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Una cobertura excepcional en Washington D.C.

Antes que se me olvide…

 Las cajas eran de color verde…

El día 1º de septiembre de 1977, con el presidente James Carter en la Casa Blanca, tuvieron lugar las aperturas simultáneas de las Secciones de Intereses de Cuba en Washington y de los Estados Unidos de América en La Habana. Se decidió enviar un equipo del NTV, —encabezado por este servidor—, a cubrir la ceremonia del lado de allá. Hace más de 40 años; ni pensar entonces en transmisión satelital, ni vía Skype ni Whatsapp. No existían.

Para filmar este evento extraordinario me asignaron al camarógrafo Tomás Olivero Estrada —Premio Nacional de Periodismo José Martí en 2019 por la obra de la vida— y al entonces técnico de videotape Danylo Sirio López, quien treinta años después ocuparía la Presidencia del ICRT. Me sentía seguro por la demostrada profesionalidad de ambos en sus respectivas especialidades. Prensa Latina tenía acreditado a su corresponsal Ángel Pino, ya fallecido. Seríamos los únicos periodistas cubanos en aquella cobertura.

Del desarrollo de esta misión periodística hay varias anécdotas, dignas de ser recordadas. Era una época en que se imponían los adelantos de orden tecnológico en nuestra televisión, por lo que —sin abandonar la película para las coberturas noticiosas y filmaciones en general— comenzábamos a utilizar las primeras cámaras de videotape con soporte U-matic, el primer casete de vídeo profesional que se desarrolló y comercializó en el mundo.

De entrada, Tomasito tendría que trabajar con dos soportes totalmente distintos y llevar dos cámaras; una Bolex Paillard, para película silente de 16mm, y una Sony, con la grabadora de vídeo y un regulador de tracking aparte. Era un dolor de cabeza, pero la tecnología de video existente en esa época no permitía otra cosa.

Las cámaras de película del NTV eran, en su mayoría, heredadas de los canales televisivos anteriores al triunfo de la Revolución, poco después nacionalizados. Las cámaras Bolex eran de fabricación suiza y se destacaban por su versátil y confiable mecanismo de cuerda, su poco peso y la calidad de su óptica. La que llevaba Tomás era un modelo algo antiguo, pero estaba equipada con un buen lente zoom Angenieux.

La cámara Sony, por su parte, era una de las primeras con que el NTV debutaba en el nuevo soporte de vídeo. Trabajar con videotape y película, en la misma cobertura, añadía una complicación poco usual al camarógrafo y una gran cantidad de equipos y materiales a transportar. Aquello parecía un circo, pero teníamos que cargarlo entre Tomasito, Danylo y yo, hasta que llegáramos a aquellos aeropuertos donde suelen sobrar los extremadamente serviciales maleteros… en busca de sus proporcionales propinas.

Entonces, ya el bloqueo yanqui cumplía dieciséis años: ni pensar en un vuelo directo de La Habana a Washington D.C. Primero volamos a la Ciudad de Panamá el día 27 de agosto, donde estuvimos hasta el mediodía del 29, en tránsito hacia Nueva York. Allí pasaríamos unas diez horas de noche, antes de seguir viaje al Distrito de Columbia.

Para pernoctar en Nueva York teníamos reservadas tres habitaciones sencillas en el hotel Shelburne, el mismo donde ya me había hospedado cinco años antes, durante los tres meses de cobertura de la XXVII Asamblea General de la ONU, en 1972. De modo que decidimos aprovechar nuestra breve estancia nocturna en la llamada “Gran Manzana…”, y jugar a los turistas.

El haber residido parte de mi adolescencia en Manhattan me permitió servirles de guía a mis colegas. Los monté en el tren subterráneo hacia el downtown, para que conocieran por lo menos un par de lugares emblemáticos de Nueva York, como el Times Square y la concurrida e iluminada avenida Broadway, con sus decenas de teatros y cines.

No es lo mismo ver los teatros de Broadway por fuera que pagar las entradas y ver las obras. Pero no disponíamos de tiempo para dedicarnos en serio al turismo cultural y nuestras prioridades eran otras. Por segunda vez en la vida pasaba por Broadway sin detenerme a disfrutar de la publicitada puesta de “Jesucristo Supestrella”. Debía asegurar un “de pie” bien temprano, con el inconveniente de que estábamos en habitaciones separadas y en distintos pisos del Shelburne.

Como jefe del grupo y por la importancia de nuestra misión, conocedor de los avatares del tránsito en Nueva York y la lejanía del Aeropuerto Kennedy, me propuse no dormir en toda la noche y pasármela viendo películas en el televisor.

A las 6 am ya estábamos listos en el vestíbulo del Shelburne e intercambiaba un saludo con el portero —ya presto a llamar un taxi, silbato en mano—, pero logré detenerlo a tiempo. No tuvimos que esperar mucho por la furgoneta de la Misión de Cuba en la ONU, donde habíamos dejado nuestros equipos y equipajes a buen recaudo. El portero, siempre obtuvo su propina… por el esfuerzo en abrirnos la puerta del hotel.

Ya era de día cuando llegamos al Aeropuerto Kennedy. Chequeamos los pasajes y muy pronto nos encontramos volando hacia Washington D.C. en otro aparato de la hace mucho tiempo desaparecida aerolínea Braniff. Tomasito prefirió dormir todo el tiempo; Danylo finjía dormir, pero sé que nunca le han gustado los aviones. Pegado a la ventanilla, yo trataba de adivinar entre las nubes la carretera US-1, la misma que había recorrido junto a mis padres en el carro familiar, desde Nueva York hasta Cayo Hueso, durante el viaje de regreso a Cuba en julio de 1959.

Todo estuvo bien hasta que llegamos al Aeropuerto Washington-Dulles. Allí nos esperaba un diplomático de la embajada de la antigua República Socialista de Checoslovaquia, país que entonces representaba los intereses de Cuba en los Estados Unidos de América, tras la ruptura de relaciones en 1961.

Cuando recuperamos nuestros equipajes personales y pesados embalajes con los equipos de filmación, nos percatamos de que los candados de estos últimos habían sido forzados y abiertos. De inmediato, Tomasito y Danylo revisaron todo hasta comprobar que no faltaba nada. Todos los equipos estaban allí y a nadie parecía preocuparle nuestra llegada ni nuestra procedencia. Si lo hacían, lo disimulaban bastante bien.

Y no era para menos. Fue entonces que me percaté de un detalle hasta ese momento inadvertido. La caja de madera donde se embalaron los trípodes, las latas de película, los casetes de videotape y la mayor parte de los accesorios era, originalmente…, una caja de fusiles. Otros accesorios y cables venían en una caja más pequeña… de municiones.

Ambas cajas venían identificadas con letreros de papel que yo mismo pinté en inglés de FRAGILE, HANDLE WITH CARE y TV EQUIPMENT. Pero, visibles encima del color verde-camuflaje, había letreros en inconfundibles caracteres rusos.

Ya instalados en una de las 350 confortables habitaciones del hotel International Inn,con vista a la rotonda del Thomas Circle y a su amplia piscina de agua climatizada, donde nunca nos bañamos-, reflexioné con Tomasito y Danylo: —“¿A quién se le ocurrió la genial idea de utilizar cajas originales de armamentos soviéticos para embalar los equipos y viajar tranquilamente a los Estados Unidos…?”

La pregunta se quedó flotando en el aire. Ninguno de nosotros tenía una respuesta. En realidad, la premura con que se hizo todo antes de viajar no dio tiempo a pensar siquiera en pintar aquellas cajas de un color menos sugerente que el verde-camuflaje. Son cosas del patio.

La prioridad era garantizar la filmación de un evento muy importante en la historia de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos de América. Por la tarde debíamos filmar con tranquilidad la sede de la antigua embajada cubana en Washington, que pasaría a alojar la Sección de Intereses de Cuba.

Cansado y hambriento, me mantenía despierto la certeza de encontrarnos ante una de las coberturas más importantes de nuestra vida profesional. Era mediodía y visitaríamos la locación por la tarde. De modo que conduje mi tropa por la Avenida Vermont hacia arriba, hasta el restaurante chino más próximo. Entre raciones de Chop suey y Arroz frito estilo cantonés recordaba la anécdota de nuestras cajas verdes que, por suerte, no tuvo mayor trascendencia.

Pero esa misma tarde pasamos otro susto. Mientras Danylo y yo departíamos con los diplomáticos cubanos en la sede de la Sección de Intereses de Cuba, actual Embajada, Tomasito filmaba con la Bolex los exteriores del inmueble. Un policía se le acercó apuntándole a la cabeza con su Magnum. Tomás nunca ha dicho una palabra en inglés, por lo que, sin perder la compostura, se identificó en español con el pasaporte en una mano y la cámara en la otra. Por fortuna, hubo un detalle providencial, el policía era de origen puertorriqueño y asimiló sin dificultad la aclaración.

Creo que fue suficiente para nuestro primer día de estancia en Washington, pero realmente estábamos empezando.

La noticia en titulares

Temprano en la mañana del día 1º de septiembre de 1977 fuimos directamente a la sede de la Embajada de la R. S. de Checoslovaquia, donde tendría lugar la ceremonia de apertura de la Sección de Intereses de Cuba en Washington.

Ante el enrejado que rodeaba el edificio de la sede diplomática se aglomeraban numerosos periodistas, camarógrafos y fotógrafos, todos con sus cámaras y trípodes al hombro, en espera de que les permitieran entrar. Tuvimos que abrirnos paso a fuerza de “excuse me, please…”, para que nos identificaran desde adentro y nos abrieran la verja. Tal vez nuestro aspecto contribuyó, pues de no haber sido por las cámaras y trípodes que cargábamos, bien pudieron confundirnos con miembros del Cuerpo Diplomático acreditado en Washington.

Superadas las molestias, logramos instalarnos en el centro del salón donde tendría lugar la ceremonia. Nadie podía decir que nos colamos. En un final, éramos los enviados especiales de “the Cuban Press”. Cuando por fin abrieron la verja, una bien organizada estampida de “the American Press” se precipitó hacia dentro del salón; pero ya nosotros estábamos emplazados en primera fila.

Mientras Tomasito y Danylo ajustaban “el blanco” de la cámara Sony, yo tomaba notas en mí libreta. Estábamos prácticamente rodeados de cámaras, de todas las marcas y tamaños…, enfocadas hacia nosotros. Recogían para sus respectivos medios “el hecho noticioso y trascendental” que, en algunos casos, igualó la apertura misma de la Sección de Intereses: la extraordinaria presencia de periodistas de la Televisión Cubana en Washington D.C. Tomasito alternaba la cámara Sony y la Bolex, lo que atrajo más aún la atención de los colegas yanquis, sorprendidos ante el sentido de la racionalidad que derrochábamos los cubanos.

Satisfecha la inquietud de los periodistas locales por nuestra presencia en los Estados Unidos, pudimos prestar toda nuestra atención al hecho fundamental: los discursos del embajador checoslovaco; del subsecretario de Estado, P. Habib y del jefe de la Sección de Intereses de Cuba, Ramón Sánchez Parodi. Concluida la ceremonia, filmamos momentos del brindis y obtuvimos breves declaraciones del entonces Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos, Terence Todman y del senador demócrata George McGovern, quien también fuera candidato a la presidencia en las elecciones de 1972 y que visitó a Cuba en una ocasión.

En los E.U.A. existen cuatro husos horarios. Esa tarde-noche los noticieros de televisión de costa a costa, destacaron en titulares: “Después de dieciséis años sin relaciones, tres periodistas cubanos viajaron a Washington para reportar la apertura de una Sección de Intereses de Cuba en los Estados Unidos…”; allí aparecíamos en pantalla Tomás, con el ojo pegado al visor de su cámara, Danylo, con los audífonos y yo, con mi libreta tomando notas. ¡Periodistas cubanos en el D.C…!; ¡quién se lo iba a imaginar…!

En la tarde se me fue enviando mi información vía telex a la Dirección Informativa y organizando el material filmado. Se nos terminaba el jueves y teníamos pasajes para volar a Panamá, al día siguiente, vía Nueva Orleans. Después de comer en el mismo restaurante chino, decidimos caminar un poco por la Avenida Massachusetts, que quedaba a un lado del hotel, siempre enfundados en nuestros más respetables atuendos. Serían alrededor de las 9pm. No se veía un alma en la calle y el tránsito de vehículos era escaso.

No habíamos caminado dos cuadras cuando de un callejón oscuro, entre dos edificios, salieron tres mujeres que se nos acercaron insinuantes: “What´s the rush, sugar daddies…?” (“¿Qué apuro llevan, papitos…?”). Ni corto ni perezoso, Tomás se adelantó a hablarles, aun cuando él jamás ha hablado una palabra en inglés. Comenzamos a recelar de todo aquello… y no estábamos errados. A los pocos segundos salieron del callejón tres individuos con un aspecto y una actitud nada amigables. El hold-up era inminente.

Pero, como si hubiera estado escrito en el guion de una película, aparecieron  dos policías de uniforme gris y sendos toletes de madera en las manos, que ambos hicieron sonar a la vez contra la acera. Un sonido inconfundible rompió el silencio de la noche…, un sonido que no escuchaba desde los años de la tiranía de Batista.

Fue suficiente. Los tres hombres y las tres mujeres cambiaron su actitud; los policías los hicieron poner las manos en alto y contra la pared para cachearlos, al tiempo que nos preguntaban qué hacíamos nosotros caminando por allí a aquellas horas. Les expliqué que dábamos un paseo para conocer la ciudad, ya que éramos periodistas cubanos atendiendo un asunto concerniente al Departamento de Estado…, cosa que no era mentira. Los policías nos indicaron que no volviéramos a pasear a esas horas por las calles de Washington. Agradecí su amable sugerencia y nos dimos vuelta directamente al hotel. Nada bueno hubiera pasado si no aparecen aquellos “providenciales” agentes del WMPD.

El viernes día 2 de septiembre, el vehículo de la Sección de Intereses llegó a recogernos a la hora convenida para llevarnos al aeropuerto. Pero el compañero que lo conducía no estaba ducho en la complejidad de las carreteras y conexiones de Washington. Tomó por una vía equivocada y cuando logramos llegar al aeropuerto el vuelo a Nueva Orleans había partido. Allí mismo intenté buscar alguna combinación que nos permitiera llegar a Panamá cuanto antes.

Pero las conexiones posibles no me daban un mínimo de seguridad: nada menos que Port-au-Prince, con conexión no inmediata y sin visas de tránsito. Ni pensar en hacer escala en Haití con aquel circo a cuestas y las famosas cajas verde-camuflaje. Agotadas todas las posibilidades con la paciente y amable agente de Braniff, tuve que reservar para el lunes 5 de septiembre, en un vuelo directo a la Ciudad de Panamá.

Cumplida la misión principal de nuestra visita, emplearíamos bien aquellos tres días en el D.C. Así pudimos filmar algunos lugares emblemáticos, tales como el Capitolio, el Memorial Lincoln, el Monumento a Washington, la Universidad de Georgetown… y tal vez encontrar un restaurante español, pues hasta el mejor Chop suey del mundo llegaba a aburrirnos. Y lo logramos; una noche, para variar, nos suscribimos a la paella y al solomillo en un restaurante de ambiente flamenco, a donde nos acompañó Angel Pino, el colega corresponsal que años después sería vicepresidente de la Agencia Prensa Latina.

La dualidad de las cámaras trajo aparejada otra anécdota. Cuando Tomasito filmaba con película los exteriores de la sede del Congreso de los Estados Unidos, un “señor”, acompañado por “su esposa”, se nos acercó intrigado por la cámara Bolex. La miraba con actitud de “buen conocedor” y hasta le pidió a Tomás sostenerla en sus manos y observarla de cerca. Admiró el lente Zoom, un Angenieux de 120mm, y sólo le faltó pedirnos un precio justo para comprarla. Le expliqué que encontrábamos en aquella cámara exactamente las mismas cualidades causantes de su admiración. Cuando le dije que éramos periodistas cubanos atendiendo un asunto concerniente al Departamento de Estado…, cosa que no era mentira…, se despidió con toda cortesía.

El día 10 por la tarde volamos por fin a Panamá. Fueron en total trece días fuera de Cuba, cargados de emotivas incidencias y hasta de sustos, pero siempre sacando las mejores enseñanzas de las experiencias vividas. Sobre todo, para escoger mejor las cajas de embalaje de los equipos y estudiar minuciosamente las redes de carreteras de los lugares visitados.

Volví a recordarlo todo el miércoles 30 de abril de 2020, a propósito del ataque contra la actual sede de la Embajada de Cuba en Washington por un individuo armado con un fusil de asalto, clara muestra de la clase de relaciones que prefiere la actual administración y del que guarda cómplice silencio.

Al final, aunque hayan pasado más de 40 años, son cosas que vale la pena recordar y compartir… antes que se me olvide.

Habana del Este, 1 mayo 2020.

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