CON DOS DEDOS

“Che guerrillero”, de Korda. Historia tras la foto

El arte es una profesión en la que el creador no siempre elige ni decide qué de su obra impresionará o quedará para la posteridad. El público manda. ¿Por qué resulta tan atractiva la foto “Che guerrillero”? Alberto Korda, su autor, no  pudo  precisarlo nunca, pero sabía perfectamente que se trataba de una foto mensaje en la que uno podía ver reflejado todo aquello que imaginaba o conocía acerca de Ernesto Guevara para afirmar al final: “Este es el Che”.

Belleza y juventud, audacia y generosidad, una decidida actitud de lucha que se impone al profundo dolor del mundo en que se capta, valores estéticos y morales detenidos para siempre gracias a la magia de una fotografía que quedó impresa en la memoria popular y que se transformó en “el retrato del Che”.

Entre los mejores retratos

La crítica la considera una de las cien mejores piezas de toda la historia de la fotografía; se le ubica asimismo entre los diez mejores retratos, junto al de Sarah Bernhardt, de Nadar; el de Lincoln, de Brady; el de la Garbo, de Steichen; el de Marilyn Monroe, de Halsman; el de Kennedy, de Cornell Capa…

¿Es una escultura o un ícono? Es el retrato de un hombre y también de un pensamiento y de una actitud. Emana de él algo místico y también una sensación de coraje y austeridad; toda una historia que se cristaliza en una foto. Es la imagen de Ernesto Che Guevara, el Guerrillero Heroico, y Korda muchos años después de haberla captado, podría repetir la frase del gran fotógrafo norteamericano Ansel Adams. “A veces pienso que llegué a ese lugar cuando Dios necesitaba que alguien apretara el disparador”.

Decir, sin embargo, que la foto en cuestión es fruto de la casualidad, no sería del todo cierto. Era el 5 de marzo de 1960 y Korda “cubría”, como fotorreportero del periódico Revolución, la despedida de duelo de las víctimas del sabotaje perpetrado por la CIA al barco francés La Coubre, que, dinamitado, explotó en el puerto habanero.

Metido entre la muchedumbre, el fotógrafo paneaba con su cámara de izquierda a derecha, el entarimado donde se había emplazado la tribuna. Hablaba Fidel y el Che se hallaba junto a los más importantes dirigentes del momento, así como los escritores Simonne de Beauvoir y Jean Paul Sartre, que acopiaba entonces los materiales para el sensacional reportaje sobre Cuba que, con el título de “Huracán sobre el azúcar”, fuera publicado en France Soir.

Rememoraba el artista: “De pronto, el Che, que hasta ese momento se había mantenido detrás, avanzó hacia un espacio libre de la primera fila de manera casi coincidente con el paso de mi cámara. Me impactó su imagen al encuadrarla: iba tocado con una boina negra que lucía su estrella de comandante y llevaba un abrigo de cuero cerrado hasta el cuello. El viento le batía la melena y miraba al infinito. Alcancé a hacer tres o cuatro disparos seguidos; un minuto, minuto y medio después, volvía a perderse en el fondo de la tarima”.

Cuando concluyó el acto, Korda corrió al laboratorio, reveló los negativos e imprimió las fotos que aparecerían en la edición del periódico de la mañana siguiente, pero la del Che no fue publicada. Sabía, sin embargo, que había logrado captar íntegramente una personalidad e hizo para sí una copia que colgó en su estudio. Un día de 1967 recibió la visita del editor italiano Gian Giacomo Feltrinelli; venía de Bolivia, donde había intercedido por la libertad del escritor francés Regis Debray y, de paso por La Habana, se dedicaba a buscar una foto del Che que le satisficiera. Haydée Santamaría, presidenta de Casa de las Américas, le había sugerido que viese a Korda.

“Le gustó mi retrato y pidió que le hiciera dos copias de 30 x 40 centímetros en papel de brillo. Se las regalé… Un mes después del anuncio oficial de la muerte del Che en Bolivia, Feltrinelli presentó en Milán mi foto en un afiche de 1.70 cm. y los estudiantes se echaron a la calle con ella al grito de ¡Che vive!, oponiéndola a la imagen del guerrillero muerto distribuida por la CIA. Después se ha reproducido en libros, periódicos y revistas; y también en cuanta superficie es capaz de admitir una foto: banderas, pañuelos, camisetas… Se supone que el editor milanés, en menos de tres meses, vendió un millón de ejemplares del afiche, a cinco dólares cada uno. Yo no le cobrado nunca un centavo por esa foto.

Una foto única

Alberto Korda tomó esa foto con su vieja cámara Leica, provista de un lente de 90 milímetros, un semitelefoto de potencia regular, rayado en la superficie por el uso. Se hallaba a unos siete metros —¿o eran diez? — de distancia del comandante guerrillero, y era una tarde opaca, invernal.

“Eso explica, dijo Korda, que la imagen no sea súper nítida, que parezca envuelta en una aureola, que algunos vean como una nube en el ambiente:  la cabeza solitaria del Che se difumina en una luz pareja y suave”.

Aclaró el fotógrafo que no hubo elaboración intelectual en ella. La luz solar, escasa, y el desgaste del lente imprimieron esa atmósfera al retrato. La composición fue, sí, cosa suya, Explicó que si le hubiese dado un poco más de negro en el hombro a la imagen, la foto se le hubiera caído.

“Llevé el negativo a la ampliadora, enderecé la figura y le di aire alrededor. Creo que el público exige esos detalles del encuadre. Por eso, al verla, encuentra una belleza y una armonía que no sabe de dónde salieron, pero que es responsabilidad del artista, y eso es lo que hace que una foto pueda ser única”.

Eternamente vivo

Korda sospechó durante mucho tiempo que el Guerrillero no llegó a ver esa foto. Pero es muy probable que sí, ya que se publicó al fin en el periódico Revolución estando él todavía en Cuba. No se sabe qué habrá pensado acerca de ella. Difícil resulta imaginar que no le haya impresionado. Guevara era un amante de la fotografía. En México se ganó la vida como fotógrafo, y el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti, cuando  lo entrevistó en la Sierra Maestra, en plena lucha contra la tiranía batistiana, anotó que el Che llegó a su encuentro montado en un mulo, con las piernas colgando y la espalda encorvada que se prolongaba en los cañones de una Veretta y de un fusil con mira telescópica, como dos palos que sostuvieran el armazón de un cuerpo aparentemente grande. De la cintura le colgaba una canana de cuero colmada de cargadores y una pistola; de los bolsillos de la camisa asomaban dos magacines y del mentón anguloso unos pelos que querían ser barba. Llevaba al cuello, dijo Masetti, una cámara fotográfica.

El Che está eternamente vivo en la foto de Korda. Esa foto ha sido y es bandera de lucha. Ha encabezado numerosas manifestaciones estudiantiles. Hay gente que ha realizado acciones revolucionarias vistiendo camisetas que la llevan impresa. Inspira la obra de muchos artistas.

“A mí me conmovió de manera particular en dos ocasiones”, evocaba el fotógrafo. Una vez, en 1967, cuando la reproducción gigantesca del retrato presidió en la Plaza de la Revolución la velada por la muerte del Che, y otra, cuando vi en un noticiero a un grupo de estudiantes que era apaleado en alguna capital latinoamericana, y llevaba esa foto”.

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Ciro Bianchi Ross
Es un intelectual, periodista y ensayista cubano. Su ejecutoria profesional durante más de 55 años le ha permitido aparecer entre principales artífices del periodismo literario en la Isla. Cronista y sagaz entrevistador, ha investigado y escrito como pocos sobre la historia de Cuba republicana (1902-1958). Ha publicado, entre otros medios, en la revista Cuba Internacional y el diario Juventud Rebelde, de los cuales es columnista habitual. Premio Nacional de Periodismo "José Martí" en 2017.

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