LAS CARABINAS DE POCHO

Chispazos de la memoria

Hace unos cuantos años, cuando el Instituto Cubano del Libro me comunicó su interés en realizar una edición de El libro en Cuba que abarcara en todo o en parte el siglo XX, me dije que ya era hora de poner manos a la obra, aunque sólo fuera para ir encaminando el proyecto. Inaugurado ya el nuevo milenio, el subtítulo de la primera edición (Siglos XVIII y XIX) la hacía aparecer como una pieza arqueológica. El lapso de dos siglos que abarcaría la nueva edición (1722-1922) respondería a la lógica no sólo de las simetrías sino también de la continuidad y la ruptura: esas dos fechas —un poco arbitraria la última, lo reconozco— señalarían el principio y el fin del precario y accidentado período que pudiéramos llamar etapas prehistórica y de gestación del movimiento editorial cubano.

Pero aquella edición no sólo se distinguiría de la anterior por su alcance sino también por los cambios hechos al texto, el más importante de los cuales estaría dictado por la necesidad de rectificar los datos concernientes a la primera obra impresa en el país, que ya no era la famosa Tarifa general de precios de medicinas —aunque el impresor siguiera siendo el mismo, el flamenco Carlos Habré—, sino un breviario dedicado a San Agustín.  Para proseguir el trabajo de ampliación contaba con dos textos que yo mismo había publicado en 2004 y 2009, respectivamente, en la Revista Bimestre Cubana: uno, sobre el movimiento editorial cubano del siglo XX anterior a 1959, y el otro, sobre la posible circulación interna de libros y folletos extranjeros en la época colonial. Pero no se trataba de adaptar al primer cuarto del siglo XX el esquema de temáticas y contextos aplicado a los anteriores, ni de ofrecer un panorama detallado de impresores y editores partiendo de las fuentes documentales y bibliográficas disponibles, lo que  hubiera exigido, por lo pronto, un trabajo de equipo. Ahora sólo me proponía dar una idea de las características de la producción editorial y del volumen aproximado de sus destinatarios reales o posibles en los primeros veinte años de república.[1] En eso estaba cuando entró subrepticiamente en mi memoria un personaje a quien conocí hace un montón de años en circunstancias que paso a contar.

A mediados de 1962, la Editorial del Ministerio de Educación, en la que trabajábamos Edmundo Desnoes y yo desde 1960 —bajo la dirección de Herminio Almendros, primero, y de Raúl Gutiérrez, después—, se había trasladado para el quinto piso del Edificio Masónico, en Carlos III y Belascoaín. A menudo, después de almorzar —como siempre, en una fonda de chinos que estaba a pocas cuadras— dábamos una vueltecita por alguna librería de viejo (había una allí mismo, en Belascoaín, la de Gelado, y otra también muy fecuentada, en Reina, la de Canelo). Un día Edmundo me propuso que pasáramos por el apartamento de un tío suyo a echar un vistazo, pues el viejo —que vivía a sólo unas cuadras, en un edificio de Belascoaín y Zanja— tenía millones de libros y se estaba deshaciendo de ellos. Cuando llegamos, él mismo nos abrió la puerta, murmuró distraídamente un saludo —era obvio que nos esperaba—, nos indicó con un gesto que pasáramos y acto seguido se perdió en las habitaciones del fondo mientras nosotros nos lanzábamos impacientes sobre los estantes de la atestada biblioteca. Supuse que predominarían en ella los temas relacionados con el comercio y las finanzas —Edmundo me había dicho que el tío era especialista en cuestiones de mercado azucarero—, pero había de todo, en particular libros cubanos o sobre Cuba, muchos de ellos en inglés (recuerdo haber cogido —arrancado del estante, debiera decir— In Cuba with Shafter, de Miles, y Liberty.The Story of Cuba, de Horatio Rubens, que en su momento me fueron muy útiles). Después de hurgar aquí y allá, deteniéndonos apenas en los lomos —no disponíamos de mucho tiempo— Edmundo llamó al viejo, que echó una rápida ojeada a los volúmenes escogidos, se inclinó sobre el escritorio cercano, abrió una gaveta y nos alargó sendos ejemplares de un libro de su autoría, que más parecía un modesto folleto, sobre Miguel Jerónimo Gutiérrez. Era su aporte personal al obsequio. Y hasta aquí los chispazos.

Con el tiempo me enteré de varias cosas: que Gutiérrez era un poeta y patriota villareño; que la primera edición de aquel libro, de 1912, había sido duramente criticada por García Garófalo en Cuba y América, pero favorablemente comentada por Sanguily en Cuba Contemporánea, y que el tío en cuestión era nada menos que Luis Marino Pérez,[2] uno de nuestros primeros y más notables bibliógrafos, autor de Apuntes de libros y folletos impresos en España y en el extranjero que tratan expresamente de Cuba… (1907) y de Bibliografía de la Revolución de Yara y Estudio sobre las ideas políticas de José Antonio Saco, ambos de 1908. Cuando lo conocí aquella tarde, sin saber a ciencia cierta quién era, ni de dónde provenía su afición por los libros, tenía ochenta años. Yo aún no había cumplido los treinta y mi ignorancia bibliográfica era tan grande como su sabiduría. Sirva esta fugaz evocación como un sencillo homenaje a su memoria.

(Publicada en el Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau/ Ilustración: Ary Vincench).

Notas:

[1] Un esquema tal vez monótono, pero que pudiera ser útil en los estudios sociológicos de la bibliografía cubana.

[2] Hermano del padre de Edmundo. A propósito: el linaje paterno se esfumó cuando el joven aspirante a escritor Juan Edmundo Pérez Desnoes intentó colaborar en Orígenes y Lezama le sugirió que se olvidara de aquel “Juan Pérez”, que se identificara literariamente con su segundo nombre y con el apellido materno.

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Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet (Veguitas de Bayamo, 1932), ensayista, crítico literario y editor. El autor de Cine, literatura y sociedad (1982); Alea, una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Carpentier o la ética de la escritura (2006); Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009). También de los guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Es miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).

One thought on “Chispazos de la memoria

  1. Muy interesante. Todo por el bien de nuestra cultura. Hay que seguir incentivando el gusto por la lectura y la visita a las bibliotecas y librerías como mi generación.

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