COVID-19

Entre una pantalla y cuatro paredes

Ailén Castilla Padrón

No se atreven a decir si fue suerte o desdicha el haber sido los primeros en llegar al centro de aislamiento situado en la Universidad de Ciego de Ávila Máximo Gómez Báez

Para que Luis Arredondo y Yunia Dieguez caminen hoy a sus anchas por los pasillos de la escuela de arte Ñola Saig Sainz, rastrillen el jardín y mantengan impecable el lugar para cuando reinicien las clases tuvieron que pasar muchos días y varios sustos entre cuatro paredes y una pantalla. Para ser exactos fueron 21 días de aislamiento y dos pruebas negativas al Sarvs-Cov-2 antes de que el alma les volviera al cuerpo y pudieran abrazar a sus seres queridos.

Es que para el 20 de marzo la decisión del cierre de fronteras en Cuba los sorprendió en Nicaragua con 120 kilogramos de equipaje y la esperanza de volver atorada en algún tramo de los más de 1000 kilómetros de distancia entre ambos países. Dejaron a buen resguardo sus pertenencias y partieron hacia el aeropuerto, donde la muchedumbre, el pánico de miles de personas queriendo y sin poder volver a casa, y las listas de espera les activaron el miedo en el cuerpo.

Mientras, en el Aeropuerto Internacional José Martí se desplegaba todo el aparato logístico necesario para recibir a los viajeros y trasladarlos hasta los centros de aislamiento establecidos en cada provincia del país, donde permanecerían por 14 días. Y así fue.

No se atreven a decir si fue suerte o desdicha el haber sido los primeros en llegar el 25 de marzo a la Universidad de Ciego de Ávila Máximo Gómez Báez, pero lo cierto es que aun con la premura y lo difícil de transformar el lugar en un centro emergente, el recibimiento fue ordenado y esa noche durmieron tan tranquilos y conformes como se los permitió la incertidumbre.

Cualquiera pudiera pensar que por tenerse el uno al otro el aislamiento fue menos demoledor, pero entre cuatro paredes la buena vibra se apaga y la paciencia se esfuma. Una y otra vez recapitularon los besos y abrazos dados, si alguien tosió o estornudó cerca, o incluso, si en La Habana al mezclarse con gente que había recorrido caminos tan diversos no cometieron ningún desliz porque, tristemente, la COVID-19 también se trata de un descuido, de un apretón de manos o de una gota de saliva que el aire trasportó.

En los primeros días nadie salió de su cuarto ni siquiera a ver el sol; las comidas y meriendas llegaban envueltas en nailon desde la distancia, y tres veces al día chequeaban sus signos vitales. Sin embargo, después de la primera prueba rápida negativa los ánimos se distendieron y de vez en vez, tres metros de distancia de por medio, organizaban limpiezas voluntarias, y salía alguna que otra anécdota y carcajada para conocerse mejor y liberar el estrés, ese que obligó a Yunia a pedir pastillas para controlar la ansiedad y los nervios.

Para Luis tampoco fue fácil y ante el menor síntoma de secreción nasal tuvo que explicar de su alergia severa y su padecimiento crónico en los bronquios, condición que lo catalogaba como un paciente de riesgo e hizo voltear todas las miradas hacia él, al punto de que se valoró la posibilidad de trasladarlo hasta el Hospital Provincial Nguyen Van Troi.

El esmero del personal de salud, la buena sazón que saboreaban en cada bocado y la información constante a sus familiares son agradecimientos que llevan entre pecho y espalda, por eso, no exageran al mencionar que cualquier antojo o necesidad llegó hasta sus manos, tanto que hacer café en un viejo colador de tela dentro de la pequeña habitación fue posible.

En casa su hijo, una nieta de un año y una madre de 84 acariciaban la pantalla del celular como si así la separación fuera menos dolorosa y como no había nada más que hacer esperaban. Verlos intactos, bajándose de un taxi frente a la puerta de la casa fue casi una fiesta.

Después de otros siete días de confinamiento retomaron sus vidas justo donde las dejaron y volvieron a sus puestos. Él regresó a su trabajo como administrador en la escuela y ella al de técnica de cuidados y actividades. Al poco reacomodaron la Ñola Saig Sainz para el posible ingreso de contactos de casos confirmados y aunque los planes no se concretaron, saben, con la certeza de haberlo vivido en carne propia, que harían por cualquiera lo mismo que por ellos hicieron sin pensarlo dos veces.

(Tomado del periódico Invasor)

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