a Cintio, no por sus ideas estéticas o sus supuestos errores de apreciación, sino por su posición política. Vana y ridícula ilusión.

Si los marxistas dogmáticos, que por ello no eran marxistas, lo tacharon de idealista (en términos filosóficos), los opositores a la Revolución emplearon un argumento similar: lo tildaron de ontologista (ya que intentaba atrapar “la esencia” del ser nacional) y de teleológico (todo lo que ocurre en la historia conduce hacia el final destinado). Les molestaba en realidad la tesis martiana y fidelista de una sola Revolución, la que se inició en 1868 y fructificó en 1959, sin atender las persistentes causales: el colonialismo y el neocolonialismo . No es que la historia se detenga complacida de sí misma. “Creo que tampoco es posible afirmar que ya terminó el fracaso de la historia —me dijo en 1998— y se estableció el triunfo ‘de los buenos’. Pienso que los fracasos, las caídas, ayudan a proseguir el camino”. Pero quienes acusaban a Cintio, a Martí, a Fidel, querían decapitar de sentido a la historia, para deshacerse del compromiso ético. El hilo de Ariadna muestra de dónde venimos, pero no hacia dónde vamos: el futuro no tiene un destino final. Y en el camino hay cientos de posibilidades que claman por realizarse.

Por lo pronto, diré que Ese sol del mundo moral. Para una historia de la eticidad cubana, el libro que hoy vuelve a editarse en la Colección Biblioteca del Pueblo, y Calibán de Roberto Fernández Retamar, son (junto a El socialismo y el hombre en Cuba, de Ernesto Che Guevara) los ensayos más representativos de la Revolución cubana. Paradójicamente, los dos primeros fueron escritos en el “quinquenio gris”. No surgen de la nada. El ensayo de Cintio es una síntesis, escrita desde la atalaya de la Revolución, de su obra Lo cubano en la poesía (1958). Pero ¿a qué marxista se le ocurre tildar de idealista un poema histórico, que señala cada instante en el que los hechos y las actitudes de los hombres y mujeres concretos abren o iluminan caminos de eticidad? Cintio Vitier narra la historia, pero en realidad pelea por el futuro. Su concepto de identidad es cambiante, para nada ontológico: “de lo que se trata para el revolucionario —escribe— no es de la historia sida sino de la historia siendo (donde ‘los ejemplos más altos’ siguen actuando): no del hombre estancado y fijo sino del hombre en devenir” [1]. En 1995 este libro, que defiende lo que él llama “la historia de la eticidad cubana”, era imprescindible, tanto como lo es ahora

Ese sol del mundo moral. Edición más reciente de la Biblioteca del Pueblo.

El punto más alto, desde el que puede verse indistintamente el pasado y un futuro (el deseado, para el cual los cubanos tenemos que trabajar incesantemente), es José Martí; “el factor decisivo de su pensamiento no le viene de los pensadores: le viene de los héroes y los mártires”, afirma Vitier. [2]. En otro pasaje escribe también: “El secreto martiano [es el] equilibrio entre razón y corazón, tensos ambos sobre el eje de la autoctonía telúrica, histórica y espiritual” [3]. Cintio, como Martí, es un “cazador de almas”. ¿Fue idealista Martí? Pregunta absurda. Martí no solo habla del pasado y dice lo que sus antecesores dijeron e hicieron, también construye del futuro y predice lo que sus sucesores dirán y harán.

Como una obra cinematográfica, Vitier presenta en su libro escenas anticipadas del final (digamos del “presente”) en la aparición mediadora de Martí, voz omnipresente de la historia. La verticalidad ética del pensamiento martiano perfora los estadios horizontales de la historia y se establece en la memoria colectiva de la nacionalidad. Esa eticidad raigal es, según Vitier “el punto esencial de empalme o injerto entre el pensamiento martiano y el marxismo” [4].

No es casual que los primeros atisbos de la nacionalidad se encuentren en descripciones poéticas del paisaje cubano y tampoco que nuestro primer gran poeta José María Heredia sienta, como observa Vitier, “el desgarramiento de la injusticia, la desarmonía de la humillación (…) en los campos ‘vestidos de genial belleza’” [5]. Cintio Vitier intuye una diferencia esencial entre la ficción y la poesía; esta última es real, mientras la primera no. Sabe distinguir lo que es real de lo que solo existe. Así la República se establece en Cuba en 1902 como mentira histórica, como ficción, Zayas y Machado, presidentes corruptos y sumisos, “incluso en la intimidad hablaban con lenguaje de ‘próceres’, como los personajes de ficción que eran” [6]. Después de la malograda Revolución de 1930, la ficción se apodera también del ideal revolucionario, pero el imposible trascendido se halla en el centro mismo de la historia cubana. Así había ocurrido en 1878:

Delante de Céspedes, en el alba de La Demajagua, se abrían múltiples posibilidades. Esas posibilidades —dice Vitier— se fueron quemando gloriosa y sórdidamente a través de los diez años de lucha. Cuando no parecía quedar ninguna, se alzó frente a Cuba el «imposible» para provocar la posibilidad más profunda y creadora: el «no» de Antonio Maceo, negación de la negación, en Mangos de Baraguá [7].

Muchos años después ocurriría lo mismo; frente a aquellos que “solo hablaban de la ‘atmósfera’ y no del ‘subsuelo’, como le dijo Martí a Nicolás Heredia en vísperas del 95” y alegaban lo inapropiado de la “correlación de fuerzas” y la ausencia de “posibilidades objetivas”, un puñado de hombres valientes “creó una nueva realidad, una nueva objetividad, una nueva correlación de fuerzas” [8]. Si después de los primeros diez años de lucha por la independencia “la misma naturaleza se llenó de un sentido moral y surgió una nueva geografía: la geografía de las marchas y las batallas, de las victorias y las derrotas” [9], los asaltantes al Moncada, reunidos la víspera en una pequeña granja en las afueras de la ciudad, ante la proximidad de la muerte —según el testimonio posterior de Haydee Santamaría—, sentían más cerca y humana la naturaleza del paisaje: “así como en Heredia observábamos el descubrimiento de la justicia desde la belleza —escribe Vitier— esta noche se producía la intuición de la belleza del mundo desde la justicia” [10].

En el prólogo a uno de mis libros escribió Cintio Vitier:

Refiriéndose a ese ideal colectivo, coincidente quizás con lo que hemos llamado “la identidad como espiral”, Ubieta concluye: “No la enuncian los antropólogos, sino los políticos”. A lo que añadiríamos, con su seguro asentimiento: y los poetas. Y más que nadie, entre nosotros, ese poeta de la acción política (y también de las palabras ganosas de encarnar) que está tocando siempre nuestra puerta […] Practicar un paradigma semejante no es fácil. Ser un pueblo martiano, no es fácil. La Revolución que estamos haciendo no es fácil, no puede ni quiere serlo. A las sombrías dificultades que nos opone el enemigo, oponemos otra dificultad mayor, un alto y luminoso desafío: ser dignos de la vida y de la muerte de José Martí. [11].

Sí, la Revolución es poesía: asalto al cielo, vuelo de cóndor. Eso me lo enseñó Cintio Vitier. Cuba fue “creada” en sucesivos golpes de poesía, no como ficción, sino como realidad. Cintio ofrece en este libro un testimonio extraordinario de ese proceso creador (Tomado de CubaSí).

Referencias:

[1] Cintio Vitier: Ese sol del mundo moral. Para una historia de la eticidad cubana, La Habana, Ediciones Bachiller, Colección Biblioteca del Pueblo, 2022, p. 180

[2] Cintio Vitier: Ob. Cit., p. 86

[3] Ibidem, p. 111

[4] Idem, p. 123

[5] ——- p.18

[6] Idem, (en nota al pie) p. 114 – 115

[7] P. 67

[8] —— p. 180

[9] —— p. 55

[10] ——– p. 167

[11] Cintio Vitier: “Utopía y posibilidad”, en Enrique Ubieta Gómez: De la historia, los mitos y los hombres, La Habana, Editora Política, 1999, p. XII-XIII

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Enrique Ubieta Gómez.
Ensayista e investigador cubano. Fue director del Centro de Estudios Martianos. Dirige Contracorriente, revista de Ciencias Sociales y está al frente de la Cinemateca de Cuba. Autor de varios libros, entre ellos Ensayos de identidad (1993); De la historia, los mitos y los hombres (1999) y La utopía rearmada, que mereció el premio EPO-Abril en su primera edición de 2001. Compiló el libro Vivir y pensar en Cuba. Es colaborador de varias revistas nacionales entre las que destacan Temas, La Jiribilla, El Caimán Barbudo y Revolución y Cultura. (La Habana, 1958)

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