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La primera fake news de la historia

Las fake news existen desde la antigüedad aunque no se les conociera así; pero la primera de la Historia Contemporánea data de 1835 y fue publicada por el diario neoyorkino The Sun cuando «informó» de seres que habitaban la Luna, afirma un interesante artículo investigativo de Carlos Salas Abad publicado en el sitio web de  la fundación Dialnet, de la Universidad de La Rioja.

Siempre ha habido bulos y mentiras que son creídos por gran parte de la población; la diferencia estriba en que ahora «los medios de masas» han acelerado el tiempo de difusión haciendo que las distancias no importen, asegura Salas Abad, exredactor del diario El Mundo y columnista y colaborador de distintos medios.

Según evoca, aquella «noticia» de The Sun causó un enorme impacto en EE. UU. gracias a tres factores: «la aparición de las prensas de alta capacidad, la caída del precio de los periódicos (la penny press), y la llegada de los nuevos medios de transporte que superaban la velocidad de los caballos por primera vez en la historia: los trenes y los barcos de vapor».

Esos factores ayudaron a difundir a gran escala una información falsa y sensacionalista bajo el disfraz de una noticia verdadera. Es lo que hoy denominamos fake news, afirma.

Rememora Abad que durante seis días de agosto de 1835, The Sun «informó»  que un científico británico había avistado vida inteligente en la Luna gracias a su potente telescopio. La noticia se extendió por EE. UU. y llegó a Europa, donde muchos medios se hicieron eco, captando la atención de los lectores. Una vez descubierta, se la denominó La Gran Mentira de la Luna, que el autor considera la primera fake news de la Historia Contemporánea.

Para su análisis, el autor parte de la definición que hizo el diccionario inglés Collins en 2017, cuando informó que su Palabra de Año era fake news: «Una información falsa y a veces sensacionalista que se presenta como un hecho y que se publica y se extiende por internet».

A partir de ahí, afirma, la voz fake news tomó impulso.

Para esa conceptualización, Collins se basó en que esa locución se había hecho popular en la campaña electoral de EE. UU. de 2016, cuando circularon miles de noticias falsas sobre Hillary Clinton y sobre Donald Trump que ayudaron a este último a convertirse en presidente de EE. UU., y que hicieron ganar dinero a los que fabricaron estas mentiras, añade.

Si aceptamos la definición de Collins y la aplicamos a todas las etapas de la historia (sustituyendo internet por el medio de transmisión de la época), comprobamos que siempre ha habido bulos y mentiras que son creídos por grandes capas de la población, reflexiona Salas Abad.

Sócrates denunciaba a los sofistas griegos que viajaban por los pueblos de la Hélade contando mentiras y vendiendo sus libros, ejemplifica;  Platón dedicó uno de sus libros a definir a las personas que usan la técnica de «la venta del conocimiento», y en la Edad Media se falsificaban bulas papales, como la que forjó un conde de Armagnac para casarse con su hermana, ejemplifica.

En 1614 un tal Alonso Fernández de Avellaneda hizo pasar por verdadera una supuesta segunda parte de El Quijote, lo que se convirtió en El Quijote de Avellaneda.

Y en 1675, el jesuita Daniel Van Papenbroeck denunció que muchos escritos antiguos fabricados por los monjes y copistas en el siglo XI, eran falsificaciones, lo cual desató la ira de la Iglesia, anota entre otros casos.

En  la  Era  Contemporánea también existieron grandes  mentiras  difundidas  en masa. En su libro El  Museo  de  los  Engaños  (Museum  of  Hoaxes), el historiador Alex Boese (2002) retrata una serie de fake news modernas que data desde el siglo XVIII.

El poder de expansión de las noticias falsas ha dependido de los soportes existentes en cada época como papiros o pergaminos en la Antigüedad, libros en el Renacimiento, y, desde el siglo XIX, periódicos impresos en masa, sonidos (la radio en la primera mitad del siglo XX), o imágenes (televisión en la segunda mitad del siglo XX). También ha dependido de la evolución de los medios de transporte y de comunicación: animal, mecánico y digital, puntualiza.

Según el análisis, otra de las grandes mentiras de la Historia Contemporánea la fabricó Orson Welles en 1938 cuando emitió varios programas de radio basados en el libro de H.G. Wells La guerra de los mundos. La invasión alienígena fue retransmitida con tanto realismo y veracidad que mucha gente se la creyó.

En el estudio de Alcott y Gentzkow (2017), cita, se trazan decenas de casos de noticias falsas en las últimas décadas, incluso antes de que se extendieran los social media: desde las teorías de la conspiración en torno al asesinato de Martin Luther King, hasta la falsa secesión de Flandes (2006), transmitida por la televisión belga, prosigue.

Ahora, a diferencia de antaño, una noticia falsa puede llegar en poco tiempo a todas las esquinas del planeta. Pero, en esencia, las fake news no han cambiado con los siglos. No hay diferencia entre La Gran Mentira de la Luna de 1835 y las fake news que contaminaron las elecciones presidenciales en EE. UU. en 2016, y que al año siguiente fue bautizada como la Palabra del Año por el diccionario Collins, asegura.

Las fake news en 2016

Según Salas Abad, lo que hizo significativa la locución fake news luego de su nominación como palabra del año por el diccionario Collins fue su fuerte connotación política, pues las elecciones presidenciales en EE. UU. en 2016 resultaron decisivas para impulsar esa locución.

Sin embargo, apunta más adelante, la definición fake news no se circunscriben a la política, pues se pueden encontrar muchos casos en los que se habla de fake news para referirse a noticias falsas en general.

Collins establece una definición más general de fake  news que no se limita al ámbito político. «Una información falsa y a veces sensacionalista que se presenta como un hecho y que se publica y se extiende por internet».

Para la Comisión Europea y según un Grupo de expertos de alto nivel, recuerda el autor, una fake news es «información falsa, inexacta o engañosa diseñada, presentada y promovida para causar daño público o con fines de lucro». Lo que convierte a una noticia en fake news es, por tanto, algo que es falso en origen, que se hace con la intención de ganar dinero o influir en política, y que se difunde rápidamente a través de medios de masas, conceptualiza.

A medida que caminamos hacia un entorno cada vez más digital, está claro que las mismas tecnologías y plataformas que refuerzan la información legítima, también pueden al mismo tiempo permitir la existencia de varias formas de desinformación y actividades de baja calidad y potencialmente dañinas.

Los contenidos de las plataformas son baratos (radio, televisión, y ahora internet con las redes sociales), y el avance de la tecnología reduce los precios de acceso: los teléfonos móviles y las tarifas de conexión son baratas.

A principios del siglo XIX no existían móviles ni redes sociales, pero sí tuvo lugar un salto histórico en los medios de comunicación cuando arrancaron las inmensas rotativas de alta velocidad, que bajaron el precio de los periódicos a un nivel nunca visto, rememora, entre otros sucesos que influyeron en la rapidez de difusión de las noticias.

La mentira de 1835

En cuanto a La Gran Mentira de la Luna, Salas Abad recuerda que apareció en The Sun el martes 25 de agosto de 1835 y se refería a los grandes avances científicos logrados por un astrónomo inglés llamado sir John Herschel, quien empleaba un telescopio nunca visto de grandes dimensiones para explorar las novedades de la Luna, y con el que podía distinguir incluso la vida de los insectos.

«Grandes descubrimientos astronómicos realizados por sir John Herschel, en el cabo de Buena Esperanza», anunció en su portada The Sun aquel martes, pues supuestamente Herschel se había trasladado a  Sudáfrica para obtener menores imágenes.

Para dar una apariencia de artículo científico, The Sun afirmaba que el texto sobre Herschel y la Luna estaba tomado literalmente de otro aparecido en el diario científico Edinburgh Journal of Science, de gran renombre y prestigio en Gran Bretaña, y que su autor era Andrew Grant, discípulo y compañero de viaje de sir John.

La segunda historia sobre la Luna —publicada el miércoles 26 de agosto— versaba sobre los descubrimientos en sí de Herschel: ajustando las poderosas lentes, Herschel había divisado flores rojas y manadas de cuadrúpedos; unos similares a bisontes y otros a cabras. Además, sir John descubrió criaturas anfibias de forma esférica que se desplazaban grácilmente sobre las rocas, rememora.

La tercera historia, aparte de mostrar una excelencia de árboles y vegetación lunar, descubrió una especie superior: eran castores bípedos (biped beavers) que vivían en cuevas y que había llegado a dominar el fuego, a juzgar por las fumarolas que surgían de sus habitáculos. «Llevan a los niños en brazos como cualquier humano, y sus chozas están mejor construidas y son más altas que las de muchas tribus de humanos salvajes». Para aderezar la información, cuenta, The Sun pidió a un ilustrador que dibujara las escenas lunares con imágenes de castores bípedos y chozas humeantes.

La cuarta historia era la importante pues empezaron a aparecer los seres lunares parecidos a los humanos: eran criaturas cubiertas «de pelo corto y brillante de color cobre, y tenían alas compuestas de una membrana delgada, sin pelo, que descansan cómodamente sobre sus espaldas».

El telescopio de Herschel «era» de tal potencia que logró detectar cómo estos seres charlaban animadamente y mantenían formas decorosas, lo cual era un signo evidente de que eran seres racionales como los humanos. Para hacer más comprensible esa parte, The Sun obsequiaba a sus lectores con unos trabajados dibujos de todos esos seres, humanoides, animaloides y hasta de la vegetación selenita, describe.

Y para aquellos lectores escépticos que albergaran alguna duda sobre el hecho, The Sun añadía que a una comisión formada por «varios ministros episcopales, wesleyanos y otros ministros», se le había permitido visitar el lugar donde estaba el telescopio y convertirse en testigos oculares.

La quinta historia correspondía a un misterioso templo abandonado, y en la sexta y última toma de la serie (fueron publicadas durante seis días consecutivos del 25 al 31 de agosto de 1835), aparecía «una especie superior de vespertillio homo, sin pelo pero con alas de murciélago y de mayor tamaño que los primeros, y que empleaban su tiempo en recolectar fruta pacíficamente».

Como se diría ahora, desde el primer momento, la historia se hizo viral, lo cual la convirtió en la primera fake news de la historia contemporánea, asegura Salas Abad.

Los penny papers reprodujeron el artículo de The Sun y le adjudicaron el crédito al Edinburgh Journal of Science, a pesar de que nunca vio salir de sus páginas el fabuloso descubrimiento pues había dejado de imprimirse en 1833 y también se hizo eco el The New York Times, que calificó la noticia como «probable y posible», mientras The New Yorker añadía que con la novedad lunar «nacía una nueva era de la astronomía y de la ciencia en general».

Edgar Allan Poe la descreyó aunque narró que «un destacado profesor de matemáticas de la Universidad de Virginia me dijo seriamente que no tenía duda sobre la verdad de todo la historia». La noticia saltó el océano y llegó por barco a Europa, donde los medios no tardaron en hacerse eco de la extraña noticia, apunta, al citar distintos artículos investigativos previos que sustentan su análisis.

Las ventas de The Sun pasaron de 4 000 a 19 000 ejemplares en pocos días. Desde el primer día de la publicación de la historia de la Luna y a lo largo de una semana, las multitudes se agolparon a las puertas de las oficinas de The Sun.

The Sun, fundado en 1833, se convirtió en la nave nodriza de la llamada era de la prensa de un penique (Penny Press Era), cuando los tabloides baratos deseaban satisfacer la sed insaciable de noticias de las comunidades de inmigrantes, usando un lenguaje simple, y cubriendo historias de interés humano, recuerda más adelante.

Además, era imposible verificar la falsedad de la historia hasta que pasaran entre tres y cinco semanas, que era el tiempo en que tardaba un barco en llegar a los puertos de Europa, y de ahí, en ir directamente a Edimburgo por los medios de transporte conocidos. La única manera de comprobar si el Edinburgh Journal of Science la había publicado era teniendo una copia original de dicha publicación, que por cierto, ya no existía.

Otro factor que contribuyó a su expansión fue el hecho de que la Constitución de EE. UU. (de 1787) introdujo una enmienda en 1791, por la cual el Congreso no podría hacer ninguna ley «ni limitando la libertad de expresión, ni de prensa».

Tampoco el Congreso de EE. UU. ni los servicios de inteligencia pudieron hacer mucho para evitar la difusión de fake news en las elecciones de 2016, compara el autor.

Un estudio de Buzzfeed (Silverman, 2016), resaltaba que en los últimos meses de campaña electoral de EE. UU. de 2016, las noticias falsas lograron tener más impacto que las publicadas por los principales medios de comunicación (ver gráfico 1).

Las noticias falsas alcanzaron casi los nueve millones de visitas mientras que las noticias generales verdaderas fueron un millón y medio menos.

Dos especialistas de la universidad de Stanford encontraron que las noticias falsas a favor de Hillary Clinton se compartieron siete millones de veces, y las que eran a favor de Trump unas 30 millones de veces.

Según el periodista, aparte de la innovación tecnológica que supusieron los trenes, los barcos de vapor, las rotativas rápidas, los niños voceadores y los precios bajos, había un factor más que contribuyó a la expansión de la mentira de 1835: la credulidad de las masas en los nuevos medios.

Algunos autores como Castagnaro opinan que el hecho de que los lectores y la mayoría de los otros periódicos no reaccionaran de manera negativa al engaño significa que sus expectativas sobre la verdad, los hechos y la ficción no eran tan claras como las expectativas que generan las noticias más actuales sobre fake news.

Sin embargo, la verdad es que las noticias falsas publicadas por The Sun y las de ahora no se diferencian mucho. Es la tesis de István Kornel Vida, quien dice que las mentiras que publican los medios «son tan viejas como las más antiguas formas de comunicación».

Lo que tienen en común, sin importar si aparecen en la prensa, en la radio, en la televisión o en internet, es que son invenciones conscientes de falsedades en gran escala: quieren engañar al público, y los editores a menudo hacen dinero o fama.

Nuestra época ha demostrado que las fake news son tan letales (incluso más que entonces), y que los sesgos cognitivos son aprovechados por algunas organizaciones o individuos para ganar dinero o para influir en las elecciones, afirma.

En su tiempo, La Gran Mentira de la Luna fue desenmascarada el mismo 31 de agosto de 1835 por The New York Herald a cargo de James Gordon Bennet. Lo llamó «la mentira astronómica explicada».

Pero su falta de veracidad no se pudo comprobar hasta tres a cinco semanas después, cuando la noticia pudo llegar hasta Edimburgo, donde se verificó que no existía ya ese medio. Pero luego habría que esperar otras tres a cinco semanas, hasta que la información de vuelta llegara a Nueva York. Su impacto quedó reducido a una gran mentira que al final desilusionó a los crédulos.

En el caso de la prensa moderna, los periódicos más prestigiosos tienen departamentos de fact checking que se encargan de detectar y neutralizar las noticias falsas inmediatamente, pero para cuando se detectan, ya se han convertido en virales. La influencia de las fake es tan grande que la preocupación ha llegado a los gobiernos. apunta.

En la actualidad existe una auténtica industria de la desinformación que se aprovecha de la crisis de confianza de los ciudadanos en las instituciones y en los medios. Hay entidades que se dedican a crear fake news contra los competidores, particulares que se prestan a difundirlas, y máquinas (bots) al servicio de su difusión masiva. La tormenta perfecta.

Finalmente, Salas Abad conceptualiza que la mentira siempre ha existido, y que el desarrollo de las tecnologías de comunicación es lo que mide su rapidez y su poder de diseminación.

Lo que convierte a La Gran Mentira de la Luna en la primera fake news de la Historia Contemporánea es que fue la primera mentira difundida en gran escala gracias a la combinación de los nuevos medios de comunicación y transporte de masas: desde trenes, hasta barcos de vapor y, por supuesto, las rotativas de alta velocidad (que redujeron los precios por copia) y los niños voceadores, concluye.

La alfabetización en masa y la implantación de la democracia moderna (con sus libertades) contribuyeron a la repercusión de esta falsedad. «Esta es una de las paradojas que yace en el corazón de la democracia. Cuanto más libre es la gente de comunicarse con otros, más libres son de engañar y manipular a los demás» (Boese: 5).

Por lo demás, existe un enorme paralelismo entre La Gran Mentira de la Luna, y las fake news que se popularizaron en la campaña presidencial en EE. UU. en 2016.

El editor de The Sun deseaba aumentar las ventas con una noticia falsa mantenida en el tiempo y ganar dinero. Muchas de las webs de noticias falsas sobre la campaña electoral de EE. UU. en 2016 estaban situadas en los antiguos países del Este: sus mentiras les produjeron importantes ganancias, según Silverman (2016). En un pueblo macedón donde se crearon unas 140 páginas webs, algunos de los responsables afirmaron haber llegado a ganar 5 000 dólares al mes. Daba igual la distancia con EE. UU., porque la tecnología permitía crear, enviar y diseminar una mentira por el mundo a la velocidad de la luz.

La diferencia es que en tiempos de La Gran Mentira de la Luna hubo medios como The New York Herald que se dedicaron a desenmascarar los bulos de The Sun. Hoy los grandes medios, a pesar de que cuentan con poderosos filtros, no pueden evitar que las noticias falsas se expandan por las redes sociales, ya que son más rápidas y más poderosas que los mejores periódicos del mundo. Es lo que afirma Raúl Magallón en su libro Unfaking news (2019).

En la actualidad, la desinformación parece querer producirse en una cantidad mucho mayor que el contenido generado por la verificación de hechos y, junto a esta experiencia colectiva de desconfianza, ha emergido con fuerza, y probablemente para quedarse siempre, el concepto y la cultura de las fake news.

De ahí, advierte, que el daño sea inconmensurablemente mayor.

 

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Tomado de Dialnet

Foto de portada: Tomada de Getty images

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