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¿Quién le teme a la inteligencia artificial?

En 1933 el naciente megaconsorcio de entretenimiento e ideas de Walt Disney estrenó una película llamada en Cuba como “Los tres cochinitos”. La película se hizo muy popular y en ella se canta una canción infantil, muy pegajosa, compuesta a propósito y que se llama en español “¿Quién le tiene miedo al lobo?” (Who’s Afraid of the Big Bad Wolf?).

A pesar de haberse estrenado con la película de entonces, ha llegado a hacerse popular como canción infantil en varios idiomas. Es alusiva a la necesidad de prever y trabajar diligentemente para que los “lobos feroces” no puedan causarnos daño. El dibujo animado está orientado a crear en los niños la percepción de peligros potenciales y su prevención. La canción es una burla a los desprevenidos. Nunca niega al lobo feroz, sino que proporciona las ideas para neutralizarlo.

En 1962, Edward Albee, uno de los más famosos dramaturgos de los EEUU, estrenó una obra de teatro que denominó “¿Quién le teme a Virginia Woolf?”. Ese título estaba inspirado en un hecho fortuito de su experiencia personal que a su vez se asocia con el título y contenido de la canción dado que el apellido de esa famosa intelectual británica es precisamente la palabra “lobo” en inglés.

La obra es probablemente una de las más famosas del autor y apareció en un contexto y época de la historia de ese país muy especiales: el apogeo de su predominio mundial como potencia de la postguerra y también de sus riesgos e inseguridades ante el reto de la entonces poderosa Unión Soviética.

Su significado es objeto de múltiples interpretaciones, al igual que su trama, porque la única alusión explícita a la famosa escritora inglesa es la del título y su apellido. Todo lo demás queda a las conclusiones que saquen los espectadores al terminar de ver la obra, que está plena de conflictos reales e imaginarios.

Una conclusión simple de todo, de la canción, del título de la obra, y de su trama, puede ser que no se puede vivir de ilusiones ni de falsas consideraciones, sino de los hechos reales, tal y como se presentan, aunque no sean los deseados. Puede ser que el propio autor quisiera que los asistentes al teatro, o al cine donde se creó también una magistral versión, sacaran sus propias y muy variadas conclusiones de la obra y la aplicaran a sus experiencias personales.

La previsión ante cualquier peligro potencial es siempre deseable. La previsión no implica negar el peligro sino todo lo contrario: tenerlo en cuenta. ¿Puede ser la inteligencia artificial que está floreciendo en nuestra vida diaria un peligro del que tenemos que resguardarnos?

La inteligencia “natural” se ha forjado a partir de la acumulación de información variada acerca de todo en el universo. Los seres vivos han sido capaces de almacenar e incorporar esa información por muy diversos medios. La han aplicado a los comportamientos para favorecer su adaptación a las condiciones de existencia en aras de la supervivencia de cada individuo y de la vida en general.

La de los humanos es igual: tomamos la heredada de nuestros ancestros tanto en las moléculas como en la educación y le adicionamos las experiencias de nuestra propia vida. Con ello nos desenvolvemos a través de toda nuestra existencia. Es al final nuestra propia inteligencia y siempre se basa en el uso de información acumulada como genes, experiencias y saberes.

En una imitación interesante también hemos desarrollado la forma de usar la información para sacar conclusiones y a esos procederes los hemos denominado con su nombre: inteligencia.

La rama de la ciencia conocida como inteligencia artificial se acuñó como tal en una fecha tan lejana como 1956, en una reunión de especialistas. Desde entonces ha venido desarrollándose indeteniblemente más o menos visible para el gran público. El nombre mismo, desde que nació, disparó alarmas en los preocupados por aspectos éticos y humanos. ¿Somos los reyes de la creación? Así se afirma en muchas tendencias religiosas y filosóficas donde nuestro ser se asocia con otros seres o deidades en universos paralelos, pero donde el nuestro depende del otro, divino, aunque no lo podemos conocer ni tocar.

Salvo que no aparezcan evidencias verificables por terceros, nuestra condición de centros o reyes del universo no parece pasar de ser una ilusión muy humana, pero irreal. A estas alturas de nuestra información acumulada en la ciencia puede concluirse que somos un fenómeno más en un escenario natural que siempre cambia y así determina un decursar que hemos denominado tiempo. Dentro de esto, todo es posible y el papel que se ha seleccionado de nuestra especie es el preservar la vida como fenómeno, en lo que nos toca.

¿Debemos temer a nuestro propio engendro, que además es una imitación de nosotros mismos? La inteligencia artificial es una nueva forma de potenciarnos y de adaptarnos al medio. Es adicionar más instrumentos de supervivencia, igual que fue la invención de la escritura para poder almacenar saberes fuera de nuestros cerebros, la de la rueda para potenciarnos y la de la electricidad para interactuar más eficientemente con la energía en nuestra vida diaria. Todo avance requiere preparación y saber hacer para beneficiarnos de lo útil y minimizar lo dañino.

Los temores y reticencias con respecto a la inteligencia artificial deben conducirnos a conocer mejor como se genera y como se usa, nunca a negarla o dejar de usarla. Solo podremos mantenerla proporcionando felicidad si la aplicamos tanto que lleguemos a conocerla a profundidad. Los usos perversos son inevitables y para minimizarlos la única solución está en saber identificarlos. Y para eso tenemos que tener toda la cultura necesaria, tanto que sus principios básicos deberían ya formar parte de la enseñanza general, igual que la escritura y la matemática.

Tomado de Cubadebate

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Luis Montero Cabrera
Doctor en Ciencias. Presidió el Consejo Científico de la Universidad de La Habana más de tres lustros. Miembro de mérito y coordinador de ciencias naturales y exactas de la Academia de Ciencias de Cuba.

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