CONVERSANDO EN TIEMPOS DE...

“Chamaquili (no yo) se ha ganado el mayor premio: el corazón y el amor…”

Lucas (Chamaquili) es mi nieto y Muma (Claudia Alvariño) es mi hija… y aquí se cumple lo que afirma el dicho popular: “cualquier referencia, viene de muy cerca”. Entonces prefiero que sea el propio Alexis Díaz Pimienta –responsable del guion- quien valore, reflexione y opine sobre este producto comunicativo que, según ha dicho el doctor Francisco Durán García, director nacional de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública, “son los mejores mensajes de aliento y educación que están llegando a nuestro pueblo”.

-La televisión cubana está transmitiendo -una vez a la semana- mensajes de bien público relacionados con la situación que vive el mundo hoy y que llevan tu crédito: Chamaquili y la pandemia, ¿cómo surge esta idea?, ¿cuánto tiempo te llevó escribir los textos?, ¿satisfecho con los resultados de lo que se pone en pantalla y en las redes sociales?

-La televisión cubana ha hecho realidad, accidentalmente, un “proyecto” que hace años tenía en la cabeza: publicar un libro primero en formato audiovisual, un “videobook” real. Lo quería hacer en Sevilla, con un poemario para adultos titulado Carril bici, poesía peatonal, narrativa, muy fílmica; pero era muy costoso. Y mira por dónde, dos o tres años después, es un libro de poesía infantil, Chamaquili y la pandemia, el que hace realidad ese proyecto y de manera totalmente imprevista, improvisada.

¿Cómo surge la idea? Te cuento, hace menos de un mes, una noche recibí un mensaje vía Whatsaap de la querida actriz y amiga Muma, co-directora de la compañía infantil de teatro La Colmenita, preguntándome si yo no había escrito ningún poema de Chamaquili en tiempos de pandemia. Y le confesé que no, que la pandemia no me inspiraba mucho, que había escrito poemas muy serios, para adultos, poemas-desahogo (que, por cierto, han acabado formando parte de otro libro, Iphoemas, y se han publicado en revistas digitales de España y Grecia); pero le prometí que escribiría un poema infantil para su pequeño Lucas, que estaba lleno de preguntas sobre el coronavirus, la pandemia, el confinamiento…  Y esa misma noche, en el teléfono, escribí los dos primeros poemas del libro, el que le da título, Chamaquili y la pandemia y Chamaquili y el coronavirus. Pero ya no pude parar, y al día siguiente ya tenía el libro completo, terminado, escrito íntegramente en el teléfono. O sea, el primer borrador del libro.

Fue un arrebato. Luego lo pasé al ordenador, lo corregí a fondo y se lo mandé emocionado. Pero lo que yo no sabía era que Muma se lo iba a mandar a ese loco maravilloso que es Cremata (Carlos Alberto (Tin) Cremata), amigo de tantos años y de tantos espectáculos, ni que Cremata iba a tener también un arrebato creativo e iba a salir corriendo para la sede de La Colmenita –compañía fundada por él hace 25 años- con la cabeza llena de ideas televisivas, y a mandarme un mensaje de Whatsaap, enloquecido, diciendo que aquel librito lo había “devuelto a la vida”, así me dijo, literalmente.

¡Imagínate!, Cremata y yo llevamos años “conspirando” con creaciones para niños. La pandemia ha impedido, por ejemplo, que La Colmenita estrenara dos obras mías en 2020: una obra de teatro en verso, La indignación de las mariposas (un musical) y una novela infanto-juvenil que amenaza con convertirse en película o serie televisiva, El extraño caso del niño al que acusaron de morder la luna. Así que esta sería una colaboración más. Lo que no imaginé nunca es lo rápido que sería todo. Cremata y Muma enloquecieron. ¡Y hasta el pequeño Lucas enloqueció! Qué cómico. El niño es un actor increíble, un actorazo en miniatura, es como si yo hubiera escrito los poemas para él, como cuando un guionista de Hollywood escribe un guion directamente para De Niro o Malcovich. Una delicia. Cuando lo veo actuar siempre me digo: ¡pero si ese es el Chamaquili que imaginé siempre! ¿Y el impacto entre los televidentes y en las redes? Ha sido felizmente abrumador. Increíble. Estamos desbordados de cariño y emociones.

-¿Qué utilidad o impacto real consideras puede tener este tipo de trabajo?

-Cuando uno escribe desde el corazón no está pensando en los “mensajes”, las “moralejas”, el “impacto”. Eso lo desvirtuaría todo. Se escribe desde la emoción, desde la honestidad estética y ética; sobre todo si se hace para niños. Lo contrario desemboca siempre en obras simplonas, teques edulcorados, “muelas bizcas” como dicen los jóvenes. A mí siempre me ha sorprendido la gran acogida que tienen los libros de Chamaquili no solo entre los niños, a mí y a Oliver, su “padre gráfico”. Pero también entre los padres y los maestros, e incluso entre los adolescentes. Es emocionante. ¿Sabes que algunos poemas de Chamaquili están publicados en los libros de texto de las escuelas de Puerto Rico? Libros de prescolar y de cuarto grado. Y muchos niños de España, de México, hasta de Estados Unidos han hecho suyos estos poemas, que ahora mismo están siendo traducidos al inglés y al italiano, así que imagínate. En fin, uno no sabe o no se propone crear impacto. Ocurre o no. Y cuando ocurre, alegra muchísimo. Este libro sobre la pandemia, concretamente, según me dicen los lectores, les llega como un chorro de aire fresco después de tantos meses de discurso adulto, serio, científico, incluso ríspido, algo deprimente.

-En dos ocasiones -2006 y 2007- recibiste el Premio Nacional de Literatura Infantil La Rosa Blanca por Buenos días, Chamaquili y ¡Chamaquili, Chamaquili!, respectivamente y luego llegó Chamaquili en el cuarto de baño. Al ver a un niño cubano encarnando a tu personaje -que saltó del papel al audiovisual-, ¿qué has sentido?

-Ha sido tan hermoso, tan emocionante. No puedo resumirlo. Cada video-poema que se hace me lo envían antes de emitirlo, a veces a las tres o cuatro de la mañana, hora de España, y yo lo veo cuatro o cinco veces seguidas antes de dormirme. Disfruto como un niño. Me encanta Lucas. ¡Y me encanta su hermanita como actriz secundaria! Me encanta el colorido, la sencillez, la naturalidad y el buen gusto de la realización. Siempre me da tristeza estar lejos de Cuba, pero cuando pasan estas cosas más. No estuve cuando gané el Casa de las Américas, ni tampoco he estado cuando Chamaquili (no yo) se ha ganado el mayor premio: el corazón y el amor de los cubanos.

-Se conoce que el arte del repentismo está en tu ADN: hoy, con 55 años de edad, ¿cómo evocas a tu padre?

-Mi padre era un aventurero, un guajiro aventurero, el típico “músico, poeta y loco”, un hombre que vivió a tope exactamente y solamente 55 años. Murió joven, lleno de vida y de versos, pero nos dejó –a mí, a mis hermanos, a mis hijos y sobrinos– una herencia invaluable, la décima, o más que la décima, la improvisación de décimas: una llave maestra que me ha abierto todas las puertas de la creación artística: la literatura, el teatro, el cine, la televisión, la música.

-¿Cuál es el misterio que puede tener la llamada poesía improvisada?, ¿con qué herramientas imprescindibles se tiene que asumir esta manera de crear?  

-No hay misterio: hay lenguaje. Hay una relación especial con el lenguaje. El improvisador mira la vida a través del idioma y eso le da una visión diferente, única. Para el repentista las palabras antes de tener significados tienen rimas o no tienen rimas; y las frases, todas, tiene música o no tienen música, pero no “música-musical”, sino música métrica. Vamos pescando rimas y octosílabos. Y eso lo cambia todo. Somos palabrófagos. Y cuando alguien come palabras, no importa el grado de formación que tenga, cuando alguien come palabras devuelve poesía. Decía el hispanista canadiense Paul Zumthor que un analfabeto, por ejemplo, tenía menos palabras que un letrado, pero en cambio estaba más cerca de ellas. Y esa cercanía entre hablante y habla lo cambia todo. Repito: no hay misterio, hay una relación de amor con el lenguaje que lo cambia y condiciona todo.

-En 1989 -¡hace ya 32 años!- obtuviste un Premio Nacional de Cuento en un concurso convocado aquí, en Cuba: de entonces a la fecha ha sido un alud de reconocimientos nacionales e internacionales tanto en cuento como en poesía, ¿cuáles consideras que han constituido puntos altos en tu camino como escritor?

-Cuento, poesía, novela, ensayo, teatro, guiones, literatura para niños y jóvenes… He hecho de todo y seguiré haciendo. ¿Puntos altos? No sé, muchos y a la vez ninguno. Podría decirte que los premios importantes (Alba de novela, en España, 1998; UNAM de novela, en México, 2013; Casa de las Américas, de literatura infantil, en Cuba, 2019; tantos premios de poesía, en España o el Premio de ensayo Margit Frenk, también en México, 2019); pero estaría engañando a todos, a ti, a mí, a los lectores. A mí lo que más me emocionan no son los premios, sino escribir, el mero hecho de escribir, y luego son los lectores, la reacción de los lectores con mis obras, esos libros que se han abierto paso solos y poco a poco, bastante al margen del mundillo literario. Yo he pagado un alto precio por ser repentista, y por eso siempre he sido un outsider. ¡Un repentista que escribe libros!, imagínate. Entonces, si me preguntas: los premios que más me han emocionado han sido el Premio del Lector en la Feria del Libro de La Habana, hace tres años, por El Gran Libro de Chamaquili; y el Premio Puertas de Espejo que otorga la Biblioteca Nacional José Martí, de Cuba, al libro más leído en la red de bibliotecas cubanas, por mi novela Prisionero del agua, en 2010. Son premios de lectura, los mejores. Otra cosa que disfruto es que me escriban desde muchos países del mundo jóvenes que ya no viven en Cuba y me confiesan que al dejar la Isla dejaron casi todo atrás, ¡menos su colección de Chamaquili! Eso sí es un premio. Bueno, y lo que está pasando ahora con Chamaquili y la pandemia, gracias al gran trabajo de La Colmenita. Creo que Jorge Oliver y yo, los padres de Chamaquili, no podemos estar más felices y agradecidos.

-Compartes tu vida entre Almería y La Habana, ¿cómo has llevado este tiempo de aislamiento en cuanto a lo personal y a lo laboral?

-Entre Andalucía y La Habana, concretamente, porque hace varios años vivo en Sevilla, aunque sigo teniendo parte de mi familia en Almería, mis hijos y una nieta. El confinamiento me encerró en Sevilla, primero y en Almería luego. Pero si soy sincero, no puedo quejarme. Mi vida en los últimos 25 años ha sido un sin parar, y hace tiempo que quería hacer “voto de movimiento”, del mismo modo que algunos religiosos hacen “voto de silencio”, y no hablan, yo quería hacer “voto de movimiento” y no viajar, para poder dedicarle tiempo a la escritura.

Y esta desgracia pandémica me hizo parar en seco. En 2020 tenía más de 20 viajes programados (a México, Argentina, República Checa, Italia, Portugal, Estados Unidos, Cuba… ¡hasta a China iba!), y me quedé en casa, entre mis libros, becado en mi teclado. Y lo he aprovechado al máximo: he terminado muchísimos libros que tenía a medias (novelas, libros de cuentos, poemarios) y he escrito muchísimos nuevos libros también en todos los géneros. En resumen, yo que he sido un resiliente natural toda mi vida, en la pandemia no iba a ser menos. Si la salud no me lo impide –el Covid sigue ahí afuera– voy aprovechar al máximo mi “voto de movimiento” obligatorio.

Yo tengo dos gritos de guerra muy graciosos: “de jodido pa’ lante, no hay más pueblo” (el himno de la resiliencia, una frase muy cubana) y una de bravuconería existencial: “que pare el que tenga frenos”. Y ya ves: me he colado en la televisión cubana sin pisar el aeropuerto ni el ICRT. (Publicada en el sitio del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau).

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Estrella Díaz
Durante veinte años trabajó en la emisora internacional “Radio Habana Cuba” y es fundadora de Habana Radio, adscripta a la Oficina del Historiador. Es autora de varios libros relacionados con el mundo de la Artes Plásticas.

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