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Las gringas

A pesar del autoelogio de que Estados Unidos podrá tener pronto una presidenta, de sus “recomendaciones” y juicios a otros países por su trato a las mujeres y el respeto a sus derechos, de grandes pronunciamientos políticos en defensa de la igualdad de género en el trabajo, la educación y las artes, y décadas de lucha por la equidad económica, social y política de la mujer, en esta superpotencia las mujeres no han logrado maravillas.
Las mujeres siguen ganando 79 centavos por cada dólar que ingresan los hombres y, aunque la brecha disminuyó en los últimos años, según el Censo de Estados Unidos, ganan sólo 78.6 por ciento de lo que ingresan los hombres. A la vez, las mujeres tienen un índice más alto de pobreza. Una de cada tres mujeres estadunidenses (42 millones con sus 28 millones de hijos) vive en la pobreza o al borde de ésta, según el Informe Shriver y el Centro para el Progreso Estadunidense. Cerca de dos tercios de los trabajadores de salario mínimo son mujeres.

Aun en las esferas más altas de este país se manifiesta la desigualdad entre los géneros. Jennifer Lawrence, la superestrella de cine y ganadora del Óscar denunció la falta de equidad de pago entre actores masculinos y femeninos en Hollywood, después de que los correos hackeados de Sony revelaron que ella recibió bastante menos que sus coestrellas.

En otra parte de la élite, vale recordar que en 2005 Lawrence Summers, el entonces rector de Harvard, ex secretario del Tesoro y ex jefe del Banco Mundial, argumentó que las mujeres, por razones genéticas, no tenían la misma aptitud que los hombres para ocupar las primeras filas en las ciencias y matemáticas.

Por otro lado, conservadores continúan en guerra contra los derechos básicos de las mujeres, incluido el control sobre su propio cuerpo. Además de continuar su batalla contra el aborto en los tribunales y legislaturas estatales, ahora han lanzado un ataque frontal contra Planned Parenthood, la organización nacional de servicios y educación de salud reproductiva, sobre todo para mujeres, fundada hace casi un siglo. Con pretextos fabricados, el ataque incluye ahora investigaciones legislativas y acciones policiacas (la semana pasada las autoridades de Texas catearon las oficinas de la organización) e intentos por anular el financiamiento estatal y federal a sus servicios, vitales para mujeres jóvenes sin recursos.

La violencia sexual contra las mujeres sigue como plaga en este país. Casi tres de cada 10 mujeres han sufrido una violación sexual, violencia física o persecución por su pareja, según el Centro de Control de Enfermedades (CDC). La misma fuente calcula que casi una de cada cinco mujeres ha sido violada en este país (19.3 por ciento). Unos 38 millones de mujeres han sufrido violencia física a manos de su pareja durante su vida. Según un nuevo sondeo de la Asociación de Universidades Estadunidenses, 23 por ciento de mujeres estudiantes reporta que han sido víctimas de asalto u hostigamiento sexual.

Por otro lado, en el país más encarcelado del mundo, un millón de mujeres están en prisión o bajo algún control del sistema de justicia penal. Son el sector de mayor crecimiento de la población encarcelada (hoy hay ocho veces más mujeres encarceladas que en 1980, con la “guerra contra las drogas” como el factor principal). De hecho, de las 500 mil mujeres encarceladas a nivel mundial, un tercio están en celdas estadunidenses (cifras del ACLU y el Sentencing Project).

Es cierto que Hillary Clinton podría ser la primera mujer en ocupar la presidencia y por supuesto usa esta carta en su campaña. No hay duda de que más mujeres ocupan los puestos más altos de las esferas políticas y económicas del país. Hay cifra récord de mujeres en el Congreso federal (104 de 435 curules), aunque sólo 26 mujeres son ejecutivas en jefe de una de las principales 500 empresas en la lista de Fortune (5 por ciento del total), reporta el Centro Pew.

Pero si no hay un cambio más fundamental en la estructura política y económica de este país, parece que las cosas no cambiarán mucho, aun con una mujer en la Casa Blanca. Tal vez se requiere –ya que parece ser obsesión en la cultura popular– una superheroína. Próximamente la Mujer Maravilla reaparecerá, esta vez en la nueva película de Batman y Supermán.

Resulta que la Mujer Maravilla como cómic fue inventada en 1941 por el sicólogo egresado de Harvard William Moulton Marston, con la intención de ofrecer un modelo de mujer fuerte, libre y valiente para los jóvenes y combatir la idea de que las mujeres son inferiores a los hombres, ya que “la única esperanza para la civilización es mayor libertad, desarrollo e igualdad de las mujeres en todos los campos de la actividad humana”, según un comunicado de prensa en su presentación, reportó The New Yorker. El origen, obviamente, son las míticas amazonas, cuyo matriarcado fue definido por la paz e igualdad hasta que fue conquistado por hombres extranjeros.

Por cierto, Marston fue familiar de la líder feminista Margaret Sanger quien en 1914 fundó la revista La Mujer Rebelde, donde por primera vez se usó la frase “control de natalidad” y donde insistió en que “el derecho a ser una madre independientemente de la Iglesia o el Estado” era la “base del feminismo”. Pocos años después, Sanger y su hermana abrieron la primera clínica de control natal en el país, en Brooklyn, lo que después sería conocido como…. Planned Parenthood. La Mujer Maravilla, reporta The New Yorker, no sólo sale de la ficción utópica feminista, sino fue inspirada en Sanger.

O sea, la Mujer Maravilla representaba un movimiento, y todo indica que es hora de su regreso, no sólo a la pantalla, sino a las calles.

Fuente: La Jornada

PD: David Brooks no es David Brooks: por la constante y desafortunada confusión que persiste, me veo obligado a aclarar que no soy otro. Yo he trabajado de reportero/corresponsal exclusivamente para La Jornada durante 23 años. El otro David Brooks (y hay muchísimos más) con quien a veces me han confundido es autor de libros, columnista conservador del New York Times y colaborador de otros medios estadunidenses. No compartimos puntos de vista, sólo el nombre.

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