Lenguaje y discurso de odio
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Verdad contra odio

Cuando, a mediados de 2017, decenas de hombres fueron convertidos en piras por sectores «duros» de la oposición venezolana, el mundo estuvo ante una de las secuelas de llamados contra el chavismo que se extendieron por meses, y de exhortaciones al uso de la violencia.

Lo mismo ocurriría dos años después en Bolivia tras el golpe de Estado no declarado contra Evo Morales que lo sacó del poder, y desató una ola de persecución, ultraje y muerte contra sus seguidores y, en general, contra la mayoritaria población indígena.

La escena de una alcaldesa blanca, golpeada, empujada y secuestrada por una turba frenética que la bañó en pintura roja para humillarla por ser del MAS, demostró que el odio exacerbado por el sector golpista no solo exhibía sus sentimientos racistas; también perseguía un fin político.

De algún modo, el enjuiciamiento sin causas probadas de líderes progresistas incómodos a la derecha y al Imperio, también se ha convertido en práctica de guerra no convencional en América Latina que se fabrica sobre la base de un discurso manipulador que miente y exacerba la violencia.

La decena de procesos judiciales abiertos contra Luiz Inacio Lula da Silva y sobreseídos, después, por falta de pruebas, constituyó una muestra de la manera abyecta en que pueden usarse la mentira y el enaltecimiento del odio.

Peores pruebas, quizá, sean las que muestre la vicepresidenta argentina Cristina Fernández, para quien la injusta condena a seis años de cárcel e inhabilitación política por falsos cargos de corrupción, ha sido lo menos peligroso.

En medio del proceso judicial, el intento de asesinarla a la entrada de su casa, cometido por un joven ebrio de veneno propagandístico propalado por la derecha con el concurso de los grandes medios, pudo quitarle no ya la libertad, sino la vida.

En realidad, el lenguaje de odio como instrumento de discriminación y xenofobia en el mundo se erige como un atentado contra los derechos humanos desde hace mucho tiempo: odio y desprecio hacia el indígena, hacia el negro, hacia el inmigrante…

Sin embargo, la construcción de narrativas engañosas para provocar el desprecio y hasta la muerte de grupos de seres humanos y torcer el curso de procesos políticos y hasta de naciones, constituye hoy uno de los métodos de más baja catadura humana y moral empleados por quienes quieren gobernar el planeta para imponer su modelo y robar a los demás sus recursos.

Para ello se han valido de los medios de comunicación tradicionales con poder en manos de la derecha y, más recientemente, de la facilidad con que la mentira puede ser convertida en verdad, gracias a la confianza crecida en la ignorancia de muchos de los que se alimentan, sin sopesar, de las redes sociales en todo el orbe.

No es una práctica que Cuba vea y denuncie desde una atalaya. El odio contra nuestro proceso sociopolítico es el pan de cada de día para los sectores que desde el sur de Estados Unidos sueñan, en vano, con revertirlo y, en su afán de dar aliento a la subversión no vacilan en llamar —y pagar— para fomentar la violencia interna.

No parece fácil detener esa sucia y peligrosa práctica, que constituye otra cara de la manipulación de la verdad.

Alertas desde la institucionalidad

Aunque todavía sin la profundidad y la fuerza necesarias, el asunto acaba de ser tocado por la Cumbre Iberoamericana de Santo Domingo.

Ya había antecedentes. En julio de 2021, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas reprochó esos pecados mediante una resolución que declaró al 18 de junio como Día para contrarrestar el discurso de odio, conmemorado por primera vez en 2022, y condenó «toda apología del odio que constituye incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia».,

«Tenemos el deber moral de denunciar con firmeza los casos del discurso de odio, así como jugar un papel crucial en la lucha contra este flagelo», diría, a propósito, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

El asunto era preocupación de ese foro multinacional desde 2019, cuando en Naciones Unidas se aprobó una Estrategia y un Plan de acción que definieron al discurso de odio como «cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, —o también comportamiento— , que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad».

En el prefacio firmado por Guterres, aparecía, sin embargo, una advertencia espeluznante: «El odio se está generalizando».

E iba el titular de la ONU un poco más allá cuando alertaba que «(…) el discurso público se está convirtiendo en un arma para cosechar ganancias políticas con una retórica incendiaria que estigmatiza y deshumaniza a las minorías, los migrantes, los refugiados, las mujeres, y todos aquellos etiquetados como “los otros”».

En una de las 16 resoluciones aprobadas, la Cumbre Iberoamericana se refirió a ello en su XXVIII edición.

Aunque todavía apegado a un concepto que condena el lenguaje de odio más por sus implicaciones sociales al atentar contra grupos de ciudadanos y la paz de las sociedades que por su repercusión política, el texto —que abordó de manera conjunta los temas de democracia y derechos humanos—, se suscribió a los pronunciamientos del propio conglomerado en 2010 para reafirmar «la necesidad de respeto al Estado de Derecho, a las autoridades legítimamente constituidas como expresión de la voluntad soberana de los pueblos, la no injerencia en los asuntos internos y la defensa de las instituciones democráticas que constituyen garantías indispensables para asegurar la paz, la estabilidad, la prosperidad económica y la justicia social, así como el ejercicio efectivo de los Derechos Humanos y de las libertades fundamentales».

Así, de alguna manera, se criticaba el uso del discurso de odio contra modelos políticos y naciones enteras. Pero, obviamente, las críticas no bastarán para frustrar sus aviesos propósitos.

Difundir la verdad, además del amor, quizá sea la única manera.

Imagen de portada: Marchas de apoyo a Cristina Fernández se vieron en Buenos Aires luego del frustrado atentado de septiembre pasado (Foto: La tinta).

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Marina Menéndez Quintero
Analista internacional del diario Juventud Rebelde. Ha colaborado con distintos medios radiales y actualmente tiene un espacio en la emisora Habana Radio. Invitada habitual del espacio televisivo cubano Mesa Redonda. Ha dado cobertura a procesos electorales en Nicaragua y Venezuela, así como a otros eventos en la región y distintos lugares del mundo. Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí de Prensa Latina, y Premio Nacional José Martí por la Obra de la Vida (2023).

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