PERIODISMO PATRIMONIAL E HISTÓRICO

2020, año del centenario de Celia Sánchez Manduley: Los primeros días de victoria

Los recuerdos vienen a su cabeza este enero de 1959 con la fuerza de los aguaceros en Medialuna que hacían crecer el Río Virana y ampliarlo hasta el patio de su casa. Su vida ha dado un cambio tan grande desde el 2 de diciembre de 1956, cuando Fidel y sus hombres desembarcaron del yate Granma. Han sucedidos tantas cosas en solo dos años y tan intensas, que se derrumbará cuando llegue a la casa familiar, como si necesitara dejar brotar en lágrimas toda la tensión que ha sufrido durante dos años.

Se sorprenderá  cuando en enero de 1959 un artículo del periódico Revolución declara abiertamente lo que el pueblo irá constatando en el transcurso de los días por venir.

Celia Sánchez

Celia es la compañía constante de Fidel: es mucho más que una secretaria, una consejera y una guardaespaldas; es todo eso y una ferviente propugnadora del ideario de Fidel Castro.

De todas las heroínas merece un primer plano para presentarla como ejemplo digno, una mujercita de aspecto sencillo y fina como un cristal, cuya voz hemos oído como un susurro en oración. Celia Sánchez fue a la Sierra Maestra y clavó la bandera de la libertad junto al busto de José Martí, cuando la dictadura se burlaba de las quejas y los ayes de toda Cuba.

Sus conocimientos fueron los que salvaron la Revolución de Fidel Castro, ya que sin Celia Sánchez, la primera mujer insurrecta de la Sierra Maestra, la permanencia de los hombres del Granma en aquellos parajes hubiera sido imposible.

Fidel Castro depositó en Celia  Sánchez toda su confianza. Ella fue la madre virgen de todos los nuevos mambises, la adoración fue contagiosa y no hubo hombre o mujer que subiera a la Sierra Maestra que no quisiera apretar la mano fina de Celia Sánchez.

Los jefes de operaciones militares sabían que Celia Sánchez llevaba consigo el dinero de la Revolución, que era ella quien pagaba los víveres y los gastos que ocasionaban los rebeldes y por este motivo la suponían con una cantidad superior al millón de pesos en efectivo.

Modesta hasta la complejidad, no habla de sus hazañas, de su estoicismo, de su ayuda al líder rebelde, solo piensa en su Manzanillo querido, en Pilón, en la tumba callada del Dr. Sánchez; en la cantidad de muertos que ella trató de cuidar, en las promesas que hicieron de crear escuelas y mejorar las condiciones de vida de los campesinos de la Sierra Maestra.

A Celia no le gusta esa publicidad, pero es completamente justa. Lo ha afirmado el propio Fidel al expresar que cuando se escriba la historia de la Revolución habrá en que poner en primer plano los nombres de David y Norma, que eran los apelativos de Frank País y Celia en los primeros días de la clandestinidad. Es increíble lo realizado por esta mujer frágil en apariencias, pero de gran arrojo y testarudez cuando decidía involucrarse en algo. A ella le deben los expedicionarios del Granma desde los mapas y las cartas náuticas de la región, hasta que, incluso, después de la dispersión hayan encontrado ayuda en campesinos como Mongo Pérez, porque todo había quedado previsoramente organizado por ella, después de resignarse a que su petición de venir en el Granma había sido denegada.

La prensa en enero de 1959 no podía imaginar  que aquella frágil mujer, como el cristal, era capaz de discutir de tú a tú con mafiosos, con valentía impresionante para ellos mismos. Ella no lo permitirá tendiendo un manto de secreto sobre las tantas cosas que hizo. Después de los primeros  meses del triunfo no aparecerá en los periódicos, ni en las reseñas periodísticas. Alguna foto robada a su modestia permitirá verla en algún recorrido. Se impondrá una suerte de clandestinidad voluntaria en el que se mezclan su timidez, su sentido de libertad personal, y su concepción de que el lugar de ella es en los recodos de su propia luz, sin pretender interferir ese esplendor que lo acompaña a él como protagonista principal.

(Fragmento del libro Los amores de Celia).

En la imagen: Celia Sánchez, relieve en bronce del escultor José Delarra, emplazado en el Palacio de Convenciones, La Habana.

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Soledad Cruz Guerra
Periodista, ensayista y escritora cubana. Trabajó en Juventud Rebelde como una de sus más sobresalientes articulistas. Fue la representante Cuba en la UNESCO.

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