PERIÓPOLIS

Ensayar el ensayo

Pretender, a estas alturas, aprisionar cualquier género periodístico en una celda estructural severa y rígida, equivale a cerrar los ojos ante el devenir mismo de los discursos textuales, e ignorar por completo las hibrideces y fusiones que se dan en todas las producciones comunicativas, una verdad que ya pinta canas.

Tal intento de reflexión viene a cuento tras mi experiencia en el abordaje del ensayo periodístico con alumnos del cuarto curso, siguiendo el programa que para ello elaboró la Doctora Miriam Rodríguez Betancourt.

Lo primero que me saltó a la vista fue una advertencia introductoria para guiar a los estudiantes, lo cual  me pareció de golpe una de sus acostumbradas ingeniosidades verbales: “Vamos a ensayar el ensayo”.

Pero una lectura a fondo nos remitió a la esencia epistemológica del ensayo. Esto es, ensayar ideas, conceptos y realidades, intentar, probar, y por supuesto, correr los riesgos de atrapar como si se tratara de una “anguila enjabonada” en alta mar, un género tan escurridizo y elusivo, de lo que puede resultar en joya deslumbrante o infeliz catauro de diletantismo y superficiales lugares comunes. Algo así como la encrucijada entre lo sublime o lo ridículo, en una tenue franja fronteriza.

Lo aleccionador de la experiencia docente, en la que al decir de Paulo Freire se debe ser educador-educando, fue la sorprendente calidad de los trabajos finales presentados, verdaderos “ensayos del ensayo”, que revelaron dos aspectos a recordar : la apropiación e incorporación de muchos saberes adquiridos a lo largo de los años de permanencia en la Facultad y la disposición y disponibilidad articulados de acometer el ejercicio libre e independiente del pensamiento reflexivo en plasmación estética.

Semejantes resultados, al menos a mí, me conducen de la mano a otras conclusiones:

1.- El legítimo afán de discurrir en profundidad y altura en torno a los aconteceres de interés público, permanece incrustado en el corazón del periodismo, tanto para veteranos de la profesión como para los jóvenes aspirantes.

2.- La avalancha del periodismo digital, tan atractivo y sucinto, rápido y personalizado, hipotéticamente consustancial a las generaciones más nuevas,  no parece todavía capaz de sepultar ni el valor ni el papel de los medios impresos donde el ensayo periodístico, con todas sus “elusividades”, mantiene su vigencia y su presencia

¿Será que le ocurrirá lo mismo que al libro, al que Umberto Eco comparó una vez con el recurrente y todavía irremplazable sacacorchos?

Acaso la semejanza tenga que ver con que nos encontremos ante esas cosas que utilizamos orgánica y convenientemente sin detenernos a desmenuzarlas a fondo, porque una de las dificultades que encara el ensayo periodístico radica, precisamente, en el poco estudio que se la ha dedicado.

Sin embargo, se trata de un género del que se nutrió la prehistoria del periodismo, y ya a finales del siglo XVIII el ensayo y la crítica constituían modelos reconocidos de opinión.

Natividad Abril Vargas, en Periodismo de Opinión (1999:51) señala que para esa época, entre los avisos y noticias y la correspondencia informativa, de un lado, y el panfleto y la polémica que abogan por una causa, de otro, nace una tercera corriente que es el ensayo.

Existe una aceptación general de que fue el francés Michel de Montaigne (1580), quien con sus Essais lo inventó, y según el escritor peruano, Bryce Echenique, asimismo coincide en que el ensayo “no es, pero no en lo que es”, para indicar el terreno movedizo en el que puede ubicarse.

“Montaigne lo definió como una alternativa a la prosa científica y lo convirtió en género literario, pero nada quedó definitivamente establecido acerca de sus rasgos, estructura y procedimientos”, opina Echenique en El género más misterioso del mundo (1993).

Lo cierto es que los ensayistas que vendrían después, encontraron en el naciente periodismo impreso un efectivo recipiente alternativo al libro, y por mucho que notables enciclopedistas franceses —Voltaire, Diderot, entre otros—, que abonaron el camino hacia la Revolución Francesa, contemplaron al periodismo con cierto aristocrático desprecio, tuvieron que recurrir a esas “advenedizas” páginas del periódico para dar a conocer buena parte de su pensamiento iluminador.

De esa presencia habitual del ensayista en la prensa, y las inevitables mediaciones tecnológicas, económicas y políticas, puede colegirse que el ensayo periodístico ha sido un heredero del ensayo literario, científico y filosófico desarrollado por los, universalmente reconocidos, exegetas del género original.

En este proceso de entrecruzamientos de influencias y mudanzas de pieles, se asigna un destacado papel histórico en el periodismo europeo al periódico londinense The Spectator, y sus ensayistas Addison y Steele, quienes, en el criterio de Abril Vargas, descubrirán la técnica del “tono igual” que consiste en mantener un solo nivel de tono y actitud respecto al público lector a lo largo de toda la composición.

En otro momento de su obra  (ibid.: 52) sostiene: “En Inglaterra, la calidad alcanzada en las revistas del siglo XVII  y el cultivo del ensayo literario de tono familiar, en el cual se pueden tocar todos los temas con sentido del humor, propicia la existencia de un público que más tarde se mostrará como modelo del periodismo de calidad. The Times, que fue fundado en 1785, con el título de Daily Universal Register. En 1855 se decía: el país está gobernado por The Times.

Al tiempo que en el siglo XIX el desarrollo de la ciencia y la técnica, y sus cruciales invenciones e innovaciones productivas, consolidaron la masividad del periodismo, significativamente el ensayo se convirtió en una pieza infaltable y prestigiosa en todo periódico y revista que se pretendieran serios e influyentes.

En la primera década de la centuria se fundaron dos revistas inglesas de importancia en la historia de la cultura y los destinos del ensayo: la Edimburgh  (1802) y la Quartely Review (1809).

La tendencia del periodismo moderno a consagrar sitiales al ensayo no corrió, sin embargo, una suerte pareja  entre las distintas sociedades europeas, ya que por ejemplo, en España —que en gran medida constituye una génesis del periodismo latinoamericano—, el siglo XIX no tuvo la boga ensayística de Inglaterra.

No será hasta el surgimiento de la llamada generación del 98 —Gavinet, Unamuno, Cossío, Azorín, y Ortega y Gaset, por solo  mencionar algunos, a quienes “les duele España”— que el ensayo español alcanza un tardío, pero brillante apogeo.

Si la imperiosa necesidad de “revisar los valores de la hispanidad”, como se había planteado aquella pléyade de escritores, conducía insoslayablemente al ejercicio del ensayo, todo parece indicar, casi como una regularidad mediática, que a grandes crisis, corresponde una fluida reacción del pensamiento crítico.

En cuanto a los dominios españoles en tierras de América, y pese al consustancial retraso opresivo predominante, el periodismo nació marcado por peculiares intentos de ensayar el ensayo, con todas las limitaciones de entornos políticos y culturales del caso.

Pero también la América Latina, liberada del yugo español, tuvo su siglo XIX ensayístico que lo rebasó en el tiempo, ante las dramáticas realidades del “nuevo mundo”, caracterizada por búsqueda de identidades culturales, antagónicos polos sociales, deformaciones económicas poscoloniales, pobreza, dependencias externas, pugnas políticas, regionales y étnicas y forjamiento de valores.

Medardo Vitier sostiene en Del ensayo americano (1945), de modo  muy considerable la función del ensayo como tipo de prosa en que se exponen y discuten las cuestiones vitales latinoamericanas, e indica tres mensajes: el de la cultura, el de los problemas y el de la emoción.

Identifica tres caminos:

1.- Los de pura erudición (puntos concernientes a la conquista y la colonización).

2.- Los de filiación, ya que fomenta los vínculos latinoamericanos.

3.- Los de problemas, de urgencias inmediatas. Por ejemplo, la cuestión del indio, la inmigración y la fusión racial.

Según valora, “casi todo lo refleja el ensayo. Acude solícita esta forma de la prosa a esclarecer buen número de cuestiones. No nos da tanto las soluciones, como la conciencia de la realidad”.

Más adelante apunta que “un patho de ansiedad penetra las páginas de no pocos ensayistas y se fomenta la solidaridad del pensamiento preocupado”.

La antología que nos ofrece el autor es muy variopinta en honduras, temas, angulados, propósitos y estilos, pero tienen en común una intención de enfoque americanista, diluido unas veces, explícitos otras.

Menciona al ecuatoriano Juan Montalvo (1835-1889), un clásico hispanoamericano que dirige su mirada hacia lo ético y lo estético, como lo demuestra en “Los siete tratados”, en el que interpreta la belleza y la nobleza, entre otras cualidades, mientras que el puertorriqueño Eugenio María Hostos (1839-1903) se destaca por sus Ensayos Didácticos.

Por su parte, el uruguayo José Enrique Rodó (1872-1917) marcó sin duda un momento deslumbrante con su Ariel, y aunque con el tiempo perdió vigencia, nadie discute que inició un movimiento de ideas, con una realización estética de fina calidad. Se dirige a la juventud, transmitiendo valores del humanismo, obviando en cambio las concretas realidades hispanoamericanas.

A diferencia, Francisco García Calderón produce La creación de un continente, que a juicio del antologista ilustra una etapa del ensayo sobre cosas de América Latina, en un “libro que debe leerse y releerse”.

Pero sin la menor vacilación afirmo que de los muchos y notables ensayistas latinoamericanos de entre siglos, quien dejó la obra de mayor alcance modélico, tanto por el método investigativo y expositivo como por su fuerza argumental, fue el peruano José Carlos Mariátegui, con Siete ensayos sobre la realidad peruana.

Lo hace con criterio marxista para abordar la economía peruana, el problema del indio, la tierra, la enseñanza, el factor religioso, el regionalismo y el centralismo, la literatura.

A Vitier le impresiona el particular porque emplea un estilo de muy directo movimiento, es claro; la doctrina muy meditada; la dialéctica, vigorosa.

Lejos de poder agotar una pródiga lista de ensayistas latinoamericanos clásicos, y menos en los límites de las presentas notas, tengo que referirme, al menos, al dominicano Pedro Henríquez Ureña, todo un maestro de portentosa obra; al mexicano José Vasconcelos, cuya tesis La raza cósmica mereció comentarios en todas las latitudes del continente, al igual que a su compatriota Alfonso Reyes, erudito, crítico y ensayista de gran calibre.

Tampoco es posible exponer la producción ensayística cubana del mencionado período que, con tanto acierto, Salvador Bueno ha rastreado, valorado y enmarcado, y que constituye una fuente insoslayable para estudiar el modo y la circunstancia históricas de plantearse el ensayo de raigambre nacional.

Si analizamos el desarrollo del pensamiento político y las ideas filosóficas y sociales cubanos a partir del siglo XIX, cualesquiera que sean sus vertientes, verificaremos que los  principales expositores recurrieron a discursos de aliento ensayístico, y siempre que se dieron las condiciones propicias lo plasmaron en la prensa.

Aún con los frenos y ataduras del despotismo reinante en “la primada”, una de las contadas colonias a la que se aferraba la decadente metrópoli, intelectuales del reformismo aprovecharon los efímeros períodos de aireamiento en aras  de esbozar sus ideas de cambios en los controlados medios de prensa.

La situación fue bien distinta para los pensadores más comprometidos con el progreso y la independencia, quienes la mayoría de las veces sólo encontraron espacio en los periódicos y revistas que les abrieron sus puertas en el exilio.

Pero ahí están los  ensayos reflexivos, denunciadores y emergentes, como legados del modo y las circunstancias cubanos de ejercer el elusivo género.  Ya sean los escritos del Padre Félix Varela o lo que constituye parte de la obra cumbre de José Martí —referencias imprescindibles para analizar nuestro periodismo—,  por sólo citar lo más paradigmático del ejercicio ensayístico.

Permanece, igualmente, el legado denunciador de Juan Gualberto Gómez y Manuel Sanguily, en el desgarrador tiempo de la república frustrada, neocolonial bajo el dominio del imperialismo estadounidense, donde había “mucha tela que cortar”.

Más tarde serán Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Raúl Roa y Juan Marinello, de la eclosionante y crucial generación del 30 quienes encontrarán en el ensayo periodístico una manera de comunicar ideas, esclarecer y movilizar para cambiar la sociedad.

En otros planos de la profundización, defensa y protección de la cultura nacional se inscriben los aportes ensayísticos de Ramiro Guerra (Azúcar y Población en las Antillas).  Enrique José Varona, Chacón y Calvo, Fernando Ortiz y los intelectuales nucleados en la revista Orígenes, como José Lezama Lima y Cintio Vitier, este último martiano por excelencia.

Otros nombres infaltables son los de Jorge Mañach, Carlos Rafael Rodríguez, José A. Portuondo, Emilio Rogi de Leuchsenring, José Luciano Franco, Samuel Feijoo, Mirta Aguirre y Sergio Aguirre.

A lo largo del siglo pasado, el ensayo disfrutó de una presencia bastante estable en periódicos y revistas cubanos, de manos de periodistas que llegaron a hacerse célebres, aunque fuere por una cuestionable celebridad, vista a la siempre vista juiciosa y ponderada del tiempo, y de los que queda aprender de acertados modos de atacar temas, y más aún pendiente una investigación abarcadora.

Sin embargo, en las últimas cuatro y revolucionarias décadas la trayectoria del ensayo periodístico experimentó altas, bajas y fluctuaciones, atemperada por distintos grados de circunstancias y urgencias políticas, que requieren por igual de estudios a fondo y periodización.

De igual manera,  prevalecieron criterios profesionales tendientes a un mayor uso de otros géneros y a reducir la aparición del ensayo, entonces más bien refugiado en las revistas y, sobre todo, en las especializadas.

Respecto a esto último, pudiera haber un equívoco conceptual en la creencia, bastante generalizada, de que el ensayo periodístico requiere de una extensión que no puede proporcionarle la tensa disputa espacial de la composición del diarismo.

En contraposición, es posible encontrar en páginas de periódicos, y con más frecuencia de la que se supondría, brillantes ensayos de mucha densidad con las mismas líneas que un ordinario comentario de actualidad. Un ejemplo palpable, al alcance de los estudiantes, es el que proporciona Jorge Luis Borges, Sobre los clásicos, en apenas ocho párrafos.

Más que la extensión, lo decisivo parece ser la selección del asunto, que de antemano tenga garantizado el interés del público, la profundidad con la que el autor lo meditó y lo expuso, la honestidad y coherencia de los argumentos presentados, el sentido de cercanía con el auditorio, sin concesiones de vuelo estético, y la potencialidad de involucrar a los lectores en el planteamiento, al menos para hacerlos pensar al respecto, porque nunca sería recomendable suministrar fórmulas, recetas y sentencias terminantes, autocráticas, como si los receptores constituyeran masas amorfas e incapaces de construir sus propias lecturas. El ensayo tiene que ser, ante todo, un acto de respeto.

Algo visiblemente paradójico en este género del periodismo consiste en que a pesar de su resistente vigencia, venciendo la prueba del tiempo y la irrupción de la cibernaútica, aún suscita multiplicidad de puntos de vista a la hora de definirlo. Tal vez por aquello de Echenique de que es “el género más misterioso del mundo”, y porque siguiéndole el juego, sería más afín ensayar definiciones del ensayo.

Opiniones autorizadas son tan disímiles como la de Natividad Abril que lo reduce a “un trabajo de divulgación científica, expuesto brevemente y de manera esquemática como si fuera un tratado condensado”; o en el otro extremo, Calvo Hernández quien sostiene que el ensayo “no debe comunicar sólo una idea, ni generalizar una noción, sino establecer la comunicación humana del autor con el lector en el plano afectivo, intelectual y espiritual, además de la necesaria emoción estética”.

Otras definiciones:

-El ensayo es un trabajo científico literario que podría ser considerado como el bosquejo de un libro, de un tratado. En el ensayo se estudia didácticamente un tema cultural, sin agotarlo, indicando, señalando sólo los aspectos fundamentales del problema (Martin Vivaldi, Géneros Periodísticos).

-Desenvolvimiento de una tesis doctrinal, a menudo inconclusa con tendencia interpretativa o de investigación, con absoluta libertad temática, rigor crítico, lírica entonación y propósito orientador (Humberto Cuenca. Imagen Literaria del Periodismo).

-Disertación científica sin prueba explícita (Ortega y Gasset).

-El ensayo es interpretación, pero a la vez creación (Earle Herrera. El reportaje, el ensayo).

-Parece conciliar la poesía y la filosofía, tiende un extraño puente entre el mundo de las imágenes y el de los conceptos, proviene un poco al hombre entre las oscuras vueltas del laberinto y quiere ayudarles a buscar el agujero de salida  (Mariano Picón Salas).

-Composición en prosa: su naturaleza es interpretativa, pero muy flexible en cuanto a métodos y estilo; sus temas, variadísimos, los trata el autor desde un punto de vista personal: la extensión aunque varía, permite por lo común que el escrito se lea de una vez; revela, en fin, las modalidades subjetivas del autor (Medardo Vitier. Del ensayo americano, 1945).

-El ensayo es un juicio, pero lo esencial en él, lo que decide su valor, no es la sentencia (como en el sistema) sino el proceso mismo de juzgar (Georgy Luckacs. El alma y las formas y la teoría de la novela).

Entre los interesados en definir el ensayo periodístico, aún se debate sobre si pudiera considerarse un género autónomo o bien una modalidad del artículo de opinión, también denominado artículo de fondo, puesto que posee características propias, a la vez que se sirve de estructuras bastante comunes a los otros tipos de artículos.

El Doctor Antonio López Hidalgo, profesor de Periodismo de la Universidad de Sevilla, España, se remite al término “artículo” como el que acoge a todos los textos periodísticos de opinión, con independencia de sus funciones, técnicas y estilos, y al margen, por supuesto, de que estén o no sometidos a la actualidad informativa del día. Dice que todos son textos retóricos, argumentativos y persuasivos, trabajan sobre ideas y pertenecen a los géneros de opinión.

Abril Vargas señala que bajo la misma denominación de “artículos” se agrupan el editorial, el suelto, el comentario, la columna —que son los textos más vinculados con la noticia—, la tribuna libre, el ensayo, la crítica, el artículo costumbrista, el artículo de humor y  el artículo retrospectivo. A lo que añade el perfil y la necrología.

En cambio, Martín Vivaldi, y otros autores, se inclinan en cierta forma a  reconocerlo como un sutil cruce de periodismo y literatura, lo que resulta muy pertinente con la reconocida tendencia a las hibrideces y fusiones de los géneros comunicativos.

La Doctora Rodríguez Betancourt considera el ensayo periodístico como un ensayo de carácter doctrinal con predominio de tema socio-político, y que se refiere a aspectos que interesan a la gente, principalmente de actualidad, breves, y aunque con lenguaje conceptual tiende a lo informativo, y privilegia la claridad porque va a utilizar para su difusión un medio masivo.

Lo caracteriza por el empleo de argumentación, expresa juicios, razones, prevalece la reflexión y se escribe en primera persona del singular.

Sostiene que, a diferencia de los otros artículos de opinión, el ensayo es eminentemente expresivo, ya que el ensayista expone en una sola pieza, ideas, pensamientos y emociones. No se contenta con informar, sino que busca despertar en el público un sentimiento: de ahí su naturaleza subjetiva.

López Hidalgo cree reconocer varias modalidades del ensayo periodístico:

-El ensayo doctrinal, sobre cuestiones filosóficas, culturales, políticas, artísticas, literarias, es decir, cuestiones ideológicas.

-El ensayo científico, que en ocasiones se refiere a temas de divulgación relacionados con el mundo de la Naturaleza.

-El ensayo personal y el ensayo formal, que distingue a uno de otro, porque el primero de ellos tiene un carácter confesional, tal como lo concibe Michel de Montaigne, y el segundo es más extenso y ambicioso.

En tanto, Abril Vargas extiende sus clasificaciones hacia lo que llama ensayos puro, poético y crítico, según trate respectivamente asuntos filosóficos, históricos y literarios, responda a conclusiones de trabajos científicos o de investigación, o por prevalecer lo poético sobre lo conceptual.

El ensayo periodístico tiene defensores y detractores. Para unos se trata de un vehículo de comunicación ideológica y científica cada vez más importante, la punta de lanza del periodismo, según aprecia Earle Herrera. Para otros, un intento que peca de excesiva ligereza, ya que las limitaciones del espacio en los periódicos impiden a veces que se profundicen los temas y caiga en la superficialidad.

Coincido decididamente con los que estiman que el ensayo es necesario para aprehender y modificar la realidad cotidiana, porque propicia una reflexión sobre la vida y la sociedad.

Un buen ensayo puede contribuir a iluminar una perspectiva ante las continuas paradojas y perplejidades de un mundo cambiante de apariencia caótica, cuyo curso puede ser el del equilibrio sobre bases sociales justas, si todos los interesados se involucran y aportan su valioso granito de arena.

Tales razones serán más que suficientes para concederle carta de identidad propia al ensayo periodístico, para seguir ensayando el ensayo, para atrapar y domar a la esquiva y resbaladiza anguila.

Tomado del blog académico mesadetrabajo.blogia.com

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Hugo Rius Blein
MCs. Hugo Rius Blein. Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida. Periodista de Prensa Latina. Profesor Adjunto de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana

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