FIEL DEL LENGUAJE

Fiel del lenguaje / 24 “Inundaciones sin sal y sin tildes”

En su primera entrega esta columna apuntó claramente algo tan indeseable e ineludible como la falibilidad humana, empezando por la del columnista. Pero ese escollo, lejos de justificar errores, es razón para luchar contra ellos. Como ciudadano sintió Germán Piniella Sardiñas alegría —y lo expresó en su página de Facebook— por un reportaje televisual sobre plantas desalinizadoras que se construyen para revertir el déficit de agua en el país. Pero al escritor y hombre instruido lo alarmó un dato que, de no ser por la seriedad con que se dio la noticia, parecería un chiste: “Según el reportero”, testimonia Piniella, “en tres provincias se construirá ‘una [planta] per cápita’”, lo cual permite predecir “que les va a sobrar agua para dar a las provincias vecinas. ¡Una ‘per cápita’!” Ni más ni menos que una planta por persona.

Tanto valor ha tenido desde la antigüedad el ganado, que la palabra latina res, como nombre del individuo animal, devino raíz de realidad. De ello proviene la expresión in medias res, pronunciable —por su origen— in midias res, y que no significa ni en media vaca ni en medio toro: suele usarse con acepciones como en medio o a la mitad de una historia o un asunto referido a una realidad determinada. Y capitǐa —vocablo al que le pone esa tilde el Diccionario de la Real Academia Española para representar su pronunciación— pasó del latín al español como cabeza, y le dio origen a capital, que, por el valor asociable a las cabezas de ganado, daría nombre al caudal económico.

Así capital pasó a sintagmas como ciudad capital (o cabecera), asunto capital, pecados capitales, pena capital —porque le cuesta la cabeza al reo— y otros similares. Con la expresión per cápita (por cabeza) se indica lo que, en virtud de la distribución establecida, le corresponde a cada individuo. Como una noticia mal dada —mal escrita, mal dicha, o ambos desaguisados a la vez, y a saber si marcada en este caso por la cultura de la libreta de racionamiento— obliga a imaginar, o a no enterarse, en lo relativo a las plantas desalinizadoras cabe deducir que se haría una para cada una de las tres provincias aludidas. Bastaba también, pues, decir que se construirían sendas plantas para esas provincias, porque el adjetivo —plural— sendas (o sendos) significa eso: uno (o una) para cada cual, aunque no se sabe por qué se ha llegado a creer que significa enormes o —también en singular— enorme, errónea acepción con que lo usan incluso personas poseedoras de títulos que las avalan como instruidas.

Con la alarmada observación de Piniella, el articulista recibió otra del antropólogo y filólogo Rodrigo Espina Prieto, quien, interesado asimismo en el buen uso del idioma, le trasmitió su preocupación por algo sucedido en una clase de español televisada en estos días para todo el país. En el cartel con que se graficó la explicación sobre los pronombres personales y él, estos aparecieron sin la debida tilde. Así fueron convertidos, respectivamente, en el adjetivo posesivo tu —mal clasificado además, al igual que mi y su, según el cartel, como pronombre— y en el artículo el. Errores como esos, que pueden generar en el alumnado confusiones harto indeseables, y no vale disculparlos con las prisas de la televisión, pues los carteles llegan hechos al estudio y las clases son responsabilidad de los profesionales que las imparten.

Las anécdotas contadas no hablan precisamente de pleno rigor consumado en la enseñanza y en la difusión de contenidos por medios tan influyentes como la escuela y la televisión. Ambos le cuestan muy caro al país en términos económicos, y forman o deforman, según se manejen con pericia o sin ella, en dependencia del esmero y la preparación —avalada en la práctica, no por títulos— de quienes se desempeñan en ellos. Y esa labor concierne de manera relevante a quienes deben velar por la calidad de los resultados. No se ha de ver en calma ninguna mengua en frentes que honran a la Cuba revolucionaria, señaladamente la educación y cuanto con ella se vincula.

Pero también sobre la enseñanza del lenguaje y el uso de este en medios de comunicación masiva parece operar escasez o carencia de percepción de riesgo, a juzgar por los errores que se cometen. Lo relativo a la clase de español televisada le ha hecho al articulista recordar que, en el aula de primaria de una de sus hijas, quien tenía la misión de enseñar escribió con jota, en la pizarra, la palabra jitano, y sostuvo que esa era la escritura correcta cuando, desde el alumnado, alguien le señaló el error.

Es una dicha que en las aulas haya —mucho mejor cuantas más numerosas sean— mentes inquietas, ávidas de saber, a las cuales no se ha de culpar si ponen en aprieto a quienes carezcan de preparación y conocimientos para enseñarles. Una de las mentes de aquella aula señaló la mochila marca Gitano que estaba sobre una mesa, y dijo: “Mire, mire cómo se escribe”, pero otra vez quien incumplía la tarea de enseñar bien impuso su falta de autoridad y decretó: “En la mochila se escribe así porque es una marca comercial, pero es con jota”. Sí, con esa letra comienzan muchas palabras —como juego y jerigonza, y otras—, pero no gitano.

Sobre dicha falta de percepción se ha referido el articulista no únicamente en esta columna. Pero lo peor es que, si tal percepción existe —posibilidad que él no niega—, no parece darse en la medida necesaria como para que se tomen cartas en el asunto y se logren las metas deseadas. La falta de cuidado puede acabar dañando los contenidos más allá del idioma, sobre todo si hay quienes piensen que lo único importante es impedir que circulen expresiones de dudosa corrección política o ideológica.

Habría que ver integralmente la salud de caminos y valores estéticos promovidos que también atañen al pensamiento, a la concepción del mundo y de la vida, a las relaciones de la polis. Lo ideológico no se expresa únicamente en lo que de modo más palmario tiene ese carácter. En la Universidad de La Habana, un brillante profesor de materias literarias y estéticas, eminente ensayista y poeta, solía decir algo que se debe tener en cuenta: “No cumple bien su cometido un congreso dedicado a la emancipación de la mujer, si en su ‘gala cultural’ una bolerista canta llena de felicidad: ‘Yo quiero ser el juguete de todas tus ilusiones’”.

Si de cultura y pensamiento se trata, si se busca trasmitir ideas y enseñanzas que sirvan para la vida plena que el país quiere y debe fomentar —y cuyo alcance no ha de confiarse a la espontaneidad desprevenida ni a la precariedad profesional—, no cabe menospreciar ningún detalle, por mínimo que parezca. Ni una coma, que se sabe, y habrá que volver sobre ello, cuánto puede valer.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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