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“Soy un simple caricaturista”

Unas pocas preguntas fueron suficientes para que comenzara a hablar casi sin pausa. Así fluyó este “diálogo” con Blanquito, en junio de 2019, en su casa de Luyanó, cuyo sentido fundamental fue la realización de un audiovisual dirigido por Roberto Chile y que engrosa la serie Glorias del Periodismo Cubano, dedicada a los Premios José Martí, producida por la Unión de Periodistas de Cuba.

Me llamo Francisco Pascasio Blanco Ávila. Nací el 28 de noviembre del año 1930 en el barrio de 10 de Octubre, en Luyanó. Mi madre tuvo un parto muy malo: pesé nueve libras, según dice mi hermana, porque yo no me acuerdo. Ahora voy a cumplir ochenta y nueve, junto con los quinientos de La Habana. Aspiro, por lo menos, a llegar a los noventa.

De niño lo que más me entretenía era el juego. Fui muy mataperros, me gustaban el taco, la quimbumbia, la pelota, todas esas cosas que se jugaban en el medio de la calle. Cuando eso las calles en Luyanó eran de tierra. Pero cuando llovía, y hacía días malos, me ponía a dibujar historietas en el piso. Primero copiaba de Superman, y luego empecé a hacer historietas por mi cuenta, a inventar un Superman mío.

Mi padre era asturiano, izquierdista, del Partido Socialista Popular. Era carrero de una marca de cigarros y cobraba según lo que vendía. Hizo algún dinerito, compró un terrenito y ayudó mucho a España. Mi familia por parte de madre no era comunista. En la casa no se podía hablar de política. Fuera, sí. Mi padre murió el 31 de diciembre de 1944, cinco meses antes de terminar la guerra. Ya estábamos en esta casa donde vivo ahora. Es una casa de muchos cuartos que entonces pasó a manos de mis tíos, descendientes de tipógrafos. Mi abuelo fue de El País cuando se fundó en el año ‘22, y mi tío linotipista de El Mundo. Mi madre era ama de casa.

Entonces me quedé huérfano con catorce años. Y cuando terminé el bachillerato mi tío me dijo: “Vamos para que aprendas el oficio nuestro”. Me metió en una imprentica de La Habana Vieja y aprendí a fundir plomos. Como linotipista, conseguí una plaza en El Mundo cuando empezaron a jubilarse y a morirse los viejitos, porque mi tío todavía estaba allí. Eso casi coincidió con el triunfo de Revolución.

En el portal de su casa de Luyanó, donde vivió la mayor parte de su vida. Foto: Roberto Chile.

Estuve en El Mundo hasta que le dieron candela. Después me dirigí a Prensa Latina. Porque yo sabía dibujo (desde niño dibujaba en el piso de niño). En la imprenta donde me hice linotipista se hacía la revista Fotos, de Pepe Agraz. Y un día llega Agraz, me ve dibujando y no me interrumpe. Yo estaba de espaldas, en mi hora de almuerzo, haciendo un retrato de Fermín Guerra, el cátcher del Almendares. Me volaba el almuerzo para ponerme a dibujar. Cuando terminé, Agraz me dijo: “Qué bien tu dibujas, ¿quieres dibujar para la revista Fotos?”, “¿Usted está loco, Pepe? Y me dio cinco pesos para que comprara en El Arte cartulina granulada. Él sabía mucho de eso porque su hermano Lorenzo era el jefe de colorido de Álvarez y Sobrinos, una empresa de fotograbado. Él inventó el ojo mágico, que es una cámara que tira siete fotos seguidas, por eso fue tan famoso en el deporte: así tomaba siempre la mejor foto. Pepe Agraz fue un hombre muy inteligente, un fotógrafo, igual que Chile y otros actuales, un talento en la cámara.

Empecé a dibujar en la revista Fotos, en los años cuarenta y pico, pero como no era un profesional del periodismo no podía cobrar. Así que terminé el bachillerato, y como aprendiz de imprenta en horario nocturno, ingresé en la Escuela de Periodismo Márquez Sterling, de donde me gradué en 1959, con mucha gente famosa; ahí estaba el famoso entrevistador Luis Báez.

Cuando empecé en Prensa Latina, tuve contacto con caricaturistas como Nuez, Posada. Hernández Cárdenas fue profesor mío de caricatura ¿Tú sabes cómo me decían? Blanco el bueno y Blanco el malo. Yo tengo eso publicado. Me lo decían en broma, por Rafael Blanco, el caricaturista más famoso de Cuba de comienzos de siglo, que fue muy amigo mío, me quiso mucho.

Donde primero trabajé como periodista fue en Prensa Latina. Le presenté a Masetti un trabajo y me dijo: “No tengo dibujante, ven para acá”. Cuando la explosión de La Coubre, hice mi primera caricatura. Luego hice mapas, el croquis del viaje de Gagarin. Y cuando vino Gagarin, Masetti me dio cien pesos para que decorara el edificio del Retiro Médico, un edificio de diez plantas. Nunca había hecho eso, y fui a una empresa que se dedicaba a hacer carrozas e hice el croquis de un cohete. Todo eso lo hice yo en Prensa Latina, de atrevido.

Hasta que entré en Palante, el año ’61, estuve en Prensa Latina. Yo era el único caricaturista de Palante que sabía de imprenta, por eso fui una especie de subdirector ¿Tú me entiendes? Todavía Nuez estaba en Pitirre. Por el grupo de Pitirre, entró Fresquito Fresquet; Wilson venía de Zig-Zag. De los quince años que estuve en Palante, estuve diez dirigiendo: del ‘70 al ‘85. Cuando la Zafra de los Diez Millones, que pasó lo que pasó, sustituí a Nuez.

Aprendí mucho con todos ellos, y pasados esos quince años Ernesto Vera me llamó para que formara parte de la Editorial Pablo de la Torriente como editor.

El humor en la prensa tiene una larga historia. Empezó en Europa —no en Estados Unidos como a veces se piensa— a mediados del siglo xix. Pero con la Revolución Industrial, que es la época de Martí, surge el primer personaje en Estados Unidos, y aparecen las historias ilustradas en las publicaciones. Ya a principios del siglo XX se hace gráfica con historietas y la caricatura como tal.

Una caricatura hay que pensarla. Tiene que ser tan breve como un trago. Mi caricatura más famosa casi me cuesta que me fusilaran (carcajea). Fue cuando la Crisis de Octubre, en Palante. Puse: “A Cuba la van a tomar por aquí”. Y era un miliciano con una metralleta; está ahí publicada. En definitiva, a Cuba no pudieron tomarla. Esa es la caricatura, esa es la historia.

—¿Cuánto tiene de periodista el caricaturista Blanquito?

—¿Quieres que te lo diga humorísticamente? Un pelotero también tiene que saber algo de pelota.

Mira, cuando yo estaba en el diario El Mundo salía a la calle a las ocho de la mañana y la gente me decía: “Oye, mira tu caricatura” “¿Qué caricatura?” “Blanco, la caricatura tuya que salió hoy”. Pero esa ya se me había olvidado, porque ya tenía que pensar en la siguiente. La caricatura es como la noticia del día. Aunque ahora se piensa “en tiempo real”.

A Fidel le encantaba la historieta. Matilda surge por una idea de Fidel, no mía. Él quería explicar al campesino la teoría de Andrés Voisin, el francés famoso, de la tierra, la lluvia, el agua, las yerbas; una teoría científica. Por eso nace Matilda y llega a la televisión.

Recuerda que el guajiro estaba recién alfabetizado en el año ‘61 y en el ’65 tenía que aprender a aplicar técnicas. Como aun no era capaz de entender eso, había que hacérselo masticable, en historietas.

Pero Matilda fue un fenómeno cultural, no por mí, sino porque las ideas de Fidel son así. El impacto de Matilda fue tan grande en Cuba, tan grande, que para mí no tiene comparación con nada. No fue idea mía; yo fui el realizador, vaya…

—El humor es parte de la vida. A mí me encanta Pánfilo, ese grupo ese de viejitos como yo, cómo piensan, las cosas que tienen que inventar para vivir, pero sin renunciar a Cuba, sin renunciar a Martí ni a Fidel.

Mi último trabajo humorístico, como creación, se llama Ay, vecino. Surgió en abril del ’74. Yo quería hacer dos personajes muy parecidos al Gordo y el Flaco, de la época de Chaplin y el cine mudo. Los primeros Ay, vecino que hice fue en Palante, todos mudos. Estuve más de un año haciendo historietas mudas del Gordo y el Flaco, porque mi intención era que eso trascendiera fuera de Cuba sin el problema del idioma. La caricatura es igual que el cine mudo. Un caricaturista hoy en día tiene que meter mucho texto, la caricatura mientras menos texto mejor, más gráfica, más fuerte, sin tener que explicarla mucho.

Foto: Roberto Chile.

—Y para usted, ¿qué es el periodismo?

—El periodismo es actualidad, y tiene que ponerse a tono con ella; si la actualidad es en tiempo real, en tiempo real tiene que estar la prensa.

Nosotros trabajamos para el pueblo, para el público, y la mayor satisfacción que he tenido es cuando me han dicho: “Qué buena te quedó la caricatura”, más que el dinero. El artista trabaja para que lo aplaudan o para que, con o sin aplausos, guste lo que hace; yo no puedo hacer una caricatura para guardármela para mí mismo porque trabajo para los demás.

Yo soy un simple caricaturista, pero el mayor premio para un artista, ya sea gráfico, televisivo o radial, es que el público le agradezca con una palmadita en la espalda, o con un aplauso; o ver su trabajo publicado; ver que la gente analiza su obra: te quedó bien o te equivocaste. Porque tenemos derecho a equivocarnos también, todas esas cosas son las que hacen vivir la vida. Y a mí me falta muy poco ya, así que quede esta conversación como una experiencia para mis compañeros, para mis amigos, y para el pueblo de Cuba.

Currículo de Blanquito

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Flor de Paz
Periodista.

3 thoughts on ““Soy un simple caricaturista”

  1. Siendo presidente de la Upec en la provincia de Camagüey tuve el honor y también la suerte de conocer y compartir con Blanquito durante la celebración aquí,del Primer Festival Naconal del Humor, promovido , por la organización periodística y al que asistió, entre otros sobresalientes caricaturistas, René de la Nuez “El Loquito, así como Ernesto Vera, por entonces presidente de la Upec nacional. Ese festival tuvo una importante repercusión en Camagüey.

  2. Este ‘Blanco el malo’, según el chiste de los años 50, era un hervidero de historias y pasiones. Esa casa de sus ‘ancestros’, la suya, la misma de la foto donde él está en ese portal, existe a unos metros del popularmente llamado Malecón en/de Santos Suárez. La charla comenzaba en la gran sala y proseguía en otro punto más adentro… En la calle Santa Emilia vivió también este admirador (y amigo) de R. Blanco y C. Massaguer.

  3. Lo recuerdo con simpatía y admiración. Cuando lo conocí ya era memoria viva, ahora es uno de los inmortales de la prensa cubana. Hasta siempre, Blanquito, jamás te olvidaremos.

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