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Vanguardia: Genuino y legítimo 58 cumpleaños

Por Mercedes Rodríguez García

En mi memoria apenas lo ha desdibujado el tiempo, aunque recodos tiene ya unos cuantos.

Sí. Recodos magníficos a los que voy de vez en cuando a escanear los agostos que han pasado desde aquel ruidoso y entintado parto de Vanguardia, sin descorche de cidras, ni champanes, ni toques de campanas, ni sirenas, ni bengalas, y sí mucho calor y luna clara, y aquel unísono y sudado «¡al fin, carajo!», que dicen dieron Ñico, el Rubio, Esteban, Moure, o el Chino, porque de entonces ninguno de los fundadores queda para precisarlo.

No. No andaba yo por todo aquello. Todavía jugaba a las casitas y me llevaban a patinar al parque, siempre cuajado de gente y de totíes. Llegué bastante luego, por casualidad, digamos. Pensando que aún podía retomar la Medicina recién abandonada, o derivar al cuento y al verso tallereado. Aunque escritora ¡no! y periodista ¡sí!, o escritora ¡sí! y periodista ¡no!, antinomia irracional y estricta cuando el dogma primaba por sobre la vida misma y no existía nada más cierto que lo gris y lo práctico.

Y vuelvo al tiempo. El tiempo que fue aquel, de Vanguardia, escuela y magisterio —todavía lo es—. El tiempo exigente y despiadado, carente de condescendencias y ternuras mínimas, el del lápiz bicolor de Ciriano y Roberto —siempre Roberto— echándote en caras de cuartillas que no sabes nada y hay que cambiarlo todo porque «esa no es la idea», o porque faltan datos o sobran adjetivos, porque el «trabajo» carece de coherencia y los párrafos «se estiran como chicle», distantes sujeto y predicado, copiosos de incidentales, «demasiado pomposos…».

No. No piensen que es nostalgia ¿despechada?, ni estoica valentía. Desgracias y dificultades he pasado; errores, cometido; regaños, recibidos. Otras veces lo he escrito, o confesado.

¡Ah! Vanguardia

¿Cuántos años dije? ¿Cuántos directores? ¿Cuántos logotipos? ¿Cuántos colegas de viaje permanente? ¿Cuántos arribos nuevos? ¿Cuántos premios y condecoraciones? ¿Cuántos días del periodista y jornadas de la prensa? ¿Cuántos seminarios, diplomados y talleres? ¿Cuántos sucesos reflejados? ¿Cuánta historia contada? ¿Cuántas polémicas libradas?

¿Avatares?, por decenas, signados siempre por las circunstancias, trepidante por consumar su misión informativa y orientadora.

Que si vertical, que si apaisado, que si tabloide, que si diario, que si dos veces por semana. Con sus legítimos nacidos e infortunadamente desparecidos suplementos Huella, Santaclareño, Arimao; ocasionales boletines de zafra, efemérides, aniversarios fundacionales… y el primogénito Melaíto, con Roland, Panchito, Celia, Linares, Martirena, y Pedro Méndez, un coctel realmente explosivo.

Y ya que escribo, amigos, permítanme este pequeñísimo homenaje —por apellidos y sin orden de desaparición—, a los colegas periodistas que se fueron marchando poco a poco, desde que me anclé a puerto Vanguardia, en septiembre de 1973:

Contreras, Bermúdez, Mederos, Pérez Gómez, Jesús Hernández, Mirta Azalia, Vega Díaz, Ruano, Mike, Allende, Otto, Vizcaíno, Roberto, Sacerio, Guido, Pepe, Jorge… Aprendí de todos, y aún lo hago de mis alumnos, de los lectores, de los vecinos, de la familia, mis jueces más severos. (El aprendizaje nunca termina y es infinito mientras vivamos).

Y ¡sí que me queda mucho por ver y por hacer! en este queridísimo periódico que, en sus soportes de papel y web, convierte cada día en desafío, a favor de un producto comunicativo acorde con las transformaciones, alternativas y exigencias de la sociedad cubana, en este tan crucial aniversario 58 de Vanguardia.

Extenso sería un recorrido a los orígenes, un trayecto de ida y vuelta por el laberinto de las palabras a través de su existencia, ahora colorida, pero antes —en despunte nacional— computarizada. Una cuerda locura Díaz-Canel y Peña, que nos mantuvo en vilo por tres días, dando tumbos entre el joven club de la Tenería, la Universidad Central, Planta Mecánica, la imprenta del Partido, y ¡al fin! el poligráfico, obligado a echar a andar el elefantico dormido de la impresión offset en rotativa.

Descarto pues el viaje a la semilla y me afianzo en los frutos, que ahora crecen, inexpertos aún, pero bien preparados, cultos y animosos, en desproporcionada interrelación generacional a lo vintage.

Lo bueno, lo mejor, lo excepcional, es que Vanguardia no representa —como se dice— la edad que tiene, sin padecer siquiera de frunces, presbicia, alopecia, canicie, cardiopatía, distensiones y adiposidades. Y es así porque —no sin algunos rasponazos— ha sabido innovar, cambiar, proyectar, aprovechando siempre los recursos que brindan las no ya tan nuevas tecnologías, lo cual le ha permitido desarrollar en su plataforma digital proyectos exitosos, encabezados por quienes son hoy —en su época—, como de cierta manera fuimos ayer, en la nuestra.

En otras palabras: Vanguardia ha sabido mantener su esencia, principios y razones desde que viniera al mundo bajo los metálicos y fragosos engranajes de una terca rotativa, ungido de aceites y chamusquina, el día 9 del más caluroso de los meses de 1962.

Y ¡sí! No siento ni penas ni nostalgias, que nunca me he dejado arrastrar por las morriñas ni permitido que me arrebaten la alegría, esa que define en versos Benedetti como un principio, un destino, una certeza, un derecho.

La edad, no importa. Los de la media rueda en adelante también tienen su encanto… ¡y elegancia!, si la saben llevar.

Dichoso mi periódico de haber reunido en colectivo a tanta gente buena, humanos y profesionales, atados por corazones, pasiones e ideales.

Celebremos, pues, con orgullo y alegría, tan genuino y legítimo 58 cumpleaños.

Imagen destacada: Ramón Barreras Valdés

(Tomado de Vanguardia)

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