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Utopía de un hombre que está cansado

Quizá ya no se trate de cambios ni de transformaciones de la modernidad, sino de verdaderas mutaciones antropológicas, de una alteración de lo real provocada por lo que se ha dado en llamar “el capitalismo absoluto”, donde ya no se trataría simplemente del deseo de apropiación, sino del frenesí del goce y la pulsión de muerte, del empuje irrestricto hacia el objeto. Esto recuerda al mito griego de Eresictón, aquel que por haber hachado el roble que contenía los secretos de la diosa Ceres, fue condenado a los rigores del hambre sin término, según se describe en Las metamorfosis de Ovidio. Como todo alimento le fue insuficiente, Eresictón acabó comiéndose a sí mismo. Podríamos agregar poéticamente: dejando huérfanos sus dientes.

De manera tal que el principal devorador del capitalismo, en su hambruna sin fondo, podría ser en el futuro el propio capitalismo, capaz de hacer hasta de su propia caída el alimento (el negocio) más apetecible, aunque llegado el caso ya no quede nada a su alrededor, salvo la devastación y las ruinas del planeta. Es decir: solo sus dientes, ya incapaces, por lógica, de masticarse a sí mismos, aunque ello tampoco sea seguro. Ya en El mercader de Venecia Shakespeare situaba la cuestión de la incondicionalidad del goce en la voracidad sin límites, la pretensión de Shylock de no conformarse con el pago de la deuda, sino de ir por la carne misma del deudor, es decir, hasta el núcleo, hasta el corazón mismo de lo real. La severidad del superyó hoy ha plantado bandera en la cumbre, que puede ser la de Davos o cualquier otro lugar del planeta donde el algoritmo capitalista “se resuelva”.

De manera tal que en estos tiempos eresictonianos que corren (aun cuando se ha perdido el sentido de la tragedia), lo que prevalece no es el deseo, sino el imperio del goce irrestricto, pero mutado, desconocido, nuevo, impredecible, desamarrado de cualquier instancia de regulación y encauzamiento. Esto tal vez deba obligar al psicoanálisis a una inmediata puesta a punto de su conceptualización como es: el deseo, la transferencia, los registros de lo imaginario, lo simbólico y lo real, etc., antes de que se vuelvan inefectivos frente a un mundo que comienza a no ser el de los valores e ideales que rigieron hasta ahora, con sus cambios epocales, la travesía humana. Quizá ya no estemos ante sujetos deseantes, sino frente a seres que empiezan a mutar y a situarse en una dimensión nunca antes conocida. Nada de todo esto tiene que ver con la pobreza ni con el pueblo, etc.

Acabo de releer el cuento “Utopía de un hombre que está cansado”, perteneciente a El libro de Arena (1975), de Jorge Luis Borges. Se trata de un personaje-narrador quien en medio de la llanura, que puede ser cualquier llanura del planeta, llega a una casa donde lo recibe un hombre muy alto y extraño, que se supone pertenece al futuro. Quizá desde hace muchas décadas no recibe a nadie. Dice el narrador: “Ensayé varios idiomas y no nos entendimos. Cuando él habló lo hizo en latín. Junté mis ya lejanas memorias de bachiller y me preparé para el diálogo […]”, y “me dijo: veo que llegas de otro siglo”. Lo cierto es que había desaparecido la diversidad de las lenguas. Pero dice el habitante: “Por lo demás, ni lo que ha sido ni lo que será me interesan”. Afirma el narrador: “Juzgué prudente presentarme; soy Eudoro Acevedo, nací en 1897 en la ciudad de Buenos Aires y he cumplido ya 70 años. Soy profesor de letras inglesas y americanas y escritor de cuentos fantásticos”. El otro le contestó: “No hablemos de hechos: Ya a nadie le importan los hechos […], en las escuelas nos enseñan el arte del olvido. Ante todo el olvido de lo personal y local. Del pasado nos quedan algunos nombres que el lenguaje tiende a olvidar […]. No hay cronología ni historia. No hay tampoco estadísticas. Me has dicho que te llamas Eudoro; yo no puedo decirte cómo me llamo, porque me dicen alguien […] mi padre tampoco se llamaba”. En esa casa no había libros salvo un ejemplar de la Utopía de More impreso en Basilea en 1518. “En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de leer una media docena. Además no importa leer. La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios”. Y agregó: “Tampoco hay ciudades […] ya no hay posesiones ni herencias, cuando el hombre madura a los cien años está listo para enfrentarse con su soledad, hay quienes piensan en un suicidio gradual o simultáneo de todos los hombres del mundo”. El narrador entonces le pregunta: “¿Todavía hay museos y bibliotecas?” Le contesta: “No. Queremos olvidar el ayer. No hay conmemoraciones ni aniversarios. […] Cada cual debe producir por su cuenta las creencias y las artes que necesita”. Dice el narrador: “en las paredes había telas rectangulares en las que predominaban los tonos de color amarillo. “Esta es mi obra”—declaró, si te gustan puedes llevártela”. El narrador dice: “pero las telas me inquietaron. No diré que estaban en blanco, pero sí casi en blanco”. Después se oyeron golpes, era gente que venía a buscar al habitante de la casa para llevarlo a su muerte voluntaria.

Más allá de que el cuento de Borges se sitúa en futuro, pareciera adelantar algo de las condiciones de una época en que la deshistorización, el borramiento de las referencias universales, la progresiva pérdida del lenguaje, la desconexión del lazo social y sobre todo las profundas mutaciones en el orden simbólico comienzan ya a presentarse en vastos sectores poblacionales. Sujetos sin historia, sin amarras, sin una idea de porvenir ni futuro, integrantes de una masa amorfa (que no debe ser confundida con el pueblo, por supuesto) donde el desfallecimiento del deseo es el resultado de la hambruna erecsitoniana de un capitalismo que se ha tornado absoluto y caprichoso.

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Antonio Ramón Gutiérrez
Antonio Ramón Gutiérrez (Bell Ville, Córdoba, Argentina, 1951). Psicoanalista y escritor. Profesor Emérito de la Universidad Católica de Salta. A su obra publicada pertenecen, entre otros libros, los ensayos La precipitación de lo real, Lingüística y teoría del significante en psicoanálisis, Neoliberalismo y caída de los límites; los poemarios Las formas de la tarde, Metamorfosis cotidiana, Molde para una metafísica, Orquesta típica y la novela Hoy que he vuelto del exilio.

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