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José Martí, la muerte que fue resurrección

Cuántos cubanos hemos querido detener las postreras escenas y trasformar aquel destino. Retraer los graves acontecimientos del 19 de Mayo con algún poder sobrenatural y devolver vivo a José Martí sobre el brioso Baconao, violentando el arranque de honor que le pondría —como poéticamente profetizó— de cara al sol, pese a las prevenciones que le aconsejaban mantenerse en la retaguardia.

Pero 125 años después de aquella fecha señera en la historia nacional tendríamos que reconocer que la única manera de lograr semejante prodigio sería montar a otro y no a aquel hombre, de preciosa estatura ética, sobre aquel inquieto caballo.

Entonces tampoco sería esta tierra lo que es, sus inmensos símbolos lo que son y su volcánica, aunque prometedora evolución, la que ha sido, ni en el tiempo, ni en los fundamentos, ni en los principios, ni en los fines, ni en los sueños, ni en las inspiraciones. En su figura encarnó todo el pasado histórico con las ansias venideras o futuras.

No faltarán los que consideren hasta demasiado absoluta — quien sabe si hasta cruel—, esta afirmación: aquel día aciago en los cruces del Cauto moría un héroe singular, el que había enseñado a los cubanos a unirse para una guerra tan breve y contundente como generosa, y le nacía definitivamente su Apóstol.

Aquella caída era el sacrificio que la casualidad y la providencia ponían en el camino de Cuba para el nacimiento de un eterno y regenerante apostolado.

Sería el Generalísimo Máximo Gómez —tan afilado en las ideas como en el machete—, quien advertiría desde los mortales acontecimientos de Boca de Dos Ríos que, desde ese lugar —donde el mismo y sus hombres marcarían el primer monumento de piedras humildes—, Martí se elevaría a su gran altura para no descender jamás, porque su memoria está ¡santificada! por la historia y por el amor, no solo de sus conciudadanos, sino de la América toda.

Desde entonces no hay invocación patriótica, libertaria y justiciera en este archipiélago que no encontrara sustento en el aurea magnífica de su vida y de sus ideas. A partir de entonces se erigiría en la gran profecía inconclusa del destino de nuestra Patria, ese que perseguimos hasta en esta hora de crisis universal con su mismo fuego, entusiasmo y angustias.

Con José Martí las metas y sueños del pueblo cubano encontraron su más completo sentido profético, muy a contracorriente del malsano o de demencia absurda del que le acusan sectores de la contrarrevolución, herederos de los más cobardes rezagos anexionistas.

No es casual que, enfilando dardos contra la figura simbólica más prominente de nuestro acontecer, estos arguyan que es indispensable limpiar de pacatería y determinismo la historia del país y que esa limpieza siempre enfrenta un escollo difícil de superar en la figura del Héroe de Dos Ríos.

El mesianismo martiano y su romanticismo político pueden resultar funestos, vomitan algunos de sus representantes, quienes no han tenido el mínimo pudor para afirmar que los americanos no tienen la culpa de nuestros problemas y que José Martí fue intelectualmente deshonesto y políticamente demagógico cuando le postuló a Cuba la misión de impedir la expansión de la influencia gringa sobre el resto de nuestros países.

Por ello, se precisa repetir que después de los trágicos sucesos del 19 de mayo de 1895 el acontecer nuestro pareció siempre definirse entre quienes intentaron sacar a José Martí de la podredumbre y el lodo y los que, en su nombre, no hicieron más que hundirlo en los fanguisales del olvido o la manipulación.

Todo gran empeño patriótico y de justicia en esta tierra lo tuvo como referente esencial, desde su postrero y fecundo renacer en las Glosas de Julio Antonio Mella a su pensamiento en los años 20 del pasado siglo, así como con todo el rescate que iniciaría esta figura enlace —o puente maravilloso—, entre generaciones de revolucionarios, que encontraría su más alta resignificación y elocuencia con el levantamiento y el triunfo de la Generación del Centenario liderada por Fidel Castro.

El Primero de Enero de 1959 comenzaría a tomar forma la República martiana —moral le bautizaría él—, con todos y para el bien de todos que —pese a inmensos tramos de libertad, justicia y bienestar alcanzados— no logra, por causas y eventualidades diversas, todos sus añorados contornos.

Una buena razón para que 125 años después del 19 de mayo de 1895, en este 2020 tan borrascoso y pandémico, vuelva a saltar sobre el brioso Baconao, porque José Martí tiene también mucho por hacer todavía.

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Ricardo Ronquillo
Periodista cubano. Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.

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