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La prensa cubana y otro aniversario del triunfo de la Revolución

Al primero de enero de 2024 llegará la prensa cubana con importantes logros. El XI Congreso de la UPEC tuvo lugar a inicios del pasado noviembre, cuando ya eran realidad hechos que deben ser relevantes para el sector, y para la nación: se había creado el Instituto y aprobado la Ley que servirán a la actividad que les da nombre —la Comunicación Social—, y ha comenzado un “experimento” dirigido a generalizarse para fortalecer el desarrollo de los órganos de prensa y beneficiar a sus trabajadores.

Se habla de fuerzas cuyos mejores frutos no solo dependerán de que exista una clara política informativa, sino de que esta se aplique lúcida y resueltamente. No basta exigirle a la prensa que cumpla su cometido, y esperar que lo haga, si no se le permite o facilita cumplirlo. Y si ello fue siempre importante para defender la Revolución y la patria, lo es mucho más ante los crecientes desafíos que ambas tienen por delante.

La luz y la precisión siempre necesarias en la tarea de comunicar y defender ideas, lo son aún más frente a los extremos a que ha llegado el cerco echado contra Cuba por los Estados Unidos, que llevan más de seis décadas empecinados en asfixiarla. Esa potencia, con ayuda de cómplices, intenta capitalizar en función de sus intereses los pasos de Cuba para sobreponerse a dicho cerco y a sus propias insuficiencias, a las cuales la acción del poderoso enemigo les ha dado, y da, caldo de cultivo y abono.

Todo ocurre en medio de una urdimbre de redes que, por un lado, propicia la difusión de calumnias contra el país bloqueado y, por otro, dificulta los afanes de enfrentar las calumnias. En trama semejante, el manejo informativo eficaz al que puede Cuba aspirar es el uso inteligente de esas redes, y el perfeccionamiento de sus medios, que no podrán rehuir el pulseo con las campañas enemigas. Eso no supone ir defensivamente a la zaga de tales campañas: así, además de regalarles la iniciativa, las amplificaría.

A Cuba le corresponde tener y desarrollar sus propias tácticas. La información puntual, ágil y clara no elimina por fuerza los rumores malévolos, calzados por redes impúdicas y poderosas que se renuevan sin excluir la vieja Radio Bemba; pero les resta razones y asideros. Aunque la contrarrevolución, cada vez más conectada mundialmente con las huellas o la presencia del fascismo, tiene escuelas ideológicas que pueden representarse con la calaña de Goebbels: miente, miente, que algo queda.

Tan cierto como que la prensa cubana no puede ceder a tentaciones pesimistas, lo es que debe librarse de triunfalismos que dan por hecho lo que a menudo consiste en metas, no en logros. Queden las ilusiones engañosas para el personaje que da título a Cándido o El optimismo (1759), novela de Voltaire que se burla del optimismo panglosiano: ese que da por hecho lo que se quiere que lo sea, como si se viviera en el mejor de los mundos posibles, que está harto lejos de la realidad.

La prensa cubana debe ser guardiana de las ideas revolucionarias, no escudera irracional o ciega de medidas concretas sobre cuyas posibles imprecisiones le corresponde aportar luz, una misión que sería iluso esperar que resulte fácil y no cueste discusiones y riesgos. Cuando José Martí se refirió a lo mucho que tiene de soldado el periodista, no aludía de preferencia a la disciplina marcial, que también sabía necesaria, sino a la vital capacidad o valor para encarar peligros.

Como parte inseparable que es del pueblo, la prensa tiene un relevante papel educativo, sin olvidar que ella misma debe educarse en el rigor del conocimiento de los hechos, no creerse dueña absoluta de la verdad. Tampoco serán siempre dueños de ella quienes son igualmente parte del pueblo y tienen la misión de dirigirlo y buscar las mejores soluciones para su bienestar. Y tanto con ellos como con el pueblo puede verse la prensa en la necesidad de dialogar y discutir, aportar luz y recibirla, enseñar y aprender.

“Conocer es resolver”, “Pensar es servir” y “Gobernar no es más que prever” son pautas para pensar y actuar. Las plasmó —en textos de 1891: el ensayo “Nuestra América”, las dos primeras, y la crónica “La Conferencia monetaria de las repúblicas de América”, la última— José Martí, no una figura del pasado, sino el inspirador de una Revolución cuyo líder, Fidel Castro, reconoció en él su autor intelectual.

Cuanto la Cuba revolucionaria haga o se proponga hacer ha de valorarse desde esa herencia, para que ambos guías continúen vivos, algo que no es cuestión de consignas. Ese fin, vital para la nación, requiere tener bien claro todo lo que se necesite para defender de veras los ideales de la justicia social, que incluyen, entre otros desafíos, una lucha tenaz y sin descanso contra males como la inequidad, el burocratismo y la corrupción en todas sus formas.

Para revertir lo que se oponga a ese propósito se necesita la mayor claridad, aunque se esté ante hechos ineludibles, o quizás aún más cuando lo son. Al autor del presente artículo un colega le contó acerca de un encuentro en que se valoraban lemas para recibir el próximo aniversario del triunfo de la Revolución, y llegó el turno a uno según el cual las medidas tomadas en estos tiempos en Cuba “no dejan atrás a nadie”.

Esa digna aspiración fue regla básica de cuanto plan se trazó el país para su desarrollo económico, político y social con afanes de construcción socialista. Pero no es una realidad plena cuando los reajustes hechos con la esperanza de que sirvan para mantener en pie dichos afanes, han propiciado desigualdades ostensibles. En lo relativo a dejar mal parada a parte de la población, basta considerar cómo viven los jubilados, o gran cantidad de ellos.

Tampoco en ese rubro son exactas las generalizaciones. Pero, aunque los jubilados afectados por dicha realidad no fueran numerosos, son compatriotas que trabajaron durante décadas a cambio de salarios que podemos llamar simbólicos. Y, tras su larga entrega laboral a la patria, tienen que intentar arreglárselas con pensiones que, calculadas a partir de esos salarios, son más que insuficientes para enfrentar los precios de una inflación cruda y dura, en medio de “soluciones” que vienen cada vez más del sector privado.

Ese será uno de los elementos en que la dirección del país deberá seguir pensando, y actuar con la mayor rapidez posible y con afán de fidelidad a toda la justicia. Si un cálculo aritmético elemental aconsejara no aumentar las pensiones jubilares de quienes están en grave desventaja —no es igual el caso en todos los sectores, pero sí quizás en la mayoría de ellos—, habrá que buscar soluciones que amparen, y no como obra de caridad, sino como responsabilidad estatal, a quienes sufren hoy una insolvencia desmedida, y brutalmente injusta.

El tema da para mucho más, y un artículo tiene sus límites. Pero en general cabe añadir que no habrá instituciones ni leyes de comunicación social, ni congresos del sector, ni experimentos que den los mejores frutos, si no sirven para los fines que, de no tenerlos bien claros, no se les podrá defender adecuadamente. La intencionalidad ideológica no es algo que pueda descuidarse ni considerarse patrimonio pasado de moda.

Para alarmarse, basta la difusión —no en redes privadas y por parte de confundidos ideológicos o alabarderos del neoliberalismo, sino en medios nacionales cubanos— de obras audiovisuales producidas por empresas imperialistas para dar por bueno y salvador al capitalismo. O leer y oír, también en medios del país, titulares como uno que “informó”, en los siguientes términos, sobre la toma de posesión del nuevo presidente argentino: “Recorte fiscal y eliminación de privilegios, entre las primeras medidas de Miléi en la Presidencia de Argentina”. Como si se tratara de un dirigente comunista.

Lo que corre como “desideologización” no es tal, sino un ardid del pensamiento más conservador o reaccionario: sustituir toda ideología revolucionaria por ese pensamiento, y hacerlo pasar como si no fuera algo natural, no ideología. La defensa de los ideales revolucionarios demanda no solo voluntad: también exige inteligencia, conocimiento, lucidez política, cultura, coraje, y poner a raya toda guanajería. En esos ideales debe ocupar un lugar cimero la defensa de la Revolución, para que celebrar su aniversario 65 sirva plenamente al propósito de mantenerla viva y en su verdadero camino.

Es necesario impedir que la ahoguen las medidas concretas que puedan ser o se estimen ineludibles para enfrentar circunstancias que campean a nivel mundial y no son nada propicias para la justicia que se ha identificado como socialismo. No parece sensato esperar que esas circunstancias y sus trampas desaparezcan o cambien de la noche a la mañana por obra de la espontaneidad o generosos designios divinos. A Dios rogando, y con el mazo dando.

(Imagen de portada: Con ilustración de Michel Moro).

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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